Martín González
El
que haya entendido podrá alcanzar
el
principado de los pueblos
(Del libro de las pruebas de los mayas).
Los cargueros
no se averguenzan ni se indignan al portar el simbolo del collar o sartal, sino
más bien se ennoblecen y llenan de prestigio popular. El símbolo del collar, sartal, sual y coscate
puesto en el cuello de los dignos miembros del pueblo, tiene que ver con el
ritual religioso de transmisión de las mayordomías y cargos con duración anual
(agregándose el estandarte e Imagen del Santo Patrono y la vela). El sistema de
mayordomías, capitanes, devotos, topiles y cargueros –entre los herederos
indígenas y la gente de la tradición- refiere a la persistente organización
tradicional de los pueblos para animar las fiestas religiosas. Y la
organización tradicional festiva representa el compromiso, trabajo y esfuerzo
de resistir e innovar la organización social propia, en el marco de la
constante presión, estigma y manipulación ejercida por la organización social
ajena e impuesta, que viene tanto de lo político y religioso con sus programas
e instituciones, y las empresas con su voracidad e interéses mezquinos (Guillermo
Bonfil Batalla, 1990 y 1986).
Es un modo de organización colectiva
y autónoma que ahora resiste y se recrea frente a la complejidad del presente
siglo, que avanzando veloz como un huracán pretende destruir todo lo que es
comunitario, donde está la fuerza del pueblo: nama to altepetl mo chicajtoc, “ahora nuestra comunidad está
fuerte”. Fuerza comunitaria que describe con pasión el indígena nahua Faustino
Hernández Ramírez (2009):
La fuerza no es la
que cada uno tiene. Ni la que tiene por su propio esfuerzo. Un náhuatl
verdadero sabe que de por sí mismo no tiene ningún valor, no puede presumir de
nada. No pide agradecimiento. No busca premios. La fuerza viene de adentro,
como si no es de uno, sino que el único que levanta, empuja, jala es el Dios
Toteco (nuestro Padre). Pero además, la fuerza no la da Toteco Toteotzin Dios a
cada uno por separado, sino a todos juntos en una comunidad. Por eso, cuando
alguien se separa, anda como no sabiendo a dónde, todo el tiempo se equivoca,
no tiene su lugar en el mundo. Cuando hablamos de fuerza, hablamos de la
comunidad.
Entonces,
los collares, sartales, suales y coscates son simbolo del servicio, el gasto y
desgaste que las personas elegidas (y sus familias) llevan a cabo durante un periodo anual con la
fuerza colectiva o comunitaria, y no como poder individualista y lucrativo.
Siendo elaborados de distintos materiales y colores, adecuados a la localidad,
los recursos y la tradición específica: unos con pinole, piloncillo, corona de
flores de papel y jarro de barro rebozante de cuala (los suales, del nahuatl tzoalli, que significa dulce y alegría; coscatl, que significa anillo, aro, cosa
preciosa). Otros elaborados de pan con frutas y pan corona con banderas de
papel (el collar, del latín collare-collum,
adorno que ciñe o rodea el cuello). Y otros más con el sartal de flores
coloridas elaborados de manera autogestiva (del latín sartum, atado o serie de objetos montados por orden en un hilo o
cuerda).
Estos
símbolos tradicionales, además, son un ejemplo de conservación o continuidad
cultural, de maneras de pensar y ver el
mundo como los antigüitos. En ellos, los abuelos y abuelas se vuelven presencia
viva que -ennoblecidos, encumbrados y henchidos de dignidad como los Pipiltin- “surgen entre flores”. Siendo
y actuando ahora como los ancestros que “anhelaban las flores, eran su deseado atavío y su mayor riqueza en la tierra”
(Miguel León-Portilla, 2006). Alegrándose en medio de la carga, los gastos y el
desgaste comunitario de la organización tradicional de la fiesta. Diciendo: “alegrémonos
con las flores que embriagan, las que están en nuestras manos; que sean puestos
ya los collares de flores; nuestras flores del tiempo de lluvias”, como exclama
un antiguo cantar nahuatl. De hecho, por los sartales de flores aromáticas –con
su delicado olor y poderes especiales- los ancestros creían que suprimían la
fatiga causada por desempeñar un cargo público o gobernar al pueblo o nación
indígena.
