Tecalitlán
en la historia
Rene
Chávez Deníz*
Anotados
de su puño y letra, en un libro de oraciones que pertenecía a la Srita. Ma.
Ignacia de la Mora de la Mora (qepd). Se encuentran datos acerca de Enroque
Mendoza, originario de Tecalitlán y quien fuera cristero.
Se
manifiesta aquí que él se rindió el 28 de julio de 1929. Ahondado en los hechos
realizados por el Señora Isabel Mendoza Ceballos, quien muy amablemente accedió
a relatarme lo acontecido, ya que ella estuvo presente en algunos de los lances
y fue, por tanto, testigo y también protagonista, como vera al reseñar los
sucesos.
Previamente,
diré que según los datos que se obtuvieron en la parroquia de Tecalitlán los
papas de Enroque Mendoza Ceballos lo fueron Petronilo Mendoza y Leandra
Ceballos.
Sus
abuelos paternos: Miguel Mendoza y Manuela Sánchez. Abuelos maternos: Gabino
Ceballos y Juana Ramírez, habiendo nacido Enrique en el rancho “El Reparo”, en
el año de 1903.
Siendo
bautizado por el padre Ignacio Ramos, cura propio de Tecalitlán. (Libro 12,
pág. 100 2da inscripción).
Manifiesta
la señora Isabel, que la lucha cristera tuve fuerte apoyo de Tecalitlán.
Los
cristeros solicitaban ayuda material, como alimentos (la misma gente del pueblo
les proporcionaba arroz, panocha, jabón, marquetas de azúcar entre otras
cosas), parque o armas, y también el concurso personal, como soldados, a los
varones.
Hubo
muchas mujeres (maestras, “señoritas decentes”) que, en el seno, en los
zapatos, o en sus medias, escondían el parque y se los hacían llegar a los
cristeros.
Uno
de los hechos que le tocó presenciar a ella, fue cuando los del gobierno
colgaron cristeros de unos tabachines que había cerca de donde ahora confluyen
las calles Juárez y Aldama en Tecalitlán.
Los
cuerpos colgados se echaron a perder y quedaron ahí hasta que se les desprendió
la cabeza. Hubo personas que les tiraban piedras a esos cadáveres y, al
pegarles, ellos salían infinidad de mariposillas.
La
lucha de Enrique Mendoza duró tres años, peleó en la sierra, por el lado de
Jilotlán y junto con su hermano Constantino también escenificaron batallas en
tierra del volcán de Colima.
Enrique
comando a más de cien cristeros, por los llanitos del venado, por los barritos
y por otros lugares aledaños a Tecalitlán, personas a quienes exigía que fueran
rectas y formales, es decir, que no cometieran tropelías y que sólo pelearan
por la causa religiosa (la libertad de culto que el gobierno –así lo creían-
les prohibían) de tal suerte, inclusive rezaban el rosario y cantaban la
alabanza a Cristo Rey, antes de salir a la guerra, sus esposas e hijos se
quedaban todos en bola y rezando, mientras esperaban el regreso de los
guerreros, quienes, según el relato de doña Isabel, nunca tuvieron muertos en
combate, antes bien, por cada bala disparada por ellos, fallecía un güacho. En
una de esas batallas, a Enrique se le quedo una bala en el sarape, y otra le
atravesó el sombrero a Severo Moreno, sin que resultaran heridos.
En
el rancho de Prudencio Mendoza, tío de Enrique se refugiaban algunas voces. En
esta casa, Don Prudencio dio albergue a un sacerdote, quien les bendijo las
armas a los cristeros.
Este
rancho fue quemado por el gobierno. En ese hecho, Don Prudencio y sus tres hijos
varones cargaban las armas, sobre este asunto, en el periódico se dijo
–falsamente- que hubo 40 muertos por parte de los cristeros. Lo cierto fue que
los soldados sólo mataron a un viejo caballo y, en cambio, los gobiernistas si
tuvieron muchas bajas.
Hubo,
como en toda la contienda, individuos que aprovecharon para cometer raterías,
algunos de éstos -a quienes les gustaba la araña (robar), según expresión de
doña Isabel- en nombre de Enrique Mendoza pidieron dinero o bienes, hechos por
los cuales él los mandó fusilar. Enrique tenia buena fama entre la gente y les
gustaba hacer caridad.
