Un
momento por favor
J.
Jesús Juárez Martín
Lo
único seguro en la convivencia son los cambios, se modifican
costumbres, hábitos, roles de vida, y sin embargo hay reminiscencias de lo que
la tradición y costumbres dejan, inexorablemente se da aunque sea en el
recuerdo nostálgico, permítanme recordar lo que animaba a los niños en el
tiempo de diciembre antes de la Navidad, hace una, dos, tres décadas, lo que se
vivía como animación social, las posadas que preparaban el nacimiento del niño
Jesús.
Una costumbre tan antigua como la
misma Navidad, de ordinario eran los ambientes escolares, catequéticos,
parroquiales, del barrio, los que las promovían para beneplácito de los niños y
las familias. La Navidad se inició como celebración después de la
catequización colonial de los pueblos indígenas y el mensaje de “gloria a Dios
en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, por
principio entendíamos por hombres, la dualidad humana de mujeres y hombres y
nadie chistaba, simplemente nos era evidente: hembras y varones.
Para
dar enseñanza del nacimiento del Niño Jesús, nos instruían que había sido
concebido por aceptación de María a la invitación del Arcángel Gabriel para que
aceptara ser la Madre del Hijo de Dios y al aceptarlo fue engendrado por obra
del Espíritu Santo, la persona divina y humana de Jesús, divina por ser hijo de
Dios, humana, por ser hijo de María que le proporcionaría sangre y carne para
su identidad.
José,
desposado con María fue sorprendido porque sin tocarla, se dio cuenta de la
espera, como hombre noble, no pretendió exhibirla, pensó en el alejamiento,
pero el Ángel le explicó el “fiat” de María y la aceptó como esposa a su
cuidado con el Niño y he aquí que las ambiciones políticas de los romanos
querían saber cuántos súbditos tenían en Judá y todo lo que dominaban con sus
legiones, por eso ordenaron el censo que dar certeza que el pueblo romano era
ungido como pueblo dominador.
José
y María fueron de Nazaret a Belén y ahí se cumplieron los días del
alumbramiento, en lugar separado de la convivencia, esperaron el feliz
nacimiento, aparentemente frágil ante los desplantes de los poderosos. Los
pastores recibieron el mensaje de los ángeles y fueron a conocerlo y como a
Dios a adorarlo en aquella noche fría, de encuentro de Dios y la humanidad.
Ese
acontecimiento bíblico de no encontrar posada donde pasar la noche, tocaba las
fibras sentimentales de los infantes y dieron origen a las prácticas
devocionales del rosario, letanía, pedir posada con los peregrinos en algún
lugar para luego ser recibidos donde se pedía posada al reconocer a José y
María en su tránsito por Belén.
La
recepción se realizaba entre gritos de júbilo, silbatazos, güijolas, golpes de
báculos sobre el piso y aplausos “Entren santos peregrinos, reciban
este rincón. Y aunque es pobre la morada, la morada os la doy de corazón.
Cantemos con alegría, alegría todos al considerar. Que José y María y María os
vinieron a honrar. Entren santos peregrinos...” y se repetía la tonadilla de
recepción cuanta paciencia o entusiasmo provocara, ya instalados se
compartía algún bocadillo y lo máximo era romper la piñata con
cacahuates, trozo de caña y fruta en cántaro de barro que en ocasiones se
rompía justo sobre y con la cabeza del que por turno golpeaba.
Remontándonos
más allá de tres décadas, las entretenidas pastorelas, nos divertían con las
puntadas de los diablillos que se las ingeniaban para que los pastores no
llegaran a Belén y la lucha de ángeles contra los habitantes de los avernos,
con el triunfo inobjetable de San Miguel sobre Lucifer cuando se declaraba
perdedor ante el Príncipe de la milicia celeste: “Miguel, guarda ya tu
brillante espada, por ahora ya me jodiste, deja irme a la tiznada...”. Ahora
que, si la pastorela era con los siete pecados capitales en especial la Doña
Lujuria, con su pasito tun, tun, marcaba el paso como el Niño del Tambor frente
al portal de Belén, sus arrumacos, devaneos y contoneos por entusiasmar al
Bartolo, aunque los más excitados eran los morros adolecentes. La adoración de
los magos y pastores al final era el momento culminante de ofrenda, de regalos,
peticiones e intenciones por mejores situaciones humanas y sociales.
Permítanme
comunicarles que la Pastorela fue obra teatral donde los frailes evangelizadores
daban a conocer el Misterio de la Encarnación y Nacimiento del Salvador, surgió
como herramienta de la catequesis en los atrios, templos, plazuelas y cualquier
lugar que frecuentaran la gente del pueblo, así se dice que, en Acolman,
Tiripiteo y la Sra. Margarita Palomar Arias afirma que en Ciudad Guzmán surgió
esta forma de teatro didáctico. ¡Felices posadas!
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