A
quinientos años de la llegada de los españoles a México. 1519-1521
IX
Ramón
Moreno Rodríguez
Por lo que hemos dicho, queda claro que la especie
sobre el viaje de Ordás al cráter del volcán Popocatépetl y la extracción de
algunas fanegas de piedra azufre que el aventurero hiciera inició con Bernal
Díaz del Castillo. ¿De dónde sacó éste tal cuento? ¿Acaso se lo inventó?
Lo
primero que tendríamos que decir de tal hecho es que el famoso libro de nuestro
cronista se caracteriza por este tipo de episodios. Muchísimos hechos y
personajes que Bernal refiere nunca fueron documentados por otros cronistas. Sin
duda, esta es una de las causas de mayor mérito y reconocimiento para la
crónica del metilense. Casi todas las obras escritas por sus contemporáneos
conquistadores o historiadores o funcionarios reales se caracterizan por contar
los hechos como mejor les acomodaba a los capitanes y demás laya de hombres
poderosos. En cambio, Bernal escribe los hechos desde un punto de vista del
soldado anónimo; es la perspectiva de aquellos aventureros que nunca tuvieron
el reconocimiento público ni recibieron los grandes privilegios, ni
sobrevivieron por mucho tiempo en este mundo o en la memoria de los hombres.
Muchos
protagonistas de Bernal Díaz del Castillo, como Ordás, son los soldados que
murieron pronto, que no trascendieron sus nombres en las letras doradas de la historia
o que no se destacaron por sus grandes habilidades o sus temerarias componendas
o sus sonadas trapacerías que los catapultaran a la fama y a la riqueza. Esto
le sucedió al propio Bernal, que nunca pasó de ser un anónimo soldado de a pie
y que nunca recibió encomienda rica, ni se destacó por sus hechos guerreros. Si
hoy es famoso lo es por su libro, por su deslumbrante memoria.
El
caso de que él refiera tantos hechos, tantos nombres, tantos personajes, tantos
detalles que nadie más refiere ha sido fuente de muchas conjeturas. Algunas
realmente descabelladas, como atribuirle la verdadera autoría de tales
historias al mismo Cortés o fantasear conque los documentos que consultó Bernal
para escribir su libro procedían de los archivos que el mismo Cortés perdió en
la huida en aquella Noche Triste de 1520.
En
realidad, son cuatro las principales fuentes a las que Díaz del Castillo acudió
para escribir su libro. En primer término, a su prodigiosa memoria que guardaba
recuerdos, datos y fechas de aquello hechos de los que fue en parte testigo y en
parte protagonista. En segundo lugar, tuvo acceso a muchos documentos, sobre
todo cartas, de las que pudo conservar algunos ejemplares o bien, mandó hacer
algunos traslados. En tercer término, debió entrevistarse e interrogar a otros
protagonistas y sus herederos que le confirmaron datos o le proporcionaron
documentos personales y, finalmente, en cuarto lugar y como eje vertebrador de
su libro, utilizó algunas crónicas (destacadamente la de Gómara) para
refutarlas, corregirlas o enmendarlas, pero también para ordenar su mucha
información.
El
cuento de Ordás subiendo al Popocatépetl y extrayendo costales con azufre debió
proceder, no del mismo Ordás, que murió treinta o cuarenta años antes de que
Bernal escribiera esos supuestos hechos heroicos, sino de uno de sus hijos, que
fue quien heredó la encomienda, los privilegios y el escudo de armas. Incluso,
es muy probable que el propio conquistador nunca hubiera visto dicho escudo con
el dibujo del cráter, sino que junto con el cuento, debió ser una herramienta
que usó su primogénito para alardear de los méritos de su padre, y debió ser
este segundo Diego de Ordás quien debió inventar la historia y referirla al que
la quisiera escuchar, entre otros, al mismo Díaz del Castillo.
Por
otro lado, fama de cobarde, y esto crea un gran contraste y contradice la
historia de la subida al volcán, la tenía Ordás, y algunos de sus
contemporáneos cometieron ciertas infidencias en su contra que lo cuestionan
severamente. El caso más sonado es cuando lo mandan a las Hibueras a buscar a
Cortés. Se dice que ante el temor de que lo maten los muchos enemigos que éste
había dejado en la ciudad de México, decide regresar a la ciudad imperial sin
siquiera haberse embarcado en Veracruz, alegando que, puesto que todos decían
que su capitán había muerto, no tenía caso ir a buscar un difunto. Otro sonado
hecho polémico de Ordás es la dejación de la responsabilidad de explorar el
Dorado, razón por la cual las autoridades reales lo destierran a España.
¿Fue
Ordás un heroico guerrero, ejemplo de valentía y arrojo o, por lo contrario, un
oportunista asesino de desnudos indios, que ante el peligro evidente no dudaba
en echar marcha atrás? Imposible saberlo, pero la pátina de la duda cubre su
memoria; como serias dudas hay de que aquella banda de aventureros pueda ser
motejada con honradez intelectual como heroica hueste de la patria hispana.
Ningún mérito, ningún grandioso hecho heroico hay en Ordás o en Cortés. Si alguna
virtud tuviésemos que reconocer de aquellos españoles que en el siglo XVI
trajeron al Nuevo Mundo la civilización europea, y eso con algunos asegunes, es
para muchos de los religiosos evangelizadores; me refiero al padre las Casas o a
fray Martín de Valencia; para ellos nuestro respeto, nuestro afecto, nuestro
agradecimiento, pero ello no exento de una mirada inteligente y crítica. Ya lo
dijo Miguel de Unamuno, otro español que merece nuestro aprecio y nuestro
examen aprobatorio: “toda admiración incondicional es insincera o es estúpida”.
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Es doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras
Hispánicas en la U. de G., CUSUR.
ramonmr@vivaldi.net
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