Los
conjurados
Ricardo
Sigala
Corría
el año 1991, yo había ingresado a la Escuela de música de la UdeG, si bien con
muy poco talento, sí con altísimas expectativas. Tras un primer año de estancia
yo me había convertido en un estudiante un poco decepcionado, tanto entre los
compañeros como entre una buena parte de los profesores reinaba una actitud
diletante, una impostura esnobista y, en algunos casos, una declarada
ignorancia. Yo ya no tenía muchas esperanzas y comenzaba a aceptar que la
Escuela de música de la universidad era en realidad una academia más de música,
fue entonces cuando apareció Antonio Navarro.
Iniciábamos un nuevo curso, Apreciación
musical. Del profesor me llamó la atención su forma de apropiarse del
espacio del aula como si hubiese nacido dando clases, con una voz que es a la
vez natural e impostada, su juventud chocaba fuertemente con la cantidad de
información y de conocimientos que de él emanaban. Su clase no se basada en un
libro de texto ni en un manual, él apostaba por su amplísima cultura. En una de
las primeras clases nos habló de la ópera Aura de Mario Lavista, basada
en la novela homónima de Carlos Fuentes, incluso nos llevó el disco, que, por
supuesto escuchamos, y un video documental sobre la puesta en escena de la
ópera. El estudiante desencantado en que me había estado convirtiendo, fue
poseído por un espíritu que ahora sin ningún pudor me atrevo de definir de
navarrista. Me convertí en un admirador de mi profesor, y sólo su clase
justificaba mi permanencia en la Escuela de música.
Con él supe por primera vez del
Sonido 13 de Julián Carrillo, de la música dodecafónica o serial, de música
concreta y la electrónica, con él conocí los nombres de Arnold Schoenberg,
Alban Berg, Igor Stravinski, Aaron Copland, los de los provocadores John Cage y
Stockhausen, con él comprendí de las implicaciones en el desarrollo de la
música que en su momento habían tenido las obras de Bach, de Beethoven, de
Wagner, de Mahler, Debusy, Ravel o Satie. Con él entendí los nacionalismos
musicales como vanguardias, con él derribé los prejuicios de los géneros, y
descubrí la importancia de la música popular en la música de concierto, con él
fortalecí mi gusto por el jazz, el blues y el rock. Recuerdo que se preguntaba
en voz alta, cómo escribir en una partitura los fraseos del rap.
Otra revelación fue descubrir que mi
maestro era escritor, recuerdo sus colaboraciones en la revista Pauta, y
su libro publicado por la Universidad de Guadalajara, Antonio Navarro no era un
músico escribiendo, Antonio Navarro era además un escritor, un verdadero
escritor. Su generosidad me abrió las puertas de su casa en Guadalajara, y
conocí su estudio, su fonoteca y su muy selecta biblioteca. Pasamos algunas
tardes celebrando esa antigua ceremonia del maestro y el pupilo. Entonces me
enteré también que Antonio Navarro era un compositor con un prestigio
internacional, su modestia había mantenido esa faceta en secreto ante el grupo.
Fue tanto mi impacto de discípulo que el primer cuento que escribí en mi vida
incluía un personaje musicólogo, llamado Antonio de Navarra, inspirado por
supuesto en él.
La vida tiene sus vaivenes, sus
caprichos y sus vericuetos; dejamos de vernos durante muchos años, cuando vine
a vivir a Zapotlán para coordinar la Carrera de Letras Hispánicas, me encontré
que él también se había mudado a esta ciudad. Aunque no hemos vuelto la
dinámica incansable de aquellos años noventa, nos hemos encontrado algunas
veces y hemos conversado. Antonio Navarro ha seguido construyendo su carrera de
compositor, más de medio centenar de sus obras han sido incluidas en los
programas de música de concierto en todo el mundo y aparece en casi todos los
discos dedicados a la música contemporáneo mexicana.
El jueves 15 de agosto, aniversario
de la ciudad, se presentó nuevamente su Cantata Zapotlán interpretada
por la Orquesta Filarmónica de Jalisco y el Coro del Estado. Este hecho fue el
que disparó estas remembranzas que quieren ser un reconocimiento a su
trayectoria y expresar mi deuda con el maestro. Un discreto homenaje de un ya
remoto discípulo.
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