Martha
Catalina Álvarez Godoy
Sin
duda, en algún momento nos hemos encontrado con personas que a toda costa
quieren llamar la atención de los demás, trátese de eventos sociales, en el
trabajo, familia, escuela, iglesia o comunidad. Hacen hasta lo imposible por
convertirse en el centro de todas las miradas, en ocasiones, suelen portar
atuendos extravagantes, adornan su cuerpo con esa finalidad, dicen algo
pretendiendo ser divertidos o se hacen los graciosos, también suelen
interrumpir constantemente cuando alguien está hablando, principalmente contra
aquellos considerados como una amenaza a su persona, se sienten desplazados o
minimizados, según su criterio.
Actúan
bajo la influencia de prejuicios e inseguridades personales que no sólo los lastima
y hace sufrir todo el tiempo, sino que, hasta llegan a considerarse con poca
valía; la frustración se apodera de ellos cuando no lograr protagonizar o
monopolizar toda ocasión en la que se encuentran. Como respuesta, se observa en
su persona, molestia, envidia, gestos de antipatía o rechazo hacia quien tuvo
la osadía de quitarle el lugar. Al sentirse excluidos, se empeñan con mayor
insistencia en acaparar nuevamente la atención de los presentes, comportándose de
forma imprudente y molesta si no se les hace caso, parece que tales actitudes
las aplican con el propósito de fastidiar a quien le ignoró en otro momento.
Afirma
Travis Bradberry en su libro “12 hábitos de la gente segura de sí misma…” la
gente suele alejarse de aquellos individuos que se esfuerzan por llamar la
atención, las personas seguras de sí mismas no pretenden ser el centro de
atención.
Cabe
preguntarse, qué se puede hacer en casa, cuando alguno de los hijos muestra
este tipo de conducta o complejo, sin lastimar su dignidad como persona; cómo
ayudarlo a comprender los valores de igualdad, derecho a ser, recibir atención,
afecto, expresar lo que siente y piensa, así como el derecho y dignidad de los
demás miembros de la familia a beneficiarse con los mismos privilegios.
Es
común, que el individuo pase por la etapa del egocentrismo en la infancia
durante el proceso de desarrollo y también que se presenten ese tipo de rasgos
de personalidad mencionados en los párrafos anteriores; en algunas
circunstancias, cuando se tiene un interés específico por lograr algo o captar
la atención de alguien con la intención de iniciar una relación, es habitual.
Se
considera como una anormalidad en éste, que, en la fase como adulto, aún prevalezcan
todo el tiempo, tal vez, fueron adoptados como algo propio y forman parte del
estilo personal o porque tras ese escudo, se esconden conductas de inseguridad
sin superar en la niñez y adolescencia, que ahora, sólo son responsabilidad del
mismo sujeto manejarlos, controlarlos o eliminarlos de su vida, por el efecto
negativo que en él produce.
Pero
si para la persona actuar de esa manera es algo normal, un derecho que le
corresponde, probablemente, será difícil reconocer y aceptar, que se trata sólo
de miedos y prejuicios personales, que lo hacen sentirse inferior con los demás
y por eso la eterna competición al momento de relacionarse. Competir con uno mismo
es bueno, sobre todo cuando se tiene la intención de mejorar en todos los
aspectos: Personal, social y laborar, para superar dificultades que nos impiden
alcanzar las metas propuestas.
En
la escuela, corresponde a los maestros, orientar a los alumnos en relación a
las posturas descritas; propiciar la participación de todos los miembros del
grupo en las actividades que se organizan; con la finalidad de promover del
área del desarrollo personal y social, confianza y seguridad en cada escolar,
principalmente, cuando se manifiestan los mismos protagonistas durante las
clases. Es ardua tal labor, debe cuidarse herir susceptibilidades, provocar
frustraciones por tener que frenar constantemente esas conductas y solicitar la
autorregulación a quienes las ejercen, es necesario para evitar la formación de
adultos acomplejados.
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