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lunes, 16 de diciembre de 2019

Posadas y pastorelas








Un momento por favor 

J. Jesús Juárez Martín



Lo único seguro en la convivencia son los cambios, se modifican costumbres, hábitos, roles de vida, y sin embargo hay reminiscencias de lo que la tradición y costumbres dejan, inexorablemente se da aunque sea en el recuerdo nostálgico, permítanme recordar lo que animaba a los niños en el tiempo de diciembre antes de la Navidad, hace una, dos, tres décadas, lo que se vivía como animación social, las posadas que preparaban el nacimiento del niño Jesús.

            Una costumbre tan antigua como la misma Navidad, de ordinario eran los ambientes escolares, catequéticos, parroquiales, del barrio, los que las promovían para beneplácito de los niños y las familias. La Navidad se inició como celebración después de la catequización colonial de los pueblos indígenas y el mensaje de “gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, por principio entendíamos por hombres, la dualidad humana de mujeres y hombres y nadie chistaba, simplemente nos era evidente: hembras y varones.




Para dar enseñanza del nacimiento del Niño Jesús, nos instruían que había sido concebido por aceptación de María a la invitación del Arcángel Gabriel para que aceptara ser la Madre del Hijo de Dios y al aceptarlo fue engendrado por obra del Espíritu Santo, la persona divina y humana de Jesús, divina por ser hijo de Dios, humana, por ser hijo de María que le proporcionaría sangre y carne para su identidad.

José, desposado con María fue sorprendido porque sin tocarla, se dio cuenta de la espera, como hombre noble, no pretendió exhibirla, pensó en el alejamiento, pero el Ángel le explicó el “fiat” de María y la aceptó como esposa a su cuidado con el Niño y he aquí que las ambiciones políticas de los  romanos querían saber cuántos súbditos tenían en Judá y todo lo que dominaban con sus legiones, por eso ordenaron el censo que dar certeza que el pueblo romano era ungido como pueblo dominador.

José y María fueron de Nazaret a Belén y ahí se cumplieron los días del alumbramiento, en lugar separado de la convivencia, esperaron el feliz nacimiento, aparentemente frágil ante los desplantes de los poderosos. Los pastores recibieron el mensaje de los ángeles y fueron a conocerlo y como a Dios a adorarlo en aquella noche fría, de encuentro de Dios y la humanidad.

Ese acontecimiento bíblico de no encontrar posada donde pasar la noche, tocaba las fibras sentimentales de los infantes y dieron origen a las prácticas devocionales del rosario, letanía, pedir posada con los peregrinos en algún lugar para luego ser recibidos donde se pedía posada al reconocer a José y María en su tránsito por Belén.

La recepción se realizaba entre gritos de júbilo, silbatazos, güijolas, golpes de báculos sobre el piso y aplausos “Entren santos peregrinosreciban este rincón. Y aunque es pobre la morada, la morada os la doy de corazón. Cantemos con alegría, alegría todos al considerar. Que José y María y María os vinieron a honrar. Entren santos peregrinos...” y se repetía la tonadilla de recepción cuanta paciencia o entusiasmo provocara, ya instalados se compartía   algún bocadillo y lo máximo era romper la piñata con cacahuates, trozo de caña y fruta en cántaro de barro que en ocasiones se rompía justo sobre y con la cabeza del que por turno golpeaba.

Remontándonos más allá de tres décadas, las entretenidas pastorelas, nos divertían con las puntadas de los diablillos que se las ingeniaban para que los pastores no llegaran a Belén y la lucha de ángeles contra los habitantes de los avernos, con el triunfo inobjetable de San Miguel sobre Lucifer cuando se declaraba perdedor ante el Príncipe de la milicia celeste: “Miguel, guarda ya tu brillante espada, por ahora ya me jodiste, deja irme a la tiznada...”. Ahora que, si la pastorela era con los siete pecados capitales en especial la Doña Lujuria, con su pasito tun, tun, marcaba el paso como el Niño del Tambor frente al portal de Belén, sus arrumacos, devaneos y contoneos por entusiasmar al Bartolo, aunque los más excitados eran los morros adolecentes. La adoración de los magos y pastores al final era el momento culminante de ofrenda, de regalos, peticiones e intenciones por mejores situaciones humanas y sociales.

Permítanme comunicarles que la Pastorela fue obra teatral donde los frailes evangelizadores daban a conocer el Misterio de la Encarnación y Nacimiento del Salvador, surgió como herramienta de la catequesis en los atrios, templos, plazuelas y cualquier lugar que frecuentaran la gente del pueblo, así se dice que, en Acolman, Tiripiteo y la Sra. Margarita Palomar Arias afirma que en Ciudad Guzmán surgió esta forma de teatro didáctico. ¡Felices posadas!


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