Los conjurados
Mucho tiempo se ha
dicho, y no sé por qué, que los periodistas y los escritores de literatura no
son compatibles, que sus tareas se oponen radicalmente, que son mundos
antagónicos. Pero cómo aceptarlo, si en verdad estos ámbitos son tan opuestos,
¿cómo es posible que algunos escritores hayan tenido largas trayectorias en el
periodismo, y otros tantos periodistas se hayan sumado con éxito a las filas de
la literatura?
Cuando estudiamos literatura del siglo XX, me sorprende la cantidad de
escritores que además fueron periodistas. Muchas veces porque fue su iniciación
a la escritura, otras porque era una forma de subsistencia económica, otras
porque se trataba de una vocación, en otros casos el periodismo llevó a la
construcción casi incontrolable e inevitable de una obra de ficción, para poder
decir lo que el periodismo no permitía o no favorecía, por sus compromisos
formales o por los riesgos que implicaba.
José Saramago fue
periodista durante décadas, antes de dedicarse de tiempo completo a escribir
novelas; no puedo imaginar la literatura de Roberto Arlt sin sus aguafuertes;
George Orwell escribió una gran cantidad de textos periodísticos sobre
política, imperialismo, regímenes autoritarios, dictadores y sobre la guerra,
con la suma de eso concibió una parodia y creó la Rebelión en la granja, después imaginó un futuro distópico y
escribió 1984; las obras
periodísticas de Mark Twain, Jack London y de Gabriel García Márquez pueden ser
tan voluminosas como sus obras literarias, además en el segundo caso vemos cómo
los géneros periodísticos invaden el terreno en los títulos de algunas de sus
novelas: Crónica de una muerte anunciada,
Noticia de un secuestro; una tercera
parte de las obras completas de Fernando del Paso, editadas por el FCE,
corresponden a sus textos periodísticos, en sus prolongadas estancias en Europa
del Paso trabajó para la BBC de Londres y para Radio Francia Internacional; y
qué decir de la obra periodística de Jorge Ibargüengoitia sin la que no se
concibe su obra de ficción; el mismo Juan José Arreola escribió un episodio sui géneris con el periodismo, una
selección de esas experiencias se encuentra en el volumen titulado Inventario; pienso ahora en los poetas,
la prosa periodística de Gonzalo Rojas es tan abundante como su poesía, lo
mismo podemos decir de Gerardo Deniz y de Efraín Huerta, por su parte la de
Juan Gelman es reducida pero muy valiosa, el “Bazar de asombros” de Hugo
Gutiérrez Vega jugó un papel innegable en el periodismo cultural de México
durante varias décadas. Entre nuestros escritores, debemos nombrar los casos de
Guillermo Jiménez cuyas colaboraciones en periódicos de todo el mundo se
encuentran dispersas en espera no sólo de su catalogación sino de su
reconocimiento, o bien el caso de Vicente Preciado Zacarías que durante tres
décadas publicó en Zapotlán su columna Participasiones,
en la que ejerció un periodismo cultural de altos vuelos.
¿Después de esta desmesurada lista de ejemplos debemos seguir pensando
que la literatura y el periodismo se contraponen? Si es así, entonces vamos a
ver el asunto desde otra perspectiva. Los grandes premios literarios en el
mundo han comenzado a reconocer a escritores de crónicas. En 2015 el Nobel de
literatura cometió la osadía de premiar a una periodista, Svetlana Aleksiévich,
quien escribió entre otros varios libros, una crónica excepcional titulada Voces de Chernóbil. Crónica del futuro.
O el Premio Cervantes, el más importante de la lengua española, que en sus
últimas diez ediciones ha premiado a cuatro escritores que destacan, no sólo por
su trabajo literario sino por su faceta periodística: José Emilio Pacheco,
Elena Poniatowska, Fernando del Paso y Sergio Ramírez. Algo similar acontece
con el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, el más importante en
lenguas de origen latino en el mundo y el segundo en la lengua castellana, pues
premió en 2014 a Claudio Magris y en 2017 a Emmanuel Carrere, antes había
premiado a Carlos Monsiváis y a Fernando del Paso.
Este boom del reconocimiento del trabajo periodístico como una forma
del arte de la palabra, tiene como campo propicio la crónica. Así como decimos
que la mejor poesía de Borges está en su prosa, y lo mismo podemos decir de
Rulfo y Arreola, también podemos decir que la mejor literatura de ciertos
escritores está en sus crónicas, no en sus novelas, cuentos o ensayos, la lista es enorme, pero nombremos a los más
significativos: Juan Villoro, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis, en México;
Martín Caparrós y Tomás Eloy Martínez, en Argentina; Pedro Lemebel, en Chile;
Cees Nooteboom, Claudio Magris y Emmanuel Carriere, en Europa. O aquellos que
sin necesidad de escribir literatura son grandes escritores literarios: Leila
Guerriero, Alberto Salcedo Ramos, Svetlana Aleksiévich, Ryszard Kapuściński.
Terminemos pues con el supuesto de la antinomia, de las regiones
antípodas, y reconozcamos que estamos hechos de la misma argamasa compleja que
es el interés por lo humano, esa inquietud por el misterio que nos mueve, ese
querer indagar en los vericuetos del espíritu, ese querer responder a las cloacas
de nuestras pasiones y las cumbres de nuestras aspiraciones. Terminemos por
aceptar que tanto los escritores de ficción como lo de no ficción, estamos
necesitados de contar historias, porque las historias nos ayudan a comprender
mejor la argamasa de que estamos hechos, a descifrar la realidad, a descubrir
las mentiras, a buscar justicia y un mundo mejor.
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