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lunes, 25 de noviembre de 2019

En los cielos de la aldea








A Fanny Enrigue



Un corazón sensible ama los valores frágiles.
Comulga con los valores que luchan, con la débil luz
 que enfrenta las tinieblas.
Gastón Bachelard




La lectura de Xavier Villaurrutia en vida y en obra, de Octavio Paz, me llevó al descubrimiento de Gastón Bachelard; la inmediata adquisición de sus libros apenas una entrada a la librería; no así su lectura que he venido realizando con la lentitud necesaria que exige una obra tan delicada y exquisita.




Más que leerse, los textos de Bachelard solicitan experimentarse: están ligados a las fuerzas de los elementos visibles e invisibles, tangibles e inmateriales: El agua y los sueños, El aire y los sueños, La poética del espacio, La poética de la ensoñación y La llama de una vela (su último libro publicado en vida —la mayoría han sido editados por el FCE), son prodigios verbales al servicio de las visiones de un auténtico alquimista, un visionario, un poeta. Ciencia y poesía en todo caso se unen en una sola persona.

Hace al menos treinta años me uní al universo de Bachelard, y durante todo ese tiempo nunca vi una imagen de él, sino hasta el 16 de octubre de 2012, fecha en que se cumplieron cincuenta años de su desaparición —murió en París en 1962.

Gastón Bachelard nació en la comuna francesa de Bar-sur-Aube, en la Champaña-Ardenas, departamento de Aube. Hacia el final del siglo XX apenas contaba con una población de seis mil 271 habitantes, de tal manera que cuando vino al mundo Gastón Bacherlad (el 27 de junio de 1884), debió haber sido una pequeña aldea perdida. En ese lugar se libró una batalla histórica en 1814: la batalla de Bar-sur-Aube, entre los ejércitos de Francia y Austria, donde resultó victorioso Jacques-Joseph MacDonald. Una visita al poblado a través de la web nos ofrece algunas de las razones de porqué Bachelard cultivó su pensamiento e imaginación tan especial y específica: magníficos cielos, estupendas corrientes de aguas y unos paisajes maravillosos: con campos amplios y silenciosos, enmarcados por edificaciones de piedra esplendorosas…

Todos los elementos descritos propiciaron su imaginación de nigromante. Le faltaba la ciencia y hacia ella fue en determinado momento de su vida, únicamente —quizá— para comprobar que su imaginación no lo conducía a la locura.

Aldeano como fue, sus componentes creativos están circunscritos a lo hallado al despertar cada mañana, y en lo profundo de la noche. Digo que solamente quienes conviven o nacieron en espacios como los de Bachelard logran más que entenderlo, vivenciarlo, pues es claro: las obras bachelardianas no son objetos literarios para entenderse, sino para valorarlos desde la experiencia vital.

De algún modo a Bachelard hay que presentirlo sobre todo en la infancia, o en todo caso aislarse del mundo moderno para comprender la magnitud de su trabajo. En último caso, y quizá resulte obvio, tener un espíritu de poeta. Estoy seguro en afirmar: en cada rapsoda hay un aldeano, un solitario cuya voz es la que percibe y nombra lo que no es posible para el resto de los integrantes de la comunidad.




Son un presentimiento, una adivinación, un sueño comprobado a través de la ciencia (también nos dejó libros sobre el tema: La formación del espíritu científico). Gastón Bachelard es un ensoñador y, por ende, un poeta siempre. Un pensador y un sabio. Un antiguo filósofo escondido en las montañas, y un adivino a quien se acude para consultarle. Arriba de los pinos, en el aire de la cordillera, en las aguas del río, en el bosque y en los cielos: allí descubrí al hechicero.

En las ciudades es complicado comprender las ocupaciones de Bachelard, o en los altos edificios. No obstante, estamos obligados a efectuar los experimentos imaginativos, las percepciones bacherlardianas en todo punto posible, pues allí se halla el secreto: en los espacios invisibles: la poesía se oculta en los rincones.

Nunca había visto la imagen física de Bacherlard: siempre lo imaginé dinámico y con el cabello corto, sin barba y eternamente joven. Lo supuse amante del jazz y de la vida citadina: lo miro y me sorprendo. Es la viva imagen de un Merlín.

Aldeano como soy, siempre anhelé vivir en las ciudades. En las urbes, sin embargo, no se logra tener —con facilidad— pensamientos sencillos, cercanos al sueño y a la poesía.



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