Tecalitlán
en la historia
*René
Chávez Deníz
Por el
año de 1927 se suscitó la guerra cristera y El sacerdote tecalitlense Miguel de
la Mora y todos los demás sacerdotes de la diócesis de Colima, firmaron un
escrito de protesta hacia las leyes persecutorias de la iglesia y de adhesión a
la jerarquía eclesiástica. Las declaración impresas que hicieron pública,
terminaba con estas palabras: “No, no somos rebeldes ¡vive Dios! somos
simplemente sacerdotes católicos oprimidos, que no queremos ser apostatas, que
rechazamos el baldón y el oprobio de Iscariotes”.
Como
consecuencia de dicha declaración, el Sr. Obispo José Amador Velasco y sus
sacerdotes, sin excepción fueron procesados: algunos sufrieron el destierro,
otros permanecieron ocultos en la ciudad de Colima. Agotados los recursos
pacíficos, algunos católicos del Estado de Colima iniciaron la defensa armada,
participando en la llamada revolución cristera.
El
padre Miguel se ocultó en su casa con el fin de ofrecer los auxilios
espirituales a los fieles. Sus familiares le decían con insistencia que se fuera
a su rancho, para salvarse del peligro pero valientemente respondió: “No, ¿cómo
se va quedar Colima sin sacerdotes?
Un
día fue descubierto por el general José Ignacio Flores, jefe de
operaciones militares, y al reconocerlo
como sacerdote lo llamó y de inmediato fue tomado preso, salió de la prisión
después de pagar una fianza, teniendo la ciudad como cárcel, con la obligación
de presentarse todos los días en la jefatura militar y con la amenaza de
encarcelarlo definitivamente si no abría el culto en la iglesia catedral,
rompiendo así la actitud del clero católico nacional, decretada por el
Episcopado Mexicano y confirmada por la santa sede.
El
padre Miguel no podía ser cismático, infiel a la iglesia, al Papa y al Obispo.
Estando
próximo a vencerse el plazo que le habían fijado para obligarlo a reanudar el
culto público, prefirió salir de la ciudad, aunque se perdiera la fianza
otorgada. Entonces le dijo a su hermano Regino: “Ya no aguanto, llévame al
rancho”. Así en la madrugada del domingo 7 de agosto de 1927, el padre Miguel,
su hermano Regino y el padre Crispiniano Sandoval salieron en un coche hasta La
Estancia, Colima.
Allí
los esperaba don Juan de la Mora con unos caballos para continuar su camino. Al
detenerse en la ranchería de Cardona para tomar algún alimento, una señora se
le acercó y le preguntó: ¿es usted padrecito, para que me case a mi hija?, el
padre Miguel respondió: “si” algunos agraristas armados del lugar escucharon la
respuesta, lo reconocieron y lo apresaron junto con sus acompañantes escoltado
por dos agraristas disfrazados de rancheros, entro el padre Miguel por las
calles de Colima acompañado de su hermano Regino. Al padre Crispiniano Sandoval
no lo reconocieron como sacerdote, pensaron que era algún mozo y al entrar a la
ciudad se desentendieron de él y pudo escapar.
Los
dos hermanos fueron conducidos al cuartel militar callista, ubicado entonces en
la manzana comprendida entre la avenida Revolución y calle Belisario Domínguez
con calle Hidalgo, exactamente donde hoy se encuentra la escuela primaria Tipo
República Argentina.
Poco después llego el general José Ignacio
Flores quien le dijo al padre: ¿“Que está haciendo aquí padre?” El respondió pues aquí me tienen, el general
Flores furioso porque se sentía burlado por la huida del padre Miguel, le dijo:
“Pues ahorita se lo va llevar la tiznada; lo vamos a fusilar”. El padre Miguel,
al oír la sentencia metió la mano al bolsillo, saco su rosario y comenzó a
rezar. lo condujeron a las caballerizas del cuartel y le ordenaron que s e colocará
junto a la barda. El con resignación cristiana, sin decir una sola palabra
siguió rezando, bezo el crucifijo del rosario y se le colocó frente al cuadro
formado por los soldados. El pelotón recibió la orden de disparar y el Padre
Cayó abatido por la descarga, frente a los ojos atónicos de su hermano Regino.
Un soldado se acercó y le dio el tiro de gracia. Eran las doce del día del
domingo 27 de agosto de 1927, el padre Miguel tenía 53 años, a su hermano
Regino lo tuvieron preso tres días y luego lo dejaron en libertad.
Las
personas que se encontraban en las calles y que hacía pocos menos de media hora
habían visto entrar al padre Miguel al cuartel, oyeron los balazos.
Una
soldadera que vio el fusilamiento les informó entre lágrimas: “acaban de matar
a un padrecito, ahí en el cuartel, nomás lo pusieron pegado a la barda y le
dieron tres balazones y luego el tiro de gracia”.
El
mismo general Flores se presentó a la casa el padre Miguel y le dijo a su
hermana María: “acabo de fusilar a su hermano, mande a recoger el cuerpo” y sin
más el general entró a la habitación del padre Miguel para saquearla. Como los
familiares no consiguieron permiso de velar su cuerpo, lo colocaron en su caja
y lo llevaron al cementerio municipal, en un carretón jalado por un caballo que
los colimenses llamaban “Mariposa”. Detrás iba un pelotón de soldados. Fue
sepultado en una fosa ordinaria.
Aun
después de muerto recibió más ultrajes; pues pocos días después, el mismo
general Flores con un grupo de soldados, fue al cementerio por la noche a
exhumar su cadáver creyendo que el padre podría llevar consigo alguna suma de
dinero, ya que lo habían tomado prisionero yendo de camino. Sacaron el cadáver
y, después de registrarlo, lo arrojaron de nuevo, brutalmente a la fosa;
enseguida aventaron la caja sobre él y lo cubrieron de tierra.
Más tarde una comisión exhumó los restos del
padre Miguel y fueron trasladados a la cripta de los mártires de la iglesia
catedral de Colima, fue el primer sacerdote sacrificado en esta Diócesis por lo
que la noticia fue muy conocida considerando siempre al padre Miguel desde el
principio como un verdadero mártir: mártir de su sacerdocio, de su fidelidad a
Cristo a la iglesia y a su obispo.
*Cronista
Municipal de Tecalitlán
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