Cine
sin memoria
José
Luis Vivar
Según
la RAE, el término parásito es empleado para designar a un organismo animal o
vegetal, que vive a costa de otra especie, alimentándose de él y depauperándolo
sin llegar a matarlo. Una sencilla definición que deberían incluir a los seres
humanos, porque esta película coreana que lleva un título tan insinuante no
podía ser para menos.
La historia se ubica en un pequeño
departamento que es en realidad un semisótano, donde habita la familia Kim, la
cual está integrada por el padre Ki-Taek, la madre, una ex lanzadora de
martillo en los Juegos Olímpicos, Chung-Sook; el hijo, un muchacho inquieto
llamado Ki-Woo; y la hija, Ki-Jeong.
Por las paupérrimas condiciones en
que viven nos damos cuenta que todos tienen que trabajar en empleos temporales
para subsistir, aunque resalta lo unidos que son, por eso nada les impide
robarse la señal de Wi-Fi de sus vecinos.
La llegada de Min-Hyuk, que está por
partir al extranjero a estudiar, le proponga a su amigo Ki-Woo que se haga
pasar por un estudiante universitario para que sea tutor de la niña de una
familia rica, los Park. A partir de ese momento, los Kim vivirán una serie de
situaciones increíbles con la mencionada familia a través de trampas, mentiras
y documentos falsos.
Parásitos (Bong Joon Ho, 2019), es
una tragicomedia y al mismo tiempo una crítica social que explora con detalle
la vida de los coreanos que han alcanzado el nivel socioeconómico más alto,
pero al mismo tiempo, muestra las necesidades, ambiciones y vicios de una clase
baja que lucha por emularlos. Aunque ambas clases, representadas por las
familias Kim y Park, tienen algo en común: las miserias humanas.
Los enredos y peripecias que deben
vivir Ki-Woo y su familia son hilarantes, con un toque de humor negro, dejando
ver los vicios que las culturas occidentales, especialmente la norteamericana
ha permeado en la sociedad de Corea del Sur. Y no solo en lo referente a los dispositivos
electrónicos, sino también en el estilo de vida sofisticado, donde la gente
vale por lo que tiene.
En esta cinta quedan al descubierto
el clasismo y la auto denigración, porque quien mantiene un status social más
elevado, somete a su semejante, se burla abiertamente de sus semejantes en
privado; y si esto sucede con los Park, lo mismo pasa con la familia kim, que
disfruta mofarse de sus patrones. Llama la atención esa unión que prevalece
entre sus integrantes, aunque generada por el padre, Ki-Taek, que considera los
actos indebidos de sus integrantes como algo normal. Por eso la mentira no es
cuestión de falta de Ética, sino una oportunidad de avanzar en sus propósitos.
Pero aunado a todo lo anterior,
Parásitos guarda una sorpresa en el tercer de la película. Es lo que se llama
un giro de tuerca, y con lo cual la historia toma un rumbo y un tono totalmente
diferentes, y es lo que la hace una pieza maestra del cine coreano. Es entonces
cuando puede uno darse cuenta que el género de la comedia se puede fusionar con
otro género, sin que pierda su esencia, y donde los matices políticos tienen
cabida para la crítica y la reflexión.
Federico Fellini gustaba de mostrar
en sus películas personajes y situaciones grotescas, simbolizando la pobreza
del espíritu humano, con tan buenos resultados que muchos lo copiaron para bien
o para mal. Bong Joon Ho recurre a ese estilo, y no hace una copia, sino que
muestra un estilo que en el futuro inmediato será parodiado, o incluso copiado;
algo semejante a lo que logró Damián Szifron con su película Relatos Salvajes
(2014), donde deja entre ver que lo grotesco no embellece una historia, pero sí
la hace diferente.
Por
cierto, la cinta argentina estuvo nominada como Mejor Película de habla no
inglesa en 2014 en los Premios de la Academia (Óscar); misma categoría que este
año participa Parásitos, junto con otra nominación como Mejor Película, en
competencia con otras cintas estadounidenses.
Solo
con el tiempo lo sabremos, mientras tanto hay que volver a disfrutar de esta
extraordinaria película.
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