La
figura de Donna Summer sintetiza una década festiva y —para muchos— decadente.
Su música fue un homenaje al placer y al movimiento, con letras que de tan
sacrílegas se convirtieron en verdaderas alabanzas
Tenía noción de que la esencia del
universo era musical.
H. A. Murena
Creyente
como soy, alguna vez me encontré con un disco y lo compré. Ahora gira de nuevo
en el reproductor. De las cualidades encontradas en este material está, es
claro, la belleza de las voces y su música. Pero un suplemento más profundo fue
el que me condujo a la comprensión de una frase del filósofo argentino H. A.
Murena. Tardé diez años en hallarle sentido. Fue gracias a la cantante de color
Mahalia Jackson que entendí. Desde entonces, cada vez, al escuchar Gospels
& Spirituals, sé algo más de la frase y del ensayo “Ser música” (La
metáfora y lo sagrado, de Murena), y voy siempre hacia las alturas: mis
sentidos se elevan y agradecido digo a Mahalia mis palabras. Ya la sola imagen
auditiva Góspel, por otra parte, me eleva; ya con el sólo hecho de proferir
Spirituals, advierto el nombre de la vieja cantante…
El
universo abierto desde la voz de Mahalia hacia la divinidad, hacia Dios, me
hace pensar en lo anodino de los cantos en el templo a donde voy a escuchar la
homilía dominical: esos cantos católicos de guitarra y panderos no logran
llevar a alguna parte; si uno ha escuchado a Mahalia Jackson, sabe que ella es
inspiradora: de la mano nos lleva a ofrecer nuestras alabanzas. No en balde
logró seducir a Donna Summer y la condujo al canto.
Donna
Summer había nacido en Boston, en 1948, un espacio puritano hasta la actualidad
y donde, posiblemente, en aquellos tiempos a la raza negra solamente se le
permitía cantar en sus iglesias. Ignoro, por cierto, el tiempo del encuentro
entre la joven Donna y Mahalia Jackson; no obstante, me resulta sencillo
imaginar la escena. “Dios crea nombrando, con ondas sonoras. Tampoco ignoramos
que el primer contacto de un ser humano con el mundo es la voz de la madre oída
en el vientre y que el oído es el último sentido que el agonizante pierde…”
—nos recuerda Murena y así debió haber sido el encuentro (el nuevo y el
antiguo), entre Donna y Mahalia.
Luego
de cantar en el coro de su iglesia, la joven Donna integró con sus hermanas
diversos grupos musicales; luego otro encuentro la llevó a conformarse en su
totalidad: la fuerza de Janis Joplin, combinada con la de Mahalia Jackson,
construyen lo que fue —y es— la reina de la música disco y el pop Donna Summer.
Torpemente,
y durante los años setenta, bailé en la disco las canciones de la cantante. Me
animaba —hasta lograr vencer mi timidez—, la sensualidad de la voz de la oscura
dama de la noche: con escucharla era yo otro y se me revelaba cercana: sentía
su magnífico cuerpo de ébano y me excitaba… eso me mantuvo en un predicamento:
entre el deseo y el pecado: creyente como soy, y educado en la religión
judeocristiana, mi suplicio estaba en la inducción terrible de la Iglesia
católica hacia la culpa. Lo que decidí, entonces, fue arrodíllame ante la
Summer y adorarla.
Su
educada voz de mezzosoprano y su exquisito cuerpo, me inclinaron a la
oscuridad. Bailé entonces en la pista con enorme fervor; mis primeras lecciones
en el baile las había tomado con John Travolta, y comencé a disfrutar, en
definitiva. La diosa lo pedía y, al tiempo descubrí que no me equivoqué, pues
“el arte es rito en el que la materia de la ofrenda es el propio oficiante”,
como indica Murena. Donna fue, entonces, la ocasión de volverme una ofrenda sin
saberlo del todo, pero fui su instrumento decididamente y el placer me sedujo.
Un pecador, sí, en eso me convertí desde entonces, y no me arrepiento ahora.
Sin embargo, fui hacia la felicidad. Después sabría que “el mayor esplendor del
arte surge de la mayor humildad espiritual y a ella reconoce…”.
¿Murena,
Mahalia, Donna, una trinidad de exquisita voluntad estética, de pensamiento, de
espiritualidad y de pecado? Quienes me conocen saben de mi devoción por la
música y el baile. Entre las artes, las más disfrutables son para mí la música
y el canto: la poesía total. El rito es un baile... La muerte de la Donna
Summer me duele aún (ocurrió 17 de mayo de 2012, Naples, Florida; tenía sesenta
y tres años), y me conforta escucharla y saber de su deleite por la música de
su raza.
Justo
en este instante descubro: GodSpell significa Dios anuncia.
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