Cine
sin Memoria
José
Luis Vivar
A don
Salvador Toscano (1872-1947) se le considera pionero mexicano del Cine Mexicano
y uno de los primeros documentalistas. Aunque decir eso, es limitar su talento,
pues su visión empresarial con el novedoso invento de los
hermanos Lumière -presentado en nuestro país en 1896-, hizo que un
año más tarde inaugurara en la calle Plateros (hoy Francisco I Madero) de la
ciudad de México, El Lumière, uno de los primeros salones para la proyección de
vistas, como se le llamaba entonces.
De profesión ingeniero topógrafo,
don Salvador no tuvo problemas en cambiar el famoso Teodolito por una cámara de
cine. Una cámara de bastante peso que sería su compañera en los próximos veintitantos
años en que se dedicara a recorrer el país para registrar personajes y
acontecimientos. Así que combinando su actividad como camarógrafo y empresario
-abrió más salones en diferentes estados-, se dedicó a viajar, y el resultado de
todos esos recorridos fueron cientos de cintas que muestran desde los últimos
años de la era Porfiriana, hasta los tiempos de la Revolución Mexicana, así
como otros temas de la vida cotidiana en la era del cine silente.
A la muerte de don Salvador, su hija
Carmen realizó una edición con parte de ese material para presentar Memorias
de un mexicano, en el año de 1950. Para hacerlo atractivo al público
inventó un personaje que cuenta su vida y narra desde finales del siglo XIX, hasta
las primeras décadas del nuevo siglo. Dicho personaje es solo una voz, y quien
le da vida es el inolvidable Manuel Bernal.
En el mencionado documental se
presenta un fragmento que no alcanza ni los dos minutos de duración (puede
verse en https://www.youtube.com/watch?v=ras37VrdEJo), que muestra las Fiestas
Josefinas de Zapotlán el Grande (hoy Ciudad Guzmán), narrando visualmente una
breve historia: el arribo del ferrocarril a la estación; una panorámica de la
población. Más tarde se observan el Jardín Principal y algunos de los Portales.
Posteriormente somos testigos de una multitud que inunda las calles, lo cual
corresponde al 23 de octubre. Por cierto, casi la totalidad de los caballeros
llevan sombreros al estilo Emiliano Zapata. Enseguida aparece el desfile de las
tradicionales Andas, con carros alegóricos decorados con temática bíblica; y
aunque el lente de la cámara de don Salvador no puede hacer acercamientos sí
podemos distinguir los rostros de esas personas -niños, muchachas y jóvenes-,
que ignoran a quien les está filmando, o apenas si voltean.
El segmento fílmico cierra con las
cuadrillas de sonajeros que son animados por tamborcitos y chirimías. Ante la
cámara algunos indígenas con indumentaria mesoamericana se mueven con ritmo, y
a pesar de la danza autóctona que se agregó a la banda sonora, sabemos que no
es ni remotamente la que hasta en nuestros días se escucha en todos los
rincones de Zapotlán el Grande.
La fecha en que se filmaron las Fiestas
Josefinas son variables; algunas fuentes señalan 1902 y otras 1906. Eso no importa;
lo más rescatable es que de forma espontánea se pudo rescatar la esencia de esa
celebración ancestral, tan significativa para sus habitantes de ayer y de hoy.
Quedan esas imágenes para la eternidad, como toda la obra que comprende las Memorias
de un mexicano llamado Salvador Toscano.
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