Víctor
Hugo Prado
Hace
algún tiempo estuve en un restaurante de comida mexicana y quien tomaba la
orden era un niño que vestía pantalón, camisa, moño y botines, como si fuera un
charro. A lo mejor lo era. Tenía alrededor de 12 años. La amabilidad con la que
atendía era realmente fuera de lo común, asimismo, las reverencias que hacía
ante los comensales. No faltó que a alguien de las mesas de al lado se le
hiciera extraordinario el detalle del restaurante que tenía entre sus
colaboradores un niño charro que tan gentilmente atendía a los clientes. En mi
propia mesa, se dijo que ojalá hubiera más niños trabajando como el pequeño que
causaba admiración.
Ver trabajar a un niño es en
principio un acto ilegal, pues la prohibición del trabajo infantil se consagra
en la Ley Federal del Trabajo. Además, porque las niñas, los niños y los
adolescentes son titulares de Derechos Humanos previstos en la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos y en tratados internacionales.
Tan solo la Ley General de los
Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, publicada el 4 de diciembre de 2014, les
reconoce a éstos de manera enunciativa y no limitativa derechos: a la
vida, a la supervivencia y al desarrollo; a la identidad; a vivir en
familia; a no ser discriminado; a vivir en condiciones de bienestar y a un sano
desarrollo integral; derecho a una vida libre de violencia y a la integridad
personal; a la salud y a la seguridad social; a la inclusión de niñas, niños y
adolescentes con discapacidad; a la educación; al descanso y al
esparcimiento; a la libertad de convicciones éticas, pensamiento, conciencia,
religión y cultura; a la libertad de expresión y de acceso a la información; a
las tecnologías de la información y comunicación, así como a los servicios de
radiodifusión y telecomunicaciones, incluido el de banda ancha e Internet, por
citar algunos.
El trabajo infantil, vulnerara
los derechos de la infancia, no abona a resolver problemas de pobreza ni las carencias
familiares; y socialmente, reproduce entornos de desigualdad, baja escolaridad
y ausencia de capacidades para insertarse al mundo laboral, social y cultural.
Y si el trabajo está prohibido para
los menores de quince años, qué se puede decir de las crudas escenas vistas de
niños entre seis y 15 años, reclutados para realizar labores castrenses o
paramilitares, en el municipio de Chilapa, Guerrero. El argumento insostenible
por parte de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, es defender
a su pueblo frente a grupos de narcotraficantes que por años han asolado a sus
comunidades. Lo que vimos nos habla de un Estado rebasado por la inseguridad y
falta de oportunidades. Y por cierto, las escenas son del 2020 y compete
resolver a estos gobiernos, sea el municipio, la entidad o la federación.
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