Fernando
G. Castolo*
Los
libros son la pasión incurable de la vida, dice nuestro cuasi paisano Francisco
González Guerrero; y los cuentos de Manzano nos permiten adentrarnos a una
parte esencial de nuestra identidad, porque son inspirados en personajes,
entornos y consejas de una realidad inmediata. Lamentablemente, nuestra barca
llega a zozobrar en muchas ocasiones, porque estas lecturas nos hacen soñar y,
a veces, hasta se sufre, pero la lectura de una nueva historia nos permite
solazarnos en un oasis donde logramos descansar. Estas son las sensaciones
diversas que despiertan, en un lector sensible, las propuestas creativas de
Salvador Manzano Anaya.
Cada
cuento o relato incluido en este volumen se van convirtiendo en un objeto de
veneración, y nunca se tendrá el valor para desterrar a alguno; porque,
finalmente, este libro, como cualquier otro, no es un veneno que mata el germen
de toda celebración en los lectores, al contrario, más bien es opio que enloquece
como yerba portentosa. Tomemos como ejemplo al Don Quijote para resolver esta
cuestión, dado que es posible que en su lectura logremos discernir si se volvió
loco de leer tantos libros, o si, gracias a ellos, pudo realizar las hazañas
más memorables que vieron pasados siglos ni esperan ver los venideros.
La
lectura de muchos libros, por el contrario, no disminuye la capacidad de pensar
por cuenta propia, como tampoco impide la libre efusión de los sentimientos.
Los cuentos de Manzano bien pueden ser un estímulo a las ideas o a las
emociones que ofrecen canalización y, algunas veces, moldes adecuados para
encauzar esos sentimientos. La soñada pasión y el dolor presentido pugnan por
manifestarse en los libros favoritos; y este libro está invitado a convertirse
en ese objeto de veneración, porque hay en él el nacimiento de una vocación y
la consolidación de un escritor.
El que
comienza a escribir suele hacerlo sin sujeción a ningún modo consciente, sin
conocimiento de reglas, buscando en las lecturas adolescentes que nos agradan
modelos a seguir, tratando de darle un sentido a lo que se descolla desde el
interior; y así pasa igual con toda manifestación creativa. Algunos, pronto
publican esos bosquejados intentos de literatura y nos permiten ver su natural
desarrollo en el tiempo, su crecimiento en técnicas; en cambio, otros no se
atreven a mostrar lo que realizan, maduran esos viejos apuntes y, un buen día,
nos dan la sorpresa de lo cautivo de su pulida escritura. Creo que en ambos
casos se oferta validez y se observa honestidad, porque lo que se realiza con
la genuina gota de la honestidad siempre trascenderá.
Me
imagino a Salvador, en sus inicios, escribiendo aquello que exige de su
impericia el mínimo esfuerzo; después, una vez que se despertó en él un sentido
vocacional, quiso ver su artesanía reunida en un libro y, quizá, en ese momento
se cuestionó ¿cómo formar, con elementos disímiles y, a veces contrapuestos, un
todo coherente y expresivo que mostrara una identidad particular? Y cuando
logró la respuesta, todo adquirió lógica y se dio cuenta de que ya es un
escritor con caracteres sólidos y bien definidos. Los cuentos de Manzano
guardan una íntima relación con la regia personalidad de su creador: afables,
irónicos, sarcásticos, mansos, asistidos de alma y de orgullo por lo que se es
y se tiene; pero, sobretodo, están cargados de esa sinceridad de espíritu y
condescendencia hacía con algo sagrado que es la amistad. Ahí radica la esencia
del libro, por ello se dice, en muchas ocasiones, que son nuestros hijos,
porque también están enriquecidos con los genes que les hemos heredado. Y hoy
celebramos este alumbramiento.
Debo
de ser honesto y decirles que en mi vocación no aparece ni la literatura ni,
mucho menos, la crítica literaria; ambas cosas me fueron negadas y, quizá, por
ello admiro la belleza de las letras y la forma en cómo cautivan al lector. El
sur de Jalisco es rico en creadores literarios desde hace varios siglos y me
agrada ver que esta tradición se consolida al paso de los años. Reconozco, como
siempre lo he hecho, la etopeica labor del maestro Ricardo Sigala, quien ha
nutrido con sapiencia y paciencia este renovado, renaciente y renacentista
episodio literario en la vida de Zapotlán; y, en los cuentos de Manzano, se
rinde tributo a esta tarea tallerística en torno a las letras.
Me lo
dijo, casi como un acto confesional: “hay un cuento inspirado en tu persona, se
llama ‘El cronista’…” Fue el primero que leí, quizá por morbo o, quizá, por
cierta egolatría, no lo sé, finalmente me declaro un simple ser humano. Los
cuentos de Manzano los fui abordando conforme mi estado de ánimo o el tiempo
disponible me lo permitieron, de tal suerte que no hubo un orden, simplemente
donde habría el libro iniciaba una nueva aventura. Y, al final, después de
degustar su contenido, me quedé con las propias palabras introductorias de
Salvador: “Nunca pienso en lo difícil que puede ser algo: sino en cómo lograrlo”
… Eso es más que inspiracional y justifica todo lo que se desee escudriñar en
torno al autor y su obra.
Me
felicito por esta coincidencia de la vida, porque encuentro en Salvador Manzano
Anaya el mejor homenaje que podemos hacerle a la vida: realizar una labor
creativa con honestidad… para mí eres un ser trascendente y eso lo celebro.
Gracias por este hermoso regalo que hoy nos compartes; por este caminar por el
gran sueño regional. Mi admiración, respeto y reconocimiento a Salvador y mi
invitación a la lectura de sus cuentos.
*Cronista
de Zapotlán el Grande.
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