Los conjurados
Ricardo Sigala
Con mucha frecuencia, al sentarme a escribir esta
columna de opinión, me pregunto si en verdad vale la pena dedicarle tanto
tiempo a esta actividad tan personal y subjetiva, a este ejercicio de pensar y repensar
una serie de ideas más o menos recurrentes en torno a nuestras vidas, a
buscarle sentido a ciertas cosas que nos topamos en la actualidad cotidiana,
algunas bellas y luminosas, algunas trágicas y preocupantes, otras irónicas y
paradójicas. La pregunta se ramifica y luego pienso si habrá quien se detenga
en estas palabras, si hay en verdad o no un destinario de estos vericuetos
verbales.
Hace algunos años
comencé a armar un libro con los artículos periodísticos que comparto en esta
columna y que antes publicaba en el Diario de Zapotlán y más tarde en el Diario
El Volcán. En ese proceso, inevitablemente terminé atacado por las mismas
dudas y pensé que el libro podría titularse con la frase popular Palos de
ciego o bien la más poética y elaborada La conjura inadvertida.
Concluyo siempre que uno sigue escribiendo por optimismo, aunque lo disfrace de
cualquier otra cosa. Siempre en el fondo esperamos que alguien dialogará con
nuestra palabra.
Estas elucubraciones han vuelto porque acabo de leer
un artículo sobre el nuevo libro de Javier Marías, un libro justo construido
con sus colaboraciones en El País semanal, publicadas entre 2017 y 2019, y que
lleva por nombre Cuando la sociedad es el tirano. En el artículo en
cuestión J. A. Aunión hace un recuento de los temas recurrentes del libro, y el
primero es el de la opinión pública, que hoy en día se asocia a lo que dicen
las redes sociales, destaca el autor la tiranía de esos medios en los que “cada
vez hay mayor intolerancia hacia la mera disidencia, hacia las opiniones que
simplemente no gustan”, de ahí el título de su libro. En nuestros tiempos la
tiranía la ejerce la sociedad en las redes sociales. Esto genera una paradoja,
ya que al parecer la tendencia es el dominio de un pensamiento único, salvo que
en la práctica hay varios pensamientos únicos, todos más o menos generalizados,
todos más o menos dominantes, y lo grave aquí es que esos pensamientos únicos
no aceptan bajo ninguna circunstancia la presencia de un pensamiento distinto,
y nos enfrentamos ante una especie de religión laica que impone sus dogmas.
¿Qué consecuencias
tiene lo anterior?, lo que digan las redes es casi siempre una verdad
irrefutable, no hace falta verificarlo, hacer una investigación, un proceso
legal, basta estar del lado “correcto” para que inicie el linchamiento, que
para la mayoría de los usuarios es equivalente a la justicia. Las redes
sociales se han convertido en la policía unificadora del pensamiento, y los
usuarios en vigilantes adiestrados de lo políticamente correcto y del
pensamiento único. Por supuesto, esto explica la influencia y el poder que
pueden alcanzar figuras como Donald Trump, en Estados Unidos y Bolsonaro en
Brasil, en el ámbito internacional, y los gobernantes autoritarios y bravucones
en nuestro país.
Es tan fuerte el
predominio del pensamiento único, casi siempre instaurado desde el lenguaje
políticamente correcto, que se ha ido perdiendo la práctica del humor y la
ironía, porque hoy todo es ofensivo. Javier Marías piensa en el siglo XXI y
concluye lo siguiente: “me está resultando un siglo tonto, muy tonto, muy
tiquismiquis, demasiado delicado en cierto sentido y lleno de tontuna y
antipatía, intolerancia”. Y es justo por eso que debemos seguir escribiendo,
seguir en este ejercicio de reflexionar sobre las cosas que nos suceden, en un
plan optimista. Marías agrega: “en el fondo creo que soy optimista, porque si
no lo fuera no me molestaría en seguir opinando, porque uno intenta, dentro de
sus modestos medios —porque al fin y al cabo un artículo de prensa poco puede
hacer— mejorar lo que uno cree que puede ser mejorado.”
Yo por mi parte, sigo escribiendo y opinando, no sé si
soy optimista, pero sí obstinado, y también enemigo declarado del pensamiento
único, y sé que hay muchos caminos, quizás infinitos, para llegar a Roma.
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