Cine
sin Memoria
José
Luis Vivar
Una de
las mayores dificultades que enfrenta un cineasta es llevar a la pantalla una
historia cuyo personaje principal esté vivo. Es un reto mostrarlo con todas sus
virtudes y defectos, porque, aunque se trate de una obra de ficción, el público
puede quedarse con esa imagen que se proyecta; y esto beneficia o perjudica al
personaje en cuestión.
Pero, ¿qué sucede cuando no se trata
de uno, sino de dos personajes que además de estar vivos representan a una
importante comunidad religiosa? ¿Qué sucede cuando el espectador observa en la
pantalla de su casa o del cine, a dos Papas? Todo puede suceder, menos que sea
algo intrascendente.
Desde que se comenzó a preparar esta
película, el director Fernando Meirelles y el guionista Anthony McCarten,
sabían perfectamente que debían ser muy cuidadosos en exponer a ambos
pontífices. No podían inclinarse solo por el lado espiritual, ni tampoco por el
aspecto personal de ambos. Sino que dicho encuentro tendría como temática
principal la política, porque a ese nivel estaría fuera de lugar cualquier otro
tópico.
Mientras Anthony Hopkins interpreta
a Benedicto XVI, Jonathan Pryce hace lo propio como Francisco. Ambos demuestran
calidad actoral, por lo cual son convincentes en sus caracterizaciones. El
primero representa el ala conservadora del Vaticano, en tanto con su sucesor es
más abierto y más consciente de los tiempos que se viven.
A través de flashbacks se descubren
momentos decisivos en la vida del papa alemán y los problemas que debió
enfrenta, y cómo toma la decisión de abdicar para cederle su puesto al papa
argentino. Los procesos de ambos cónclaves permiten vislumbrar detalles que
ocurren en esos amplios salones, antes de que por las chimeneas surja el humo
blanco. Elegir un Papa no es tarea fácil para nadie, y la responsabilidad que
cae sobre los hombros de quien será el sucesor de Pedro, conmueve -cada Papa en
su momento-, porque son otros los tiempos y son otros los problemas en el
mundo.
El pasado del Papa Francisco en la
Argentina, desde su vocación inicial con la orden de La Compañía de Jesús
-Jesuitas-, hasta las vicisitudes que debió enfrenta con la dictadura militar,
nos muestran un hombre de carácter y al mismo tiempo un hombre que debió enfrentar
críticas durísimas de sus compatriotas por este oscuro y violento periodo en el
país sudamericano.
Benedicto XVI en cambio, es el
intelectual, el Papa que se alimentó de libros y se dedicó en cuerpo y alma al
estudio -no hay detalles de su pasado juvenil, ni de su incipiente vocación
sacerdotal-, y es alguien apegado a las leyes y a la lógica. Con él no hay
medidas tintas: es de un lado, o de otro, pero nunca en medio, nunca evade la
realidad.
Los diálogos entre ambos pontífices
son de lo mejor en esta película, particularmente por el lugar donde los
ubican: la Capilla Sixtina. En ese lugar se encuentran ellos dos, sin la
incómoda presencia de los turistas y las cámaras de sus celulares. De los
tópicos más cotidianos, como el futbol, las pizzas, el tango, pasan a un tema
escabroso al pronunciar el nombre de Marcial Maciel. Es entonces cuando una
puerta se cierra, y entendemos que el asunto de la pedofilia es algo muy serio.
En privado se toman acuerdos cuyas consecuencias vemos en las noticias y en redes
sociales.
No
es casualidad que esta cinta de ciento veinticinco minutos está apegada a la
realidad y que ambos Papas no pertenezcan a ningún esquema falso como
personajes de ficción. Son ellos un reflejo níveo, exponiendo una cruda verdad
en la segunda década del nuevo milenio.
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