Oswaldo
Ramos
El
pasado primero de mayo se anunció la entrega del Plan Nacional de Desarrollo
2019-2024 por parte del Titular del Ejecutivo Nacional a la Cámara de Diputados
y en este caso, tal vez más que en sexenios anteriores, la expectativa sobre su
contenido llamaría poderosamente la atención.
El documento de 63 hojas que, según
sus sellos de recibido, fue entregado el 30 de abril casi sobre la hora.
Detalla la política de desarrollo que se observará en el país durante el
sexenio que está en curso.
El Plan en su parte introductoria
no duda en atribuir las grandes condiciones de desigualdad que vivimos en el
país y la distribución inequitativa de la riqueza a las políticas implementadas
dentro de un sistema neoliberal, sustentando su estructura y contenidos en tres
grandes ejes: Política y Gobierno, Política Social y Economía. Esos ejes en su
desarrollo comparten una característica general: la de ser principalmente
enunciativos, sin líneas de acción que establezcan metas puntuales de
cumplimiento, con ausencia de datos que sustenten lo plasmado en cada apartado
y desligados de instrumentos internacionales de desarrollo. Esta estructura
puede entenderse con la crítica que el propio Plan realiza hacia instrumentos
anteriores que tenían un “lenguaje oscuro y tecnocrático”.
Aspectos que merecen especial
atención son el Programa Nacional de Reconstrucción y el Programa de Vivienda
Social, que buscan acompañar a sectores de población en condiciones de
vulnerabilidad. El Plan prevé un crecimiento económico basado en el bienestar
más que en cifras macroeconómicas, sin embargo, existen dudas sobre en qué
bases se busca generar desarrollo y prospecciones a futuro.
Más allá del enfoque que castiga al
neoliberalismo, el Plan saca a relucir una gran precariedad en lo relativo a
Desarrollo Sostenible, puesto que se hace una correcta definición del concepto,
pero el tema se aborda únicamente en 16 renglones que poco dicen. Entre esas
líneas se establece que el Ejecutivo Federal “se guiará por una idea de
desarrollo que subsane las injusticias sociales e impulse el crecimiento
económico sin provocar afectaciones a la convivencia pacífica, a los lazos de
solidaridad, a la diversidad cultural ni al entorno”. La gran pregunta que surge
y que el contenido del Plan no responde es ¿cómo?
Al inicio de la presente
administración federal, el sector Medio Ambiente fue alcanzado por la llamada
“austeridad republicana” al reducirse su presupuesto cuando en realidad reducir
lo que ya de por sí era poco, es lo último que debería hacerse y limita
significativamente la capacidad operativa de las instancias involucradas. Les
mata la acción.
Desarrollo Sostenible está
contemplado como componente de Política Social, hecho que por sí solo deja entrever
la poca importancia que se le dará al tema, puesto que como mínimo debería
estar diseñado como un aspecto transversal dentro una política de desarrollo
integral.
Hablando de recursos naturales, sembrando vida es el único apartado que
de forma somera los señala, establece acciones que anteriormente ya se han
impulsado por parte de la Comisión Nacional Forestal y de acuerdo a lo que
establece el Plan, Jalisco no se encuentra contemplado en el proyecto.
En lo relativo al sector
energético, éste se aborda desde una visión meramente económica y poco viable,
reprobