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martes, 20 de agosto de 2019

Las lecciones del maestro








Los conjurados


Ricardo Sigala


Corría el año 1991, yo había ingresado a la Escuela de música de la UdeG, si bien con muy poco talento, sí con altísimas expectativas. Tras un primer año de estancia yo me había convertido en un estudiante un poco decepcionado, tanto entre los compañeros como entre una buena parte de los profesores reinaba una actitud diletante, una impostura esnobista y, en algunos casos, una declarada ignorancia. Yo ya no tenía muchas esperanzas y comenzaba a aceptar que la Escuela de música de la universidad era en realidad una academia más de música, fue entonces cuando apareció Antonio Navarro.

            Iniciábamos un nuevo curso, Apreciación musical. Del profesor me llamó la atención su forma de apropiarse del espacio del aula como si hubiese nacido dando clases, con una voz que es a la vez natural e impostada, su juventud chocaba fuertemente con la cantidad de información y de conocimientos que de él emanaban. Su clase no se basada en un libro de texto ni en un manual, él apostaba por su amplísima cultura. En una de las primeras clases nos habló de la ópera Aura de Mario Lavista, basada en la novela homónima de Carlos Fuentes, incluso nos llevó el disco, que, por supuesto escuchamos, y un video documental sobre la puesta en escena de la ópera. El estudiante desencantado en que me había estado convirtiendo, fue poseído por un espíritu que ahora sin ningún pudor me atrevo de definir de navarrista. Me convertí en un admirador de mi profesor, y sólo su clase justificaba mi permanencia en la Escuela de música.

            Con él supe por primera vez del Sonido 13 de Julián Carrillo, de la música dodecafónica o serial, de música concreta y la electrónica, con él conocí los nombres de Arnold Schoenberg, Alban Berg, Igor Stravinski, Aaron Copland, los de los provocadores John Cage y Stockhausen, con él comprendí de las implicaciones en el desarrollo de la música que en su momento habían tenido las obras de Bach, de Beethoven, de Wagner, de Mahler, Debusy, Ravel o Satie. Con él entendí los nacionalismos musicales como vanguardias, con él derribé los prejuicios de los géneros, y descubrí la importancia de la música popular en la música de concierto, con él fortalecí mi gusto por el jazz, el blues y el rock. Recuerdo que se preguntaba en voz alta, cómo escribir en una partitura los fraseos del rap.





            Otra revelación fue descubrir que mi maestro era escritor, recuerdo sus colaboraciones en la revista Pauta, y su libro publicado por la Universidad de Guadalajara, Antonio Navarro no era un músico escribiendo, Antonio Navarro era además un escritor, un verdadero escritor. Su generosidad me abrió las puertas de su casa en Guadalajara, y conocí su estudio, su fonoteca y su muy selecta biblioteca. Pasamos algunas tardes celebrando esa antigua ceremonia del maestro y el pupilo. Entonces me enteré también que Antonio Navarro era un compositor con un prestigio internacional, su modestia había mantenido esa faceta en secreto ante el grupo. Fue tanto mi impacto de discípulo que el primer cuento que escribí en mi vida incluía un personaje musicólogo, llamado Antonio de Navarra, inspirado por supuesto en él.

            La vida tiene sus vaivenes, sus caprichos y sus vericuetos; dejamos de vernos durante muchos años, cuando vine a vivir a Zapotlán para coordinar la Carrera de Letras Hispánicas, me encontré que él también se había mudado a esta ciudad. Aunque no hemos vuelto la dinámica incansable de aquellos años noventa, nos hemos encontrado algunas veces y hemos conversado. Antonio Navarro ha seguido construyendo su carrera de compositor, más de medio centenar de sus obras han sido incluidas en los programas de música de concierto en todo el mundo y aparece en casi todos los discos dedicados a la música contemporáneo mexicana.

            El jueves 15 de agosto, aniversario de la ciudad, se presentó nuevamente su Cantata Zapotlán interpretada por la Orquesta Filarmónica de Jalisco y el Coro del Estado. Este hecho fue el que disparó estas remembranzas que quieren ser un reconocimiento a su trayectoria y expresar mi deuda con el maestro. Un discreto homenaje de un ya remoto discípulo.

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