Fernando
G. Castolo*
Corren
los últimos años del siglo decimonónico y los primeros del veinte, y la antigua
Zapotlán el Grande parece estar en su mejor momento al experimentar un
florecimiento comercial y cultural como nunca se había dado. La ciudad luce
amplia y limpia; y en la trama urbana aparecen edificios monumentales, tanto
por su arquitectura como por su volumen, que modifican aquel aspecto
provinciano e impregnan un aire de modernidad. También los pobladores modifican
su forma de vestir y atrás han quedado los pantalones de manta de los hombres y
los rebozos de bolita de las mujeres. Uno de los principales impulsores de este
fenómeno es el encargado de la mitra local desde 1895, don Silviano Carrillo y
Cárdenas, hombre cauteloso y visionario que supo encauzar las fortalezas de una
sociedad pujante en beneficio del progreso y la ilustración.
Eran
las haciendas diseminadas en la región las que proveían de todo lo necesario
para modificar el estilo de vida de los guzmanenses. El comercio y la industria
se habían favorecido sobremanera con la introducción del ferrocarril en 1901,
lo que hizo más atractiva la plaza por ser punto ombligar entre la capital
jalisciense y el puerto de Manzanillo.
En
septiembre de 1906 se inaugura el regio parque Juárez, en donde se erige un
monumento al “Benemérito de las Américas”, en el marco del primer centenario de
su natalicio. Tiempo atrás, en 1853, se había levantado uno similar al héroe de
la Independencia Nacional, don Miguel Hidalgo y Costilla, con el mismo
pretexto.
Nadie
se imaginaba en ese momento que una nueva gama de nombres aparecerían en el
plano nacional con el mote de héroes, a los que se impulsaría para su honra en
los años subsecuentes a 1910.
Ante
el hartazgo de unos cuantos acaudalados terratenientes, ávidos de poder, la
dictadura porfirista empieza a tambalear, para dar paso a nuevos criterios de
gobernabilidad que habrían de encauzarse a partir del manifiesto del Plan de
San Luis, que lanza Francisco I. Madero contra el gobierno de Díaz y, como
consecuencia de ello, el estallamiento de la llamada Revolución Mexicana a
partir del 20 de noviembre de 1910.
Esa
sacudida social pareciera que se vino como ola hasta Ciudad Guzmán, donde se
registra un importante movimiento telúrico, que casi destruye la población y la
deja desolada, el 7 de junio de 1911, recibiendo oportunamente los servicios de
la recientemente fundada Cruz Roja Mexicana, al tiempo en que finalmente es
derrocado Porfirio Díaz, y toma las riendas del país don Francisco L. de la
Barra. A partir de ese momento los diversos grupos que aparecen en el plano de
la política dentro del territorio mexicano se disputan la presidencia, la que
consiguen con la sangre de muchos connacionales que se dedican a hacer el
trabajo sucio.
Para
1912 se inaugura el edificio de la nueva sede del gobierno municipal, en el
flanco oriente de la plaza principal, donde se encontraban las antiguas
cárceles. En el plano nacional aparecen las destacadas figuras de don Pascual Orozco
y Félix Díaz, quienes luchan contra el gobierno constitucional a fin de
salvaguardar sus intereses personales revestidos con los intereses de la
patria, trayendo como consecuencia el asesinato del presidente Madero y el
vicepresidente Pino Suárez, en febrero de 1913, año en que Ciudad Guzmán queda
envuelta en tinieblas tras la erupción del volcán de Colima, haciendo que sus
pobladores enjuguen sus lágrimas de fragilidad humana postrados ante la
taumaturga imagen del patriarca San José, patrono de la ciudad contra los
temblores desde 1749.
En
1914 llega a Ciudad Guzmán el primer jefe de la revolución constitucionalista
don Venustiano Carranza, el “caballero azul de la esperanza”, quien es recibido
con elocuente discurso pronunciado por el joven literato Guillermo Jiménez, al
tiempo en que nuestro ilustre coterráneo publica su primera obra, una minúscula
plaqueta que lleva por título ¿Quién es el autor de la “Imitación de Cristo”?
Ese
mismo año se construye el emblemático Palacio de los Olotes, del cual se dice
que fue costeado con la venta de los olotes de la cosecha de un año, edificio
de corte ecléctico, diseñado por el arquitecto Guillermo de Alba para albergar
en él la sede del Poder Ejecutivo siendo gobernador del Estado el general
Manuel M. Diéguez, quien decide establecerse provisionalmente en Ciudad Guzmán
a través del decreto número 54. Este mismo hecho fue impulsado por el propio
Diéguez al año siguiente, mediante el decreto número 60.