Entre
esos maleantes se contaban unos conocidos como “Los González”, que robaban,
saqueaban y abusaban de cuantos se cruzaban a su paso, adjudicándoles todas sus
tropelías a los cristeros, mintiendo al decir que ellos eran gente de Enrique
Mendoza.
Volviendo
al punto de los datos citados al principio, acerca de la rendición de este jefe
cristero, la Sra. Isabel manifiesta que su hermano nunca se rindió. Su final
llegó un día del amanecer del 21 de octubre de 1929, cuando ante él se
apersonaron unos hombres que se lo llevaron, para presentarlo en “Los
barritos”, dizque para hablar con un “coronel”, pero lo cierto fue que lo
traicionaron, faltando a su palabra de militares.
Entre
tanto, Isabel había corrido –por el cauce de un arroyo- hasta donde se
encontraba su hermano presenciando una pelea de toros. Enterado Enrique de la
captura de su cuñado corrió hacia “Los barritos” y al llegar, vio que también
había sido hecho prisionero don Inés Torres, (a éste lo acusaron de que había
matado al papa de uno de los “soldados” que andaban con los cristeros de
Mendoza). Ambos, José y Enrique, abogaron por el señor Torres. En respuesta,
les dijeron que no se metieran, que la causa de Don Inés no les incumbía.
Sin
dar tiempo a otra cosa. Uno de los hombres de Atanacio Magaña, llamado Nicolás
Farías, mato a José Ramírez con un balazo en la cabeza que le entró por la
frente y le salió por la nuca. También asesinaron a don Inés. A Enrique lo
hirieron en una pierna. Así herido, corrió hacia una barranca, pero fue
perseguido y localizado gracias al rastro de sangre que dejaba.
El
cristero se refugió entre unos arbustos junto a un estanque, ahí lo rodearon
Enrique les pedía que no lo mataran, que lo dejaran vivir para arreglar asuntos
que evitaran dejar desamparada a su madre. Nada valieron sus argumentos: un
“soldado” que había sido cristero con Enrique, fue quien le disparo y acabo con
su vida. Ese individuo pertenecía a un grupo conocido como los monraces.
Los
cuerpos de los tres difuntos, por mandato de la acordada de Magaña, quedaron
tirados en el suelo, tapados con sus sarapes. Pretendían enterrarlos en el
mismo sitio. Pero a instancias de doña Isabel, los trasladaron a Tecalitlán, en
cuyo panteón fueron sepultados.
Esto
sucedió ya terminada la guerra (Eulogio Barajas había ido a decir a Enrique y a
su gente que ya estaba arreglado el problema –cristero- a lo que contesto un
tipo apodado el cacharro “que ese problema estaría arreglado, pero el de
nosotros no, porque seguiremos luchando”).
Al
emisario Barajaos lo mataron emboscándolo la gente del el cacharro: lo
ahorcaron y lo dejaron muerto en un zanjón. Como ése, hubo federales o soldados
que no cumplieron lo pactado y traicionaron los acuerdos de “no más fuego”,
cabe aclarar que muchos de esos hombres ya no portaban los uniformes de
militares, sino que vestían de civiles.
El
Sr. Cura Miguel Barajas aconsejo que las ropas con las que fue muerto Enrique
Mendoza, no fueran quemadas ni destruidas, “Porque tenían sangre de mártir” El
pantalón y la camisa (casi deshecha), aún con rastros de sangre deslavada por
el agua del estanque donde quedo el cuerpo de Enrique Mendoza Ceballos, los
tiene actualmente familiares.
En
la lejanía del tiempo, a sus 91 años, doña Isabel a esa edad se le hizo la
entrevista recordó los hechos aquí narrados como si hubieran sido ayer. Y como
no habría de ser así: en una misma jornada infausta perdió a su esposo y a su
hermano, aunque le consuela que Enrique lucho por la causa religiosa. Ahora
ella repite las palabras del querido sacerdote Sr. Cura Miguel Barajas acerca
de su hermano: “es sangre de mártir”…
Fuente
Informativa:
-
Tecalitlán, Datos Históricos, René de la Mora Gálvez 2004. Tecalitlán, Jalisco.
- Periódico
La Verdad Nueva Época edición 2548 y 2,549, año 2001 Colima, Col.
- Foto:
Gonzalo Ramírez
*Cronista
Municipal de Tecalitlán.
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