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jueves, 9 de enero de 2020

Los dos Papas








Cine sin Memoria



José Luis Vivar


Una de las mayores dificultades que enfrenta un cineasta es llevar a la pantalla una historia cuyo personaje principal esté vivo. Es un reto mostrarlo con todas sus virtudes y defectos, porque, aunque se trate de una obra de ficción, el público puede quedarse con esa imagen que se proyecta; y esto beneficia o perjudica al personaje en cuestión.

            Pero, ¿qué sucede cuando no se trata de uno, sino de dos personajes que además de estar vivos representan a una importante comunidad religiosa? ¿Qué sucede cuando el espectador observa en la pantalla de su casa o del cine, a dos Papas? Todo puede suceder, menos que sea algo intrascendente.

            Desde que se comenzó a preparar esta película, el director Fernando Meirelles y el guionista Anthony McCarten, sabían perfectamente que debían ser muy cuidadosos en exponer a ambos pontífices. No podían inclinarse solo por el lado espiritual, ni tampoco por el aspecto personal de ambos. Sino que dicho encuentro tendría como temática principal la política, porque a ese nivel estaría fuera de lugar cualquier otro tópico.

            Mientras Anthony Hopkins interpreta a Benedicto XVI, Jonathan Pryce hace lo propio como Francisco. Ambos demuestran calidad actoral, por lo cual son convincentes en sus caracterizaciones. El primero representa el ala conservadora del Vaticano, en tanto con su sucesor es más abierto y más consciente de los tiempos que se viven.

            A través de flashbacks se descubren momentos decisivos en la vida del papa alemán y los problemas que debió enfrenta, y cómo toma la decisión de abdicar para cederle su puesto al papa argentino. Los procesos de ambos cónclaves permiten vislumbrar detalles que ocurren en esos amplios salones, antes de que por las chimeneas surja el humo blanco. Elegir un Papa no es tarea fácil para nadie, y la responsabilidad que cae sobre los hombros de quien será el sucesor de Pedro, conmueve -cada Papa en su momento-, porque son otros los tiempos y son otros los problemas en el mundo.

            El pasado del Papa Francisco en la Argentina, desde su vocación inicial con la orden de La Compañía de Jesús -Jesuitas-, hasta las vicisitudes que debió enfrenta con la dictadura militar, nos muestran un hombre de carácter y al mismo tiempo un hombre que debió enfrentar críticas durísimas de sus compatriotas por este oscuro y violento periodo en el país sudamericano.
          




  Benedicto XVI en cambio, es el intelectual, el Papa que se alimentó de libros y se dedicó en cuerpo y alma al estudio -no hay detalles de su pasado juvenil, ni de su incipiente vocación sacerdotal-, y es alguien apegado a las leyes y a la lógica. Con él no hay medidas tintas: es de un lado, o de otro, pero nunca en medio, nunca evade la realidad.

            Los diálogos entre ambos pontífices son de lo mejor en esta película, particularmente por el lugar donde los ubican: la Capilla Sixtina. En ese lugar se encuentran ellos dos, sin la incómoda presencia de los turistas y las cámaras de sus celulares. De los tópicos más cotidianos, como el futbol, las pizzas, el tango, pasan a un tema escabroso al pronunciar el nombre de Marcial Maciel. Es entonces cuando una puerta se cierra, y entendemos que el asunto de la pedofilia es algo muy serio. En privado se toman acuerdos cuyas consecuencias vemos en las noticias y en redes sociales.

No es casualidad que esta cinta de ciento veinticinco minutos está apegada a la realidad y que ambos Papas no pertenezcan a ningún esquema falso como personajes de ficción. Son ellos un reflejo níveo, exponiendo una cruda verdad en la segunda década del nuevo milenio.



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