De Tecalitlán… los sones
*René
Chávez Deníz
Recostado
en la falda de la colonia de la Cruz y al pie de la sierra madre occidental del
halo se encuentra Tecalitlán, pintoresca población del Sur de Jalisco, ahí
nació Miguel de la Mora el 19 de junio de 1874 en la casa de sus padres don
José de la Mora y doña Margarita de la Mora.
Nadie
podía imaginar, que un santo acababa de nacer.
La
infancia y adolescencia se esconden en el silencio, solo se sabe que Miguel
vivió en Tecalitlán hasta que hizo su primera comunión y después de haber
recibido su instrucción escolar básica.
Luego
paso el resto de su niñez y adolescencia en el rancho el Rincón del Tigre, en
aquel ambiente campirano; Dios lo llamo al sacerdocio, desde niño pensó ser
sacerdote y un día expresó su inquietud a su hermano Regino: “Quiero que me
lleves a Colima, quiero entrar al seminario”.
Regino
lo llevó al seminario a la ciudad de las palmeras y se hizo cargo de su sostenimiento.
Terminada
su formación en el Seminario de Colima, fue consagrado sacerdote en 1906 y
canto su primera misa en su pueblo natal.
Su
primer destino fue Tomatlán, luego el 19 de octubre de 1909 recibió el
nombramiento de Vicario de Comala, con residencia en San Antonio.
En
1912 fue nombrado uno de sus capellanes de la iglesia catedral de Colima.
En
1914 a 1918, ejerce el oficio de párroco de Zapotitlán, Jalisco Después
nuevamente fue designado capellán de la Iglesia Catedral de Colima, desempeñaba
este cargo cuando se desató la persecución callista en 1926.
El
presidente de México había expedido el 14 de junio de 1926, “La ley Calles” que
consistía en la prohibición de ejercer el ministerio a sacerdotes e intervenir
en escuelas y hospitales etc.
Entonces
los obispos se reunieron y frente al peligro que amenazaba a la iglesia,
ordenaron la suspensión de cultos públicos, en este ambiente persecutorio el
Obispo de Colima decretó, junto con su presbítero la suspensión de culto
público.
Obispos
y sacerdotes fueron procesados muchos de ellos fueron desterrados o se
impusieron ellos mismos al destierro, otros permanecieron ocultos con el afán
de prestar auxilio espiritual a su feligresía y se las ingeniaba para celebrar
misa e impartir sacramentos.
El
padre Miguel se ocultó en su casa, celebrada la eucaristía; sin embargo, lo
descubrieron y de inmediato fue tomado preso, salió de la prisión bajo fianza y
con la obligación de presentarse diario en la jefatura de operaciones
militares.
El
padre fue advertido de que terminado el tiempo de su fianza iría a prisión
definitiva, salvo que abriera el culto en la catedral, pero bajo la vigilancia
y obediencia a la autoridad civil.
Estando
próximo vencerse el plazo que le habían fijado para obligarlo a reanudar el
culto público, prefirió salir de la ciudad para dirigirse al rancho, así en la
madrugada del domingo 27 de agosto de 1927, Miguel, su hermano Regino y el
Padre Crispiniano Sandoval salieron en un coche hasta la Estancia, Colima.
De
ahí se disponían a dirigirse a la ranchería de Cardona cuando algunos
agraristas lo apresaron.
El
padre Crispiniano al ser confundido por un mozo logró escapar, y los dos
hermanos fueron conducidos al cuartel militar callista ubicado entre la avenida
Hidalgo y Belisario Domínguez.
El
general Flores sintiéndose furioso por el intento de huida del padre le reitera
el fusilamiento.
El
padre Miguel al oír la sentencia, metió la mano a su bolsillo, saco su rosario
y comenzó a rezar, él con su resignación cristiana, sin decir palabras siguió
rezando beso el crucifijo del rosario.
El
pelotón recibió la orden de disparar y el padre cayó abatido por la descarga.
El
padre Miguel sin duda fue un hombre sencillo, discreto, sincero y franco, de
carácter apacible y tranquilo. Fue muy trabajador y responsable tanto con su
familia como en su ministerio sacerdotal.
La
puntualidad y asiduidad fueron una de sus cualidades que lo caracterizaron. Tenía
un gran amor a Dios y muy devoto a la Virgen María.
Fue
un gran confesor paciente, comprensivo y compasivo, se distinguió de modo
singular por su obediencia a Dios, a la Iglesia y a sus pastores.
Por
obediencia padeció la persecución y sufrió el martirio glorioso. Su vida fue
fiel al Señor en las cosas pequeñas como condición para ser fiel en las cosas
grandes. Una vida oculta, casi anónima, desconocida a los ojos humanos, pero
grata a los ojos de Dios.
Por
ello hoy es el miembro más encumbrado de nuestro Tecalitlán y de la Iglesia
Colimense.
Un
hombre nacido en esta parroquia de Tecalitlán que hoy y siempre sentirá orgullo
de tener un hijo que dio testimonio real del seguimiento a Cristo y al
Santísima Virgen.
El
22 de noviembre de 1992 el Papa Juan Pablo II lo declaró Beato junto con 24
mártires mexicanos y el 21 de mayo del 2000 lo declaró santo con un grupo de 26
nuevos santos de la Iglesia.
San
Miguel de la Mora un santo tecalitlense, sacerdote y mártir de Colima y de la
Iglesia Universal.
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