A
inicios de 1915 una nueva tragedia, de dimensiones nacionales, se suscita en la
región; se trata del fatal descarrilamiento de la Cuesta de Sayula, donde
perecieron más de trescientas personas, mientras varios de los heridos eran
atendidos en el hospital San Vicente de Ciudad Guzmán. Sobre este episodio,
Arreola escribió:
“…
En la Cuesta de Sayula han ocurrido muchas muertes y desastres, sobre todo dos:
el descarrilamiento y la batalla de 1915. La batalla la ganó Francisco Villa en
persona, y a los que lo felicitaron les contestaba: ‘Otra victoria como ésta y
se nos acaba la División del Norte’. Les dio a sus yaquis de premio quince días
de jolgorio en Zapotlán, a costillas de nosotros. El descarrilamiento también
lo perdió Diéguez, y es el más grande que ha ocurrido en la República, con
tantos muertos que nadie pudo contarlos. No se perdió mucha tropa porque el
tren iba atestado casi de puras mujeres, galletas y vivanderas, la alegría de
los regimientos. Nos habían saqueado bien y bonito, y los carros repletos de
botín se desparramaron por el barranco. Para qué le cuento, todo aquel campo
estuvo un año negro de zopilotes…”.
Sobre
la batalla que se comenta en esta cita, el historiador Federico Munguía
Cárdenas, basado a su vez en lo escrito por Esteban Cibrián, señala que: “el
general Villa y su ejército entraron a Ciudad Guzmán hasta el viernes 19 de
febrero (después de hacerse suscitado y ganado la batalla). Lo primero que hizo
Villa fue convocar al pueblo para designar autoridades municipales, nombrando
al Lic. Mauro Velasco, Presidente Municipal. Los villistas fueron bien
recibidos por el pueblo. Las casas de campo y solares urbanos fueron
convertidos en cuarteles. En los barrios se improvisaron restaurantes. Pagaban
con bilimbiques azules. Cada soldado se identificaba por una banda roja que
portaba en el brazo derecho… a ellos se les oyó cantar por primera vez la
canción La Adelita”.
Por
otro lado, la inestabilidad que el país vivía no permite que el comercio y la
industria fluyan de manera favorable, lo que provoca un colapsamiento
irremediable de varias casas y establecimientos que se jactaban de contar con
una tradicional presencia en la ciudad. Aun así, las autoridades le apuestan
con todo para iniciar los trabajos del edificio que habrá de albergar al
comercio ambulante, mismo que se emplaza en la antigua plaza del Mercado, junto
al Parián, a espaldas del majestuoso templo parroquial.
Para
1916, año en que Ciudad Guzmán ya se encuentra bajo el dominio de los
carrancistas, quienes toman para sí muchas fincas y edificios diseminados en
diversos puntos de la trama urbana, nace la célebre compositora Consuelito
Velázquez, hija de don Isaac Velázquez, un importante jefe militar a las
órdenes de don Venustiano. En este mismo año, en la Ciudad de México, se funda
el diario “El Universal”, teniendo entre sus colaboradores y dirigentes al
destacado coterráneo don José Gómez Ugarte quien se distinguió, además, como un
importante escritor en la época.
En
la ciudad de Querétaro, en 1917, el Presidente de la República ha convocado a
los diversos representantes de la nación para que estudien, analicen y aprueben
la nueva Constitución Política que habrá de darle pulso y orientación al
desarrollo del país, en base a los criterios imperantes en la época; dentro de
ese selecto grupo de hombres un guzmanense estuvo presente y firmó al calce el
histórico documento, el diputado de distrito don José Manzano Briseño, quien
hiciera una brillante carrera dentro de las filas constitucionalistas.
1918,
se pinta como un año acrisolado para Ciudad Guzmán, puesto que una mente
prodigiosa mira la luz primera en este rincón de la geografía nacional, se
trata del escritor Juan José Arreola, quien vino a revolucionar,
verdaderamente, el estilo de las letras mexicanas, otorgándole una novedosa y
fresca dimensión universal, desmitificando las obras de corte costumbristas y
de ambientes rurales, que aparecen en la llamada época postrevolucionaria.
El
guzmanense José Clemente Orozco, ha encontrado en la tragedia de la Revolución
Mexicana, cierta comicidad impregnada de un humor negro, lleno de sátira, que interpreta
a través de sus murales y cartones periodísticos, escandalizando a la clase
política imperante en el país, dado que sabe combinar perfectamente su arte con
una inteligente crítica, que es claramente asimilada por las masas populares.
Para
1920 con el Plan de Agua Prieta se desconoce al presidente Carranza, quien
termina siendo asesinado en Tlaxcalantongo, ocupando su lugar de manera
provisional Álvaro Obregón, episodio que da por terminado todo un ciclo de dos
lustros que determinó el rumbo que habría de tomar a partir de ese momento la
nación mexicana, dando inicio con ello a la llamada “segunda revolución”.
Mientras
tanto, en Ciudad Guzmán, se vive una verdadera fiesta, cargada de gran
religiosidad, dado que se promueve la consagración del alcázar josefino, en el
marco del cincuenta aniversario del patrocinio de San José sobre la Iglesia
Universal.
En
los años subsecuentes la inestabilidad en el país continuaría, agudizándose
sobre todo con la guerra cristera, cruel enfrentamiento entre la Iglesia y el
Estado; entrándose, finalmente, a una relativa paz nacional a partir del
sexenio presidencial del general Lázaro Cárdenas del Río, quien fortalece la
tan anhelada igualdad social que fue la máxima en el movimiento revolucionario,
al repartir las grandes extensiones territoriales, en manos de los hacendados,
entre los campesinos y hacer tangible la célebre frase que abanderó la causa
del general Emiliano Zapata: “la tierra es de quien la trabaja”.
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