Oswaldo
Ramos
Escribo
esta columna a raíz de haber visto una numeraria ofrecida por la Federación de
Estudiantes Universitarios (FEU), misma que fue obtenida a través de una
encuesta realizada en toda la Red Universitaria. Los datos únicamente vienen a
confirmar algo que era ampliamente conocido y evidente: los jóvenes se drogan y
alcoholizan, sin embargo, el debate no debe girar en torno a esto, sino a las
condiciones que propician estas conductas a tan temprana edad.
Aquí
cabe hacer una observación sobre el caldo de cultivo que son los planteles de
bachillerato para la venta y consumo de alcohol y drogas, más en las regiones,
donde la falta de infraestructura que rodea a las escuelas hace propicio el
esparcimiento del narcomenudeo, siendo la marihuana una de las sustancias más
demandadas. El aislamiento de las preparatorias hace que al ubicarse en
periferias queden a expensas de esperar que la urbanización los alcance, por lo
que incluso los mismos servicios de seguridad pública desatienden su obligación
de resguardar a los estudiantes.
La
numeraria de la FEU hizo visible la marcada disparidad que hay en consumo de
drogas entre los Centros Universitarios y las prepas, siendo estas últimas las
que se sobreponen entre 3 y 5 puntos a las universidades. Con esto estamos
hablando de un problema multifactorial que se desprende del fallo de las
estructuras gubernamentales en la procuración de bienestar social, pues la
marcada desigualdad en zonas del interior marca la pauta para que se acentúe el
consumo de drogas. A pesar de ser conocida la situación alarmante de
drogadicción y alcoholismo en jóvenes de prepa, la universidad se ha visto
rebasada al no poder atender desde sus alcances esta problemática, y es que
como institución pública podrá tener un elevado presupuesto, pero dentro de sus
facultades no les queda mucho por hacer.
Los
problemas estructurales claramente terminan desembocando en problemáticas
individuales y aquí no marca la excepción, pues un 85% de la población
estudiantil en edad preparatoria ha sentido “que las cosas no van bien”,
hablamos de una percepción de un futuro sin futuro que se refuerza con la
desigualdad rampante que viven.
La
facultad de frenar esta avalancha de problemáticas multifactoriales claramente
no está en la Universidad de Guadalajara, sin embargo la capacidad de presión
política que ésta tiene es pieza clave para activar la maquinaria institucional
del Estado y exhortar a la creación de políticas públicas que se alejen de las
clásicas medidas punitivas y opten por encaminar el potencial de la juventud en
actividades que encaucen su potencial hacia la creación de un bienestar
colectivo.
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