Por
eso, la antigua identidad étnica y la organización indígena no se han perdido
del todo: tornan a aparecer en los espacios ceremoniales y en los ritos de
transmisión de los cargos (Guillermo de la Peña, 1991). Haciendo memoria de
cuando “los sartales de cuentas de jade, turquesa, oro o de caracolitos marinos
adornaban los cuellos de los hombres y mujeres (…) Y ningún elemento de la
indumentaria se portaba al azar o por gusto”, sino por jerarquía de servicio y
nobleza (México desconocido, 2010). Diferenciandose de los macehualtin –gente común- con ciertos aderezos, atavíos, tocados y
peinados. Tal como lo describe orgullozamente Francisco Javier Clavijero (2009)
en su Historia antigua de México:
Apenas se
hallará nación en el mundo que con tanta sencillez en el vestido juntase tanta
vanidad y lujo en el adorno de sus cuerpos. Además de las plumas y joyas con
que adornaban su vestido, usaban arracadas en las orejas, pendientes en su
labio inferior y algunos también en su nariz; gargantillas, collares, pulseras,
brazaletes y aun cierta especie de anillos en sus piernas.
Ahora
bien, “se puede decir que todavía existe esa fuerza comunitaria, pero a todos
nos da mucho miedo que se pierda, porque alrededor vemos muchos cambios que nos
marean” dice el indígena nahua Faustino Hernández Ramírez (2009). Avanza veloz un modo de vida que desbarata
todo lo que es comunitario: al movimiento social, la comunidad indígena, el
ejido, el barrio, el tequio o trabajo solidario, la cooperativa, la comunidad
de base, el colectivo, la familia… las fiestas y ceremonias, con sus cargos y
mayordomías. El despojo de territorios, la migración, los programas de gobierno,
la ideología individualista, la avaricia y corrupción, el desprecio por el
pueblo y por Dios Toteotzin Comunidad, están desvirtuando los cargos y mayordomías
con su acción y símbolos de fuerza comunitaria. Entonces tienden a aparecer
falsos cargueros, mayordomías inoperantes y lucrativas, capitanías autoritarias
y deshonestas, topiles ladronzuelos que buscan los primeros puestos, devotos ineficacez
que desfalcan las cooperaciones. Malvaratando así al mejor postor, y volviendo
insignificantes sus collares, sartales, suales y coscates que recibieron
mediante el rito comunitario; manchando el estandarte y la Imagen del Santo
Patrono y dejando titilante su vela. Ahora nos pasa lo que al pájaro llamado yase, “que cuando alguien toca su nido,
aun sin hacerle daño a los huevos de los pajarillos, la pájara los destruye y
se va a otra parte. Practicamente esa ha sido nuestra historia: nos hemos
pasado la vida destruyéndonos” como barrios, cuadrillas, pueblos, familias y
regiones étnicas (Javier Castellanos, comunidad Yojovi, Villa Alta Oaxaca. Cit.
Guillermo Bonfil Batalla, 1990).
En
conclusión, la organización social es uno de los aspectos más complejos de cualquier
grupo, barrio, cuadrilla, pueblo y sociedad. Por eso los símbolos del collar,
sartal, sual y coscate la resaltan con tanta delicadeza, nobleza y dignidad
comunitaria; no individualista, corrupta, ni manipuladora. Detrás del problema
de lo tradicional contra lo moderno, está el problema de lo propio contra lo
ajeno. Las formas de organización tradicional de la comunidad, en general, son
las formas de organización propias, frente a las formas de organización social
impuestas desde afuera y contra la costumbre. “Conservar una costumbre, aunque
el sentido original de su práctica se haya modificado o perdido, significa la posibilidad de ejercer y
reiterar periódicamente la práctica de una cultura propia en la que no caben
decisiones ajenas”. Y a la inversa, “las bases específicas de la identidad se
pierden cuando no existen formas mínimas de organización que mantengan una
cultura propia, una identidad colectiva propia” (Guillermo Bonfil Batalla,
1990).
Urge defender, revalorar e innovar
los sistemas de mayordomía, devotos, capitanes, topiles y cargueros –con sus
simbolos y rituales propios- para que mediante un proceso dinámico
resignifiquen la fuerza en común, la autónomía y autogestión de los barrios, las
cuadrillas, los pueblos y regiones; como dicen los indios, la “comunalidad”. Mediante
cargueros, mayordomos, capitanes, topiles y devotos con experiencia de trabajo
en común o tequio, y prolongado testimonio de servicio; que sepan escuchar y
decidir en colectivo; que cuiden y defiendan del lucro y la feria, las fiestas
comunitarias y los Santos Patronos; que protejan las cooperaciones de la
comunidad, los bienes comunales y el territorio; que velen por las necesidades
del pueblo y la cuadrilla, reuniendo eficacez soluciones. Siendo así realmente
electos por Dios Teototzin, por el pueblo, el barrio y la cuadrilla. Portando
con nobleza y dignidad el collar, sartal, sual y coscate que engalana su
cuello; poniendo en alto el estandarte y la Imagen del Santo Patrono.
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