Una de
mis primeras grandes confusiones sobre la ortografía se la debo a la lectura de
un puñado de poemas de Juan Ramón Jiménez, encontrados —como casi todo en mi
vida— por azar. La batalla que entonces libraba con esa parte de la gramática,
con el encuentro de los versos de Jiménez logró ser más ardua y me deparó
tardes y noches severas de preocupación. Sin nadie a quien consultar, tuve que
caer sin remedio en un laberinto (personal) de Dédalo, hasta que un ensayo
sobre la vida y obra del escritor nacido en Moger (Huelva, España), en 1881, me
aclaró todo.
Ahora
sería imposible recordar el nombre del autor de ese ensayo que me despejó la
duda sobre la ortografía en algunos poemas de Jiménez, y de quien es célebre
aquel texto donde “intelijencia” era para él, poeta y narrador, la
“inteligencia”, logrando uno de los primeros intentos de simplificación (por
eufonía, en este caso) del uso de las palabras en castellano.
¡Intelijencia!,
dame
el
nombre exacto de las cosas!
... Que
mi palabra sea
la cosa
misma,
creada
por mi alma nuevamente.
El
fragmento pertenece al libro Eternidades
(1918), y se ha nombrado a esta época de la producción de Jiménez como “la
intelectual”, en la que “adoptó un tono más intelectual, conceptista y
abstracto. En realidad, no puede decirse que dejara de ser modernista (toda su
vida creyó serlo) o que abandonara el simbolismo, que era su principal fuente
de inspiración poética y, en sentido profundo, la raíz de su visión del mundo.
Lo que hizo fue depurarlo, convertirlo en un simbolismo abstracto que se
concentra en la temática metafísica y epistemológica asociada a la tarea del
artista, a su misión en el mundo”, de acuerdo a la académica española Pilar
Mármol Jiménez.
Antes,
en 1914, había escrito una breve novela cuyo tema es singular, pues el
protagonista principal es un asno: Platero y yo, que a la postre es una de las
obras más conocidas y leídas del escritor, sobre todo por el público infantil,
aunque se ha insistido a lo largo del tiempo que debido a su complejidad
intrínseca: “No. Decididamente, no es Platero y yo un libro ni de niños ni para
niños. Por eso no consideramos adecuado recurrir a sus páginas —a ninguna de
sus páginas— para que los más pequeños vayan adquiriendo con ellas los
mecanismos lectores y desarrollando así su capacidad de comprensión, tal y como
en algunos momentos de nuestra historia escolar no muy lejana se ha venido
haciendo. Pero sí es esta una obra que puede ponerse en manos de adolescentes,
con objeto de despertar en ellos la afición por la lectura.”, como menciona el
filólogo Fernando Carratalá Teruel.
El
propio Jiménez insistió siempre en ello, y se negó a considerar su obra una
para niños. En su contra y a su favor podríamos decir que él mismo abrió su
mirada infantil para poder ver el mundo de los infantes y ello hace, entonces, que,
si bien no fue escrita para un público infantil, sí está el niño Juan Ramón y
su sentir…
“Este
breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de
Platero, estaba escrito para... ¡qué sé yo para quién!... para quien escribimos
los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una
coma.” (escribe Jiménez en el prólogo para la edición de la Biblioteca
Juventud).
Libro de estampas —o viñetas—, algunos lo consideran
un poema modernista en prosa, y quizás tengan razón, pues en casi toda su obra
Juan Ramón Jiménez empleó métodos circunscritos a lo que es menester en la
poesía: lo sensitivo. No obstante, lo cierto es que Platero y yo es una de las
obras más complejas y representativas de lo que llamamos ternura, es decir:
“Cualidad de la persona que muestra fácilmente sus sentimientos, especialmente
de afecto, dulzura y simpatía”, como indica casi cualquier definición en un
diccionario.
A
mi modo de ver, tanto los poemas de Eternidades
y Platero y yo se corresponden: hay
en el poemario una propuesta ortográfica desde el oído de los niños y en la
obra en prosa una mirada netamente infantil que no se contraponen en nada, sino
al contrario, hacen de Juan Ramón Jiménez un poeta y prosista muy revolucionario
y rebelde, de alguna manera. Logró grandes aportaciones a su generación, la
llamada del “27”, e influyó a los escritores de toda Hispanoamérica con su
literatura, ya que supo “extraer del lenguaje todas sus posibilidades rítmicas
y expresivas”, como ha dicho Carratalá Teruel, cuando habla del texto El loco, incluido en Platero y yo.
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