Cine
sin Memoria
José Luis Vivar
Desde
hace muchos años el nombre de Rambo es sinónimo de elevadas dosis de
testosterona, violencia, armas sofisticadas y justicia personal. Desde aquella
primera aparición en Rambo (First Blood, Ted Kotcheff, 1982), el personaje llamó
la atención en todo el mundo, por la forma de responder al sistema
norteamericano que lo entrenó, le enseñó a matar, pero que cuando regresó de la
guerra lo desprecia y lo ataca, como el Dr. Frankenstein a su criatura.
La historia de este ex
combatiente está basado en la novela First Blood de David Morell, cuya
publicación en 1972 llamó la atención de estudios y productores que pensaban
llevarla a la pantalla. Sin embargo, tuvieron que pasar diez años para que el
proyecto del ex combatiente de Vietnam tuviera nombre y apellido: Sylvester
Stallone, cuya imagen se convertiría en el arquetipo del anti héroe.
A ese debut le siguieron Rambo II (First
Blood II, George P. Cosmatos, 1985), Rambo III (Peter McDonald, 1988); y
después de un prolongado silencio volvió con Rambo IV: Regreso al Infierno
(Sylvester Stallone, 2008). En síntesis la trama de cada una de estas cintas presenta
al famoso personaje en diferentes escenarios donde debe enfrentar peligrosos
enemigos de otros países. Aunque la excepción es la primera cinta, donde el
sheriff de un pueblo no lo quiere porque tiene apariencia de hippie y de
vagabundo, una extraña combinación que no más que un pretexto para alejar a un
extraño que no encaja en su comunidad.
Y pareciera que la fórmula se
terminaba. Stallone estaba inmiscuido en otros proyectos que le habían dado
mejores resultados como la trilogía de Los Indestructibles o la saga de Creed
I y Creed II. Aun así, deseaba cerrar el círculo de lo que había
iniciado, y para lograrlo se propuso encontrar una historia adecuada, sobre
todo a la edad que representaba después de más de treinta años. Una tarea ardua
que le tomó más tiempo de lo que él esperaba. Y se le creía porque en sus
cuentas de redes hacía comentarios al desarrollo de esa historia que sería la
más personal de todas de las que hasta entonces había hecho.
Fue como por fin llegó Rambo Last
Blood (Adrian Grunberg, 2019), cuya historia se centra en la vida del ex
combatiente en un rancho de Arizona, donde se le observa cansado y decidido a
olvidar su vida en las guerras que sostuvo. El detonante que lo hace volver a
las armas y a todo su arsenal es cuando unos tratantes de blancas y
narcotraficantes secuestran a su sobrina.
La hiperviolencia es sinónimo de
Rambo, y aunque es inconcebible que un solo hombre sea capaz de combatir contra
decenas de criminales, en esta fábula de acción todo puede ser posible. Del
armamento más sofisticado a las armas más primitivas como el arco y las
flechas, Rambo los maneja como el auténtico experto que es; como uno de los
últimos guerreros de la era de Reagan, combatir es su estilo de vida, y pelear
es lo mejor que sabe hacer. Los cadáveres que deja a su paso son justificables,
elimina aquellos que en una prisión jamás podrán regenerarse. No hay perdón
para ellos; si lo atacan mueren.
Desde su aparición en las salas de
cine, Rambo se dividió en críticas negativas y en desmedidos elogios. Se volvió
un símbolo de la década de los ochenta, y relativo a las armas de alto poder.
El mismo cine hizo parodias, y los medios lo comparaban con todo tipo de
militares estadounidenses, y desde luego con terroristas y criminales.
En apariencia, Rambo Last Blood
termina treinta y siete años después de aquella aventura que sería solo otra película
de acción, aunque sin precedentes en cuanto al lado humano del personaje, cuyo
final conmueve: no es ningún Súper Héroe, sino un hombre también vulnerable,
destrozado por las circunstancias de la guerra de Vietnam que perdieron.
Rambo
sigue y seguirá presente en las taquillas, porque es garantía de éxito; eso
significa que el círculo no se ha cerrado, y tal vez haya por lo menos otra
historia, aunque el personaje ya pase de los setenta años. Todo sea por cumplir
las fantasías de sus seguidores, que según las estadísticas se suman por
millones.
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