Para Ana Karol
y Luis Renán, mis nietos
LA
NUBE Y EL CONEJO
Juan
subió corriendo hasta lo más alto de la loma y se recostó para mirar el cielo.
Había una parvada de nubes que se deslizaban en lo más alto, contrastando con
el intenso azul. Luego las nubes se detuvieron y se acumularon ante la mirada
de Juan, quien cerró los ojos un instante cuando el sol las iluminó,
encandilándolo.
Abrió después los ojos y escuchó
unos ruiditos: hojas secas que se quebraban. Y sintió una presencia a su
costado izquierdo. Volteó a toda prisa y se llevó una enorme sorpresa: a su
lado estaba un conejo blanco con gris. También, como Juan, contemplaba las
nubes en lo alto del cielo.
—Son
hermosas, verdad —dijo el conejo a Juan, quien abrió desmesuradamente los ojos,
al tiempo que, como impulsado por un resorte, se levantó. Miró al conejo y le
preguntó:
—¿Cómo
es que tú hablas, si eres un conejo y los conejos no hablan?
—De
donde vengo —respondió el conejo— todos hablamos…
—Pero…
—Calma,
Juan, y sigue mirando el cielo. ¿Ves las formas que están tomando las nubes?
¿Qué figuras ves?
Juan
se volvió a acostar en la tierra y miró con atención.
—Allá
está un elefante, ¿lo ves? Y más allá un camello…
—Yo
veo una gran tortuga y un caballo corriendo —dijo el conejo.
Juan
miró con mayor firmeza y logró ver que de nuevo se iluminaban de pronto las
nubes. Y cerró otra vez los ojos, pero alcanzó antes a distinguir las largas
orejas de un conejo y su colita gris.
—Mira,
allá está un conejo que se parece a ti. ¿Lo ves? —le dijo Juan al conejo.
—No
se parece a mí, soy yo. ¿Acaso no sabes que yo soy una nube? —dijo el conejo.
Juan
abrió miró hacia donde estaba hasta hace un instante su amigo el conejo. Pero
ya no estaba. Lo que vio fue una borla de nube que volaba hacia donde estaba el
conejo de nube.
Juan
abrió la boca y dijo: “¡Oh!”
Y
el conejo, desde lo alto del cielo, lo saludó con su manita gris…
EL RUIDITO QUE SE OYE
Se había quedado solo en la casa de su abuela, a la que había ido
a visitar. La abuela vivía en el campo, y Juanito, que vivía en la ciudad, no
estaba acostumbrado a los sonidos del campo.
Sintió miedo. Se arrinconó junto al fogón de la cocina. La cocina,
donde había almorzado con su abuela antes de que ella le dijera:
—Juanito, voy a salir un momento, no salgas de la casa. No
tardaré…
Y Juanito dijo “Sí, está bien, abuela”.
Pero ya solo, cuando volvió a entrar en la casa y su abuela se
había perdido en el recodo del camino, comenzó a escuchar el ruidito. Y tuvo
miedo. Entonces se fue corriendo a la recámara y miró por la ventana el camino:
había muchos pinos y árboles de distinto follaje. Había vacas y caballos
pastando. Y, a lo lejos, arriba de un cerrito, unas casas. Era allí a donde
había ido su abuela a visitar a unos amigos.
Pero Juanito escuchaba: —¡Uuuuuuu¡ ¡Uuuuu! —el ruidito se
escuchaba con mayor intensidad cada vez.
Y ansiaba que su abuela volviera, pero tardaba.
Fue que volvió a mirar por la ventana para ver si regresaba su
abuela. Y observó que las copas de los árboles se movían con fuerza. Y un
remolino se levantaba a lo lejos y caminaba hacia la casa.
Se fue a refugiar, muy asustado, a la cama. Se cubrió con las
cobijas y se tapó los oídos. El ruidito persistía y cada vez más fuerte.
“Tengo que saber de dónde viene ese ruido”, se dijo. Y se armó de
valor y salió al camino. Justo en ese momento apareció su abuela. Un puntito
lejano. Era ella.
Juanito corrió por el camino levantando una polvareda a su paso.
Al llegar a donde su abuela, Juanito quiso decirle lo de los
ruiditos, pero no pudo. La abuela traía un papalote en sus manos. Y se lo
entregó al tiempo que le dijo:
—Mira, Juanito, lo que mandaron mis amigos, un papalote para que
lo vueles, ahora que es el tiempo del viento.
Entonces Juanito, sorprendido, pensó que era el aire el que hacía
esos ruidos. El viento entre los árboles chocando con el cielo.
Al poco rato Juanito ya volaba su papalote, muy feliz.
Su abuela había sacado una sillita a la puerta de la casa y lo
miraba llena de contento.
Azul, el papalote se confundía con el cielo y las nubes, que se
movía para dejar que el viento pasara…
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