Tengo
miedo del encuentro con el pasado
que
vuelve a enfrentarse con mi vida,
tengo
miedo de las noches que pobladas
de
recuerdos encadenan mi sufrir,
pero
el viajero que huye
tarde
o temprano detiene su andar…
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Borges
advierte en su libro Fervor de Buenos
Aires (1923), la pérdida de algunas costumbres y a la vez las retoma como
tema en sus poemas. De alguna forma esos mismos fondos son tratados en casi
toda la discografía de Carlos Gardel y son, a la vez que tópicos, retratos de
las tradiciones de un tiempo —ahora ya perdido— y ofrecen un registro de las
formas de vida de Buenos Aires, cuya transformación, ya iniciado el siglo XX,
se dejaba sentir y se vivía de una forma intensa; hecho que se extendió hasta
la primera mitad del siglo pasado y no solamente ocurrieron en el cono sur,
sino en todas las capitales latinoamericanas, debido, sobre todo, a la
migración de las sociedades rurales hacia la ciudad —donde seguramente
encontraron una mejor forma de vida.
Los
nuevos pobladores se convirtieron, entonces, de campesinos a obreros, logrando
realizar la evolución no únicamente de la sociedad, sino de las propias
metrópolis…
En
primera persona Jorge Luis Borges describe calles y plazas y espacios que
existían todavía en los años veinte (El pastito precario/ desesperadamente
esperanzado/ salpicaba las piedras de la calle/ y divisé en la hondura/ los
naipes de colores del poniente/ y sentí Buenos aires); pero mientras Borges lo
hace de forma íntima, Carlos Gardel documenta —sin proponérselo— el bullicio de
los barrios de bonaerenses. Ambos puntualizan detalles precisos en algún
momento; sin embargo, es Gardel quien nos deja ese dramatismo de la gente,
peculiar de los tangos y con ello transmite un testimonio de la vida de esos
tiempos, que va de 1900 hasta 1935, cuando el cantante muere en un accidente
aéreo el 24 de junio, en Medellín, Colombia.
Muchas
veces Gardel se despidió y su perenne huida un día se convirtió en himno:
Adiós
muchachos compañeros de mi vida,
barra
querida de aquellos tiempos,
me
toca a mí, voy a emprender la retirada,
debo
alejarme de mi buena muchachada.
Adiós
muchachos, ya me voy y me resigno,
contra
el destino nadie la talla;
se
terminaron para mí todas las farras,
mi
cuerpo enfermo no resiste más…
EL BARRIO Y LA CIUDAD
De
nacionalidad incierta, Carlos Gardel fue para muchos un argentino… quizá lo
cierto es que fue un ciudadano del mundo, de quien se dice nació el 11 de
diciembre de 1887 —o 1890— tal vez en Toulouse (Francia) o en Tacuarembó (Uruguay).
Nacionalizado argentino, en realidad fue un empedernido bonaerense, a quien el
mundo le celebró hace unas semanas sus ciento veinte aniversarios.
Nadie
como Gardel describió la barriada y la ciudad. Bastó para él su voz y su
guitarra para fijar en la memoria colectiva un tiempo, una cierta sociedad con
su idiosincrasia y su constante transformación. Su voz fue en realidad un
lamento. Cantó a la vida y a las pérdidas de esa vida. Cantó al amor y a la
ciudad. Y nos dejó la terrible añoranza por unas ciudades distintas, ahora ya
borradas…
Como
en México Agustín Lara, Carlos Gardel miró la vida de una ciudad esplendorosa y
a punto de entrar en una decadencia que sobrevive hasta la actualidad. Pero
bien pudo ser Nueva York, París o Madrid donde la vida bullía. Los mejores
momentos de las grandes ciudades del mundo, sin duda, fueron durante las
primeras décadas del siglo pasado. En la primera mitad del siglo XX se
extendieron, ricas y candorosas. Había en ellas la prosperidad y el brillo. La
modernidad las alimentaba y fueron diversas y se abrían con un rostro
cosmopolita que dio un matiz a su tiempo, logrando el hipnotismo de la novedad.
Hubo, entonces, esplendor citadino. Luego esa misma modernidad se las tragó
lentamente y la mordedura del hechizo las llevó a convertirse en iconografías
bien dibujadas, pero luego con el paso del tiempo sus luces se fueron apagando.
En la actualidad pocas ciudades en el mundo conservan el encanto que alguna vez
tuvieron. Buenos Aires, Ciudad México, París, Nueva York o Tokio, ya se han
desdibujado con el tiempo y han perdido las particularidades que las hicieron
distintas. Hoy la globalización ha logrado borrar sus rasgos. Sin embargo, hay,
eso sí, espectacularidad en sus vidas; mas ese sello un día distintivo se
perdió para siempre. Ya no tienen quién les cante, quién las eleve: quizás
porque los gobiernos actuales ya no se interesan en las sociedades ni en las
ciudades, y la gente no se interesa ya en su entorno: vivimos la eterna
decadencia social y humana.
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