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martes, 16 de julio de 2019

Todo por una Piedra










Héctor Olivares Álvarez



“Azucena” tenía 13 años cuando abandonó la secundaria; estaba cansada de ir a la escuela a <<aburrirse>>. Sus padres están separados y ella no sabe qué hacer con sus hermanos mientras su mamá sale a trabajar. “Azu”, como le dicen sus amigos, acaba de cumplir los 14 años, es bajita de estatura y delgada para su edad y es la hija menor de un matrimonio que desde hace tiempo se mece a la deriva. Es su madre quien trajo al centro de salud siguiendo las indicaciones de la trabajadora social. La madre de Azucena es una mujer que no llega a los 40 años de edad, aunque da la impresión de tener muchos más. Además de la casa, trabaja en un empaque de aguacate para sacar adelante a sus hijos que con “esta”, dice mientras señala a Azucena, suman cinco en total. Del marido se concreta a responder con una mueca.

 <<Venimos para que nos dé un pase para el psicólogo y que le dé a esta algo para que no se “embarace” >>.
¿Para qué no se embarace?
<<SÍ. Para no se “embarace”>>, insiste la mamá.

<<“Es que “esta” se me salió de la casa. Hasta ayer la encontraron los policías en la casa de uno que vende drogas allá por la colonia, me dijo la trabajadora social que Azucena estaba drogada y que había tenido relaciones con los hombres que estaban con ella>>.
Instintivamente vuelvo los ojos a la nota médica: femenina 14 años de edad.




Ovillada en la silla, Azucena apenas si deja ver su rostro y como respuesta articula algunas palabras deshilvanadas. Más que voz parecieran susurros, sonidos guturales los que emite.

Sin embargo, confirma lo dicho por su madre: efectivamente se droga con piedra y marihuana y tuvo relaciones sexuales con los sujetos con los que se encontraba. Pero <<no es la primera vez. La primera vez fue antes que saliera de la secundaria. Lo hacía para que me dieran una “fumada de piedra”.  Es que cuando fumo me siento muy relajada. Me olvido de todo, es como si me fuera muy lejos>>.

Esto que les comparto es la crónica de una tragedia en la cual el día menos pensado podríamos dejar de ser simples espectadores y convertirnos es protagonista de la misma. Algo pasa desde hace tiempo en Ciudad Guzmán y parece que no nos damos cuenta o de plano no queremos aceptar esa realidad. Será porque pensamos que “eso” no nos puede suceder a nosotros. Somos una sociedad ingenua que cree que una desgracia como la de Azucena solo les puede pasar a “otros, a los diferentes, a los de allá. La historia de la familia de Azucena no es tan distinta a la nuestra:

<<Nosotros llegamos hace como trece años aquí a Guzmán. Primero se vino mi esposo, luego nosotros. Venimos de Michoacán, de Apatzingán, al aguacate. Mis tres hijos, los más chicos ya nacieron aquí. Estos los más chicos ya no piensan como uno, ya no obedecen, hacen lo que les da la gana>>.

Cuentan las crónicas que por estos lugares se veneraba a Xipe Totec, deidad prehispánica relacionada con la agricultura, la primavera, las estaciones, por eso estas tierras se cubrían de un manto de verdor sin igual que impregnaba el ambiente con un olor a pino y a madroño. Pero a Zapotlán desde hace tiempo ya no lo cubre el mismo manto, ya no es aquel “valle redondo de maíz”, como pregonara Juan José Arreola, ahora nos asfixia el verdor de una agricultura que nos es ajena, rodeados de árboles que producen frutos que saben a sangre y que nos ha traído tanta gente, tantas cosas.

No, ya no somos la ciudad que celebrara Arreola y mucho menos a la que en 1533 fundara Fray Juan de Padilla y que confiado dejara a nuestro cuidado antes de irse para siempre a las tierras de Cíbola. No maestro Guillermo Jiménez, en Zapotlán, los niños ya no se esconden detrás de las puertas para adivinar por el sonido de los pasos el sexo de quienes pasan por la acera. No. Ahora, algunos de los niños de Zapotlán se van a las “tienditas” a prostituirse por un pedazo de piedra.

<<No está embarazada>>, digo finalmente al recibir los resultados de laboratorio.  
<<Por el momento, sentencia la mamá>>.

Azucena abraza instintivamente a su madre. Siento la turbación de la madre ante un acto tan inusual. Veo a Azucena y recuerdo a Guillermo Jiménez: “Miradla cómo tranquilamente escuálida, con un doliente acceso de asma, camina por el sendero polvoriento de la vida. Va donde han ido todas las que tienen el mismo mal: hacia la muerte”.


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