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viernes, 26 de julio de 2019

Poemas de Enredo







Aviso y agradecimiento

Mi libro Enredo reúne una producción de treinta años de poesía. Agradezco el apoyo de Higinio del Toro y de Fernando Castolo que hicieron posible que estos fragmentos de vida se publicaran.

            Mañana sábado 27 de julio se presenta en el Centro Cultural José Clemente Orozco del Archivo Histórico Zapotlán el Grande (Calle Gordoa esquina con Ramón Corona, a unos pasos del Mercado Municipal) a las 11 de la mañana en punto.

Las palabras de recibimiento estarán a cargo del escritor y poeta Pedro Mariscal.





Retorno

Fue el mar lo que escucharon muy dentro
donde la arena de los cuerpos doraba al sol

fue un mar callado y luego fulgurante
de ecos
que los volvió uno solo y no hubo espacio
para el retorno

vino, en otro tiempo, la repetición
y con ello
la sed
la profundidad
Vino la niebla de los ojos en el instante
en que miraron las naves alejarse
La mar, entonces, refulgente
La niebla y la mar entre los ojos...


Fue entonces que la mar
se alzó en el espacio
y ella comió de sus manos y comió sus manos
y la noche y el día
y la tarde y la mañana
cayeron como un rostro

y la mar vuelta luz
y la mar vuelta espejo
y la mar vuelta instante

él se miró en sus ojos
ella en su cuerpo
—completándose



Y los ojos como un sol último
recuerdan
al caer la tarde
la aspiración de quienes
            comienzan a navegar

zafiros que deslumbran como estrellas vacilantes
            entre la niebla
las manos y las palabras que refulgen


En la noria

Al pozo le rezuma agua, le nacen hojas. Escupo y la saliva hace equilibrios, resbala hasta volverse agua. La eternidad se vuelve viento que entra y sale. Corro por la granja y el que está dentro corre y se oculta en lo profundo. Luego regresa y se mira con sus ojos de agua. De lo profundo regreso como si nada existiera. Nada existe.
Los ojos abrevan su mirada en el agua que no fluye.


Ahora

I

Nada hay en la mirada
                del espejo
       reflejada en los ojos
La sangre es la virtud
el cuerpo es la forma que nada dice
    sino dolor
el dolor de mirarse en un amanecer
que no terminara de iluminarse
y que se borra porque es incertidumbre
porque es chisporroteo
      porque son lágrimas


II

Nada es igual
          ¿o así parece?
Pronto vendrá el dolor
un dolor
aún más fuerte
Y tendremos que mudar de costumbres
Ahora que todo era distinto
y lleno de un riesgo
una alegría
que nunca nunca
serán igual


Enredo

Suspendido en el espacio y en el tiempo, sumido en la escritura donde el lápiz se desliza suavemente por la hoja, reclinado en un pensamiento fuera de lo que existe, el hombre de cabellos claros no prefigura ninguna esfinge, ninguna alegoría cierta.

Alguien lo mira. Y esa cadenciosa imaginación lo ve como si allí mismo estuviera algo (o alguien) que le diera una idea, una imagen, una metáfora del futuro.

Luego una señal. Una sola señal como un diminuto dedo en los labios; una figura que cualquiera sabe y reconoce. El que lo mira huye, tímido, quizás avergonzado de haber hecho la señal que a nadie dice nada. Que a nadie dice, pero que  desata una discursiva y  melodiosa historia.

Por el pasillo, el que huye, sigue una línea que después reconocerá como un rayo de luz mínima que traerá, como algo realizado ya, una Comedia de enredos en la que los pasos del advenedizo tendrán que sucederse para que se cumpla el Encuentro.
Después, cuando parecía que todo estaba acabado, el hombre de cabellos claros aparece. Trae en su boca una sonrisa  —esos labios ofrecerán la derrota de todo lo cumplido con anticipación.

Entonces, ningún lenguaje es suficiente. Ninguna palabra caída —dictada por un ser mayor que todas las cosas—,  hace que el hombre de cabellos claros y el muchacho reconozcan que ya todo está dicho. Y escapando del Destino que todo lo dicta, que todo lo mueve y contiene en un capullo azul, el hombre y el muchacho se hunden en el desconcierto. Y no dicen palabras. No establecen que ya todo está en una palabra, en una frase que romperá con lo establecido por Dios en ese instante. El muchacho proferirá su discurso que traerá ahora  y para siempre, el enredo que hace que los labios se frunzan y las mejillas tomen una coloración distinta.

Y allí, en ese quebradizo momento, ambos describen su argumento que aclarará, por concerniente, que el hombre de cabellos claros y el muchacho, no son lo que son, y un silencio y una carcajada se escucharán, y ninguno de los que allí están (en el alumbrado territorio que el destino fijó fuera el lugar del malentendido) sabrán, prontamente y avergonzados, que ninguno de los dos respetó las palabras escritas. Y los dos se dispersarán, impromptu, hacia lo que a cada uno le depara el dictamen establecido, y sabrán que han cometido un error. Sabrán que ninguna palabra era la que debían pronunciar. Se alejarán con una sonrisa, pensando, tal vez, que se han equivocado de espacio, de tiempo y de palabras.


Cada vez que el aire
(fragmentos)


V

Tú ya no puedes sostenerte,
bajas mi mano hacia adentro del pantalón
y me permites hundir mis dedos en ti.
Entonces yo doy vueltas como un pájaro,
como un ave en su trapecio extendiendo sus alas
hasta encontrar el agua.
Y desde el fondo de tu garganta surges en susurros.
Luego vas y te tiendes, cerrando los ojos,
en el sofá del café.

Cierras los ojos y aprietas los labios.
Buscas de nuevos las alas
que te revelaron, por un instante,
el pasado, el presente y tu futuro.



VI

Había caballos en el bosque a la hora del abrazo. Y cuando nuestras bocas se enlazaron, había caballos. Lentos cruzaban como unas apariciones. Se perdieron de pronto en el camino, pero nuestras palabras los retornaron. Vinieron entonces de nuevo hacia nosotros.

Nos miramos. ¿A dónde ir y para qué?
Habíamos caminado pendiente arriba.
Nos adentramos en el bosque hasta encontrar las sombras.
Estaba el viento y había la luz.
Nos abrazamos y besamos y había los caballos.


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