Tecalitlán
en la historia
René Chávez Deníz*
A
principios del siglo XX la vida diaria de Tecalitlan al inicio de esa centuria
transcurrió dentro de la armonía y de la convivencia: grandes kermeses y días
de campos compartían las familias de aquellas fechas. Desde luego esa
convivencia estaba marcada por los parentescos; pero aún a mediados del siglo
XX y por los años sesenta, era grande la interrelación de quienes moraban en
Tecalitlán.
Después
de esos años muchas familias emigraron principalmente a la ciudad de
Guadalajara, ya por trabajo, ya porque sus hijos tuvieran la oportunidad de
realizar estudios superiores, ya por ambos motivos.
Por
las calles del pueblo, adelantado ese siglo, quedaban cañas asadas, las cuales
caían de los camiones en que eran transportadas rumbo a los ingenios.
Cuando
la caña era quemada en las cercanías el tizne volaba y caía por doquier, pero
la incomodidad que eso causaba era compensada; con alegría se escuchaba el
silbato de la Guadalupe, el ingenio cercano al pueblo que anunciaba el inicio
de la zafra y con él la actividad de muchos tecalitlenses que después, la fin
de la semana irían a las oficinas de don Gonzalo Ochoa allá por la calle Ponce
de león a recibir su salarios y a armar grandes bullas entre tanto les tocaba
su turno de cobrar.
Hacia
la purísima y Santiago se encaminaban otros muchos tecalitlenses: mecánicos,
carpinteros, jornaleros, administrativos, etc. Salían a cumplir con sus
labores, en la fábrica en el campo.
Toda
la temporada de zafra era de bullicio en Tecalitlán. Las personas
principalmente los sábados acudían a comprar y en los establecimientos de
Gabriel Pérez, Manuel Abarca, José Flores, Los Barajas, etc. O en las
carnicerías de Llorente, Rafael Navarrete, Antonio Cabadas, etc. La clientela
se agolpaba.
Era
tradición en Tecalitlán el reparto del pan de San Antonio, los martes en la
misa de la mañana en el templo de Tercera Orden. También la misa de los niños,
los domingos a las 8 de la mañana, en el templo parroquial era tradicional.
Otra
costumbre era la de barrer la calle: a temprana hora, las mujeres barrían casi
siempre con escobas coloradas y luego regaban el arroyo de la calle en el tramo
correspondiente a su finca.
Se
acostumbraba muy de mañana ir al molino de don Margarito Casillas, donde
también estaba la planta de la luz por la calle Victoria a moler el nixtamal.
Comprar
el pan era casi un ritual se iniciaba el desfile de los panaderos por los
tendajones y, a poco rato las señoras iban apareciendo para adquirir los
tostados, pasteles, empanadas, cortadillos, conchas etc.
Respecto
al luto este era rigurosamente guardado, al morir alguna persona, las puertas
de la casa eran cerradas. Las mujeres vestían de negro, mínimo un año y después
iban vistiendo ropas grises o de combinación de negro y blanco hasta que podían
de nuevo usar la ropa de otros colores.
Llegaba
diciembre y alrededor del jardín se instalaban las terrazas y juegos mecánicos
armando una barahúnda fenomenal. Los bailes en el edificio del sindicato, en la
ganadera, las peleas de gallos por lo general en el local de la ganadera, por
madero; las corridas de toros en cuya plaza llegaron a alternar figurones del
toreo, llenaban de alegría los días de Tecalitlan, aunque a veces las fiestas
se enlutaron debido a peleas con resultado de algún muerto. ¡recordar es vivir!
*Cronista
Municipal de Tecalitlán.
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