Ramón Moreno Rodríguez
Este
viernes 30 de agosto se presentó en el Teatro Hidalgo de la ciudad de Colima el
montaje de la obra Saltar sin red, representada por la Compañía de
Teatro de la Universidad de Colima. Dicha comedia nos presenta un grupo de
jóvenes estudiantes que desean salir de la monotonía, el aburrimiento, la
mediocridad, la insatisfacción, las dudas vocacionales, la identidad sexual
obligadamente asumida, etc.
La escenificación nos
muestra un certero retrato de los jóvenes de hoy día, no con complacencia, sino
de manera crítica, en algunos momentos irónica y sin duda comprensiva. No hay
duda de que el mérito principal de esta obra radica en la empatía con los
jóvenes que el autor –Fernando J. López– tiene y que logra transmitir a los
espectadores. En efecto, el público, en la mayoría jóvenes, se veía
identificado con los problemas de los estudiantes que la obra muestra y se
reían de las peripecias porque toda tragedia vista con distancia puede incitar
a reír. Pero entendámonos, los pleitos nunca hacen llegar la sangre al río,
como se dice. Además, la manera en cómo se desenlazan, por el contrario, tiende
al optimismo. No hay duda de que el guion ha tomado una sana distancia con el
tema que trata y eso le permite al espectador reírse con las ínfulas de
grandeza de un director de cine en ciernes (Álvaro), de las pretensiones de una
chica que dice tener cientos de amigos pero que a ninguno conoce porque los
contactó a través de Face Book (Tane) o de la organizadora de un especie de
club que reconoce con ingenuidad que es buena burócrata (Cristina) o de la
jovencita que teme más decir no a los padres que reprobar un examen (Clau).
Los acontecimientos se
desarrollan en una casona vacía que la iniciativa de la principal protagonista
ha logrado conseguir para fundar ahí una especie de centro cultural. Pareciera
que nadie asistirá a la sesión inaugural, que no tiene otro objetivo que tratar
de aterrizar ideas para hacer la dicha fundación, pero, sobre todo, para limpiar
el desmedrado local. Pasan los minutos angustiantes en que Cristina (Citlally
Vergara) charla, por no decir discute, con su gran amiga Andrea (Izamar Ojeda)
sobre el futuro que le espera a la asociación cultural que están fundando. Y no
es para menos: el local vacío, todo por hacer y una gran insatisfacción
personal son el caldo de cultivo ideal para el conflicto y en efecto éste se
presenta. A lo largo de la sesión sólo cuatro jóvenes más asisten a la
convocatoria y una vez enfrascados en las perspectivas de lo que cada uno desea
fuese su noble institución, terminan por discutir airadamente. Cualquier
parecido con la realidad no es coincidencia. Estos son los seis protagonistas
que dan vida a esta enjundiosa comedia.
Pasa el tiempo y el
proyecto, a pesar de los tropiezos, logra anotarse algunos éxitos. Montan una
exposición, organizan un concierto, convocan a una conferencia, en fin, uno de
ellos logra realizar su más caro proyecto: dirigir un film. No obstante, el
coste es muy alto; con intrigas, traiciones, delaciones, debilidades y hasta
desmayos, pagan tan grande atrevimiento de querer tomar el cielo por asalto. No
hay duda que fundar una institución cultural en un medio interdicto y
conformista (y no nos referimos a nuestro contexto de pequeñas ciudades de
provincia, pues esta obra se ha representado en las grandes capitales, como
Madrid) no es cosa fácil y nuestros personajes poco a poco se van desgastando.
Sin darse cuenta del todo, porque es un proceso para ellos mismos inaceptable, muestran
sus temores e inseguridades. Como Ícaro, se han lanzado al vacío en busca de la
libertad infinita que otorga el vuelo, pero como a éste le sucede, a ellos
también les pasará: la cera que sustenta las alas que les dan impulso, se
deslíe e irremediablemente se precipitan al vacío. Allá, abajo, no hay una red
que los proteja de tan peligroso y temerario salto que han dado.
En efecto, en el recorrido
de ese proyecto compartido muestran sus carencias, pero algunos también sus
altas miras, su generosa condición. Así que la amargura del fracaso queda
mediatizada porque los más han aprendido de aquel vuelo temerario. La obra
concluye de la misma manera en cómo empezó: el espacio vacío, los muebles
apilados, el local de la fallida iniciativa a la espera. ¿A la espera de qué?
En apariencia no hay respuesta en esta obra para lo que sigue, porque la vida
es así: de hechos inconclusos y proyectos inacabados; no obstante, no hay
espacio para el pesimismo.
Los amigos se despiden con
la certeza del fracaso y de lo que han podido crecer gracias a esa locura
compartida de fundar una utopía. El talento los ayudó a emprender el vuelo,
ahora, les permite descender a la cañada donde no hay una red protectora, pero
eso no importa porque aquellos golpes que han recibido han sido una gran
lección de vida.
Para concluir el presente
repaso por esta obra teatral diremos que la dirección de Gerardo González nos
permite ser optimistas con los éxitos que le espera a este montaje pues
participa en la Muestra Estatal de Teatro con perspectivas de ser elegida como
una de las dos obras que representarán a nuestro estado en la Muestra Nacional
de Teatro que en esta ocasión se desarrollará tan importante evento en la misma
ciudad de Colima. Le deseamos mucho éxito al montaje de la Compañía de Teatro
de la Universidad de Colima con su escenificación de Saltar sin red. Y todo
mundo al teatro, a apoyar a nuestros talentosos actores.
[1] Saltar
sin red. Producción:
Universidad de Colima. De Fernando J. López. Dirección: Gerardo González
Ramírez. Con: Janeth Novoa (Tane), Citlally Vergara (Cristina), Izamar Ojeda
(Andrea), Paco Novoa (Álvaro), Alexa Álvarez (Clau) y Elizabeth Sujey
(Bárbara). Duración: 70 minutos.
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