El Círculo
de la casa tinta
Los he
visto llegar por tercera ocasión en este año.
Desde
la primera, mi curiosidad fue grande. No resistí. Investigué lo que pude.
Para la
segunda reunión, algo sabía: se hacen llamar El Círculo de la casa tinta, y
sólo reciben en sus reuniones, que son mensuales, a los Iniciados.
He
mirado por entre las cortinas de la casa: leen, cada uno de los miembros,
profusos escritos: que luego discuten, borran y luego vuelven a leer. Algunos
no opinan, y asisten sólo en algunas ocasiones. Este sábado trece no únicamente
trajeron sus escritos, sino que algo festejaron: rieron y conversaron sin
parar. Ya entrada la noche, se fueron los primeros; en seguida: partieron los
otros. En un solo auto. Pude observar que uno de ellos tosía sin parar, lo que
me pareció sospechoso...
Ahora
que se han marchado, algo podré investigar. Imagino algún complot.
Sé de
buena fuente que son peligrosos. Que algo traman. Que la policía de Eutropia
los investiga...
De mí
depende ahora si el Círculo permanece.
Por el
momento no los denunciaré…
Luciérnagas
Bajamos
del atestado trolebús. Bajamos y dentro de él queda la sombra de un amigo
ensombrecido por la Enfermedad. La Enfermedad de su hermano. Y antes su tío y
su mujer. La misma que ha causado la muerte de algunos de sus mejores
compañeros de elección...
Bajamos
y la noche está en la plaza. Dos grandes reflectores dirigen su luz al cielo.
Catedral: iluminada también. Los autos corren con lentitud de este lado de la
calle: enfrente, en la Gran Avenida, el rápido tránsito. Aquí: el cielo lleno
de quietud. De movilidad apenas descubierta: de la Cúpula del Edificio Noreste
surge una inmensa constelación de luciérnagas: vuelan: chocan contra la luz de
los reflectores. Son miles de luces. Miles y miles. Nadie presta atención:
todos caminan persiguiendo su sombra, cada vez más anochecida...
Un curioso
circo de humanos
Con
ansias esperé la llegada del circo. Llegaron los hombres y levantaron la carpa.
Iniciaron las funciones y nunca vinieron (ya lo sé) los animales. Supe entonces
que se trataba de un curioso circo de humanos. Que los últimos animales se
habían extinguido...
A
Eutropia llegó un circo de humanos: en el terreno se pueden ver a cientos de
chinos preparar sus actos, vigilados por los Entrenadores. Después de las
funciones, cuando se apagan las luces, los llevan a dormir a unas enormes
jaulas: por las noches se escuchan sus lamentos, desde dentro, donde se miran
de frente (duermen de pie), sufren así la pérdida de su libertad...
Mutilados
A
últimas fechas a Eutropia han llegado cientos de mutilados. Se arrastran por
las calles pidiendo un mendrugo. Son pedazos de seres. En esta esquina la
mitad, en la de enfrente la otra. Y en la de más allá, otros y otros: muchos
más. Por las noches se escuchan sus lamentos. Atraviesan la ciudad para ir a
donde el Gobierno les permitió un Albergue. Equidistantes, por la madrugada se
reúnen sólo unos minutos. Llegan para mirarse unos a otros. Beben agua; tragan
los mendrugos; cuentan su dinero; defecan y vuelven su dirección hacia las
calles del centro de Eutropia. Por la noche intentan el retorno. Son miles.
Paisajes
Me
parece increíble cómo en este instante las oscuras y alumbradas nubes confluyen
—ante mi ángulo de visión— en la punta de la carpa del circo, en la que apenas
ayer los hombres colocaban la gradería y se formaba una extrañísima estructura
metálica que me llegó a inquietar. Ahora que la miro sin los hombres trabajando
en ella, me recuerda cómo lo humano hace menos impresionantes las cosas y los
lugares: desolados, toman un cariz de desastre: que, a mí, me entristece y
asusta.
En
la quieta Zona Restringida de la Torre: el polvo permanece pasivo y la
herramienta de los obreros de la reconstrucción tirada: palas; cubetas; una
carretilla volcada cerca de la zanja; puentes; revolvedoras, montículos;
andamiajes; una escalera hacia el Centro de la Tierra...
En el
cielo las negras nubes amenazan. En el horizonte el paisaje arde, consumido por
el sol.
Las
maravillas de la destrucción
Los
hombres han continuado la reconstrucción de la Torre Inclinada. Trajeron
maquinaria pesada y pusieron al descubierto los cimientos. Han aumentado de
volumen los montículos de tierra en la Zona Restringida. Y de pronto aparecen
caravanas con cargamentos...
A
veces, cuando cruzo el pasillo del edificio en que trabajo, he imaginado que,
en algún claro momento del día, cuando todos los que aquí laboran salen a sus
casas, pueda caer y provocarse una de las peores tragedias de la historia de
Eutropia.
(¿Y
qué tal si fuera de noche: cuando el silencio es un muro que describe mejor al
mundo? Todo sería en verdad una maravilla. La gente tendría ahora sí un tema
interesante de qué hablar. Tendrían algo nada superfluo qué contarles a sus
futuros nietos. Tendrían la esperanza de vivir muchos años para poder darles su
versión de los hechos a las generaciones de hombres que no miraron la caída de
la Torre Inclinada. Dejarían de vivir tan tontamente —como han vivido...)
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