Cine
sin Memoria
José
Luis Vivar
Alrededor
de una alberca policías y reporteros gráficos son testigos del cadáver de un
hombre flotando bocabajo. Suicidio o asesinato es la pregunta obligada. De
pronto, una toma submarina muestra el rostro de ese desconocido que, ante la
sorpresa de todos comienza a contar su historia. Sí, un muerto se convierte en
el narrador de esta mítica película titulada Sunset Boulevard (Gene Wilder,
1950), conocida en nuestro país como El Crepúsculo de los Dioses, y
la cual se convirtió en pionera de este estilo narrativo.
Sin embargo, existen ejemplos en
torno a personajes que son importantes a pesar de estar muertos, como es el
caso de Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940), la verdad es que, habrían de
pasar cuarenta y nueve años para que las salas de cine se sacudieran con un
personaje que desde la muerte participa activamente en la historia: El Sexto
Sentido (The Sixth Sense, M. Night Shyamalan, 1999) -la cual trata un
tema de carácter sobrenatural con delicada profundidad, teniendo a Bruce Willis
en el papel principal-; y no en tono de comedia ligera como en los casos de Beetlejuice
(Tim Burton, 1988) o La Sombra del Amor (Ghost, Jerry Zucker, 1990)
Aunque mención aparte está la tragedia de los pasajeros de un vuelo comercial, narrada
en forma coral y titulada Almas Pasajeras (Passengers, Rodrigo García, 2008),
que injustamente pasó más que desapercibida.
Pero volviendo a Sunset Boulevard,
lo que sería la sorpresa final queda de lado, y ponemos atención al difunto, Joe
Gillis (William Holden), un guionista mediocre que conoce a Norman Desmond
(Gloria Swanson), una otoñal estrella de cine mudo que vive con Max Von Mayerling
(Erich Von Stroheim) su mayordomo /chofer/asistente/guarura y un interminable
etcétera, en una vetusta mansión, precisamente en Sunset Boulevard. La
atracción entre ambos protagonistas es intensa, y en poco tiempo se convierten
en amantes.
Las peripecias que viven están marcadas
por la diferencia de edades y porque Norman no acepta que sus mejores tiempos
han pasado a la historia. Ella representa a esa legión de actrices y actores
que no fueron capaces de adaptarse al cine sonoro, y languidecieron en esas
mansiones de la mencionada avenida. El ocaso que es la traducción literal de
Sunset, misma que sirve para definir la situación de esta mujer que revive sus
hazañas por las noches cuando proyecta sus viejas películas donde ella era la
estrella principal.
La voz en off de Gillis resalta la
atmósfera de nostalgia que se respira en el interior de la mansión. Cada cena o
celebración es por los tiempos que se fueron lo vemos cuando Norman se reúne
con otras estrellas olvidadas a jugar póker. Destaca la presencia del cómico
Buster Keaton, quien siguiendo su tradición actoral no dice una sola línea.
A medida que transcurre la película,
Norman se va desquiciando y sufre una paranoia al revés como dice Woody Allen:
piensa que todo el mundo la ama. Esto crea un conflicto con su amante y con los
estudios de cine a los que perteneció en décadas anteriores. Una descomposición
psicológica que desencadena una tragedia que colapsa con la muerte de Gillis.
Aunque en un principio el director
Gene Wilder puso al personaje de William Holden en una sala del forense,
dialogando con otros cadáveres, tuvo que eliminarla porque causaba risa entre
el público, en las primeras proyecciones previas al estreno. Ni Wilder ni sus
coguionistas Charles Brackett y D.M. Marshman Jr., entendieron dónde podía estar
lo cómico de esa situación. ¿Qué hubiera sucedido si, en vez de la alberca, la
escena hubiese transcurrido en un panteón, y solo destacara el diálogo desde
las lápidas? Nadie lo sabe, pero de haber sido así, a pesar de que faltaban
cinco años para la publicación de Pedro Páramo, algo sin duda se estaría comentando
desde entonces.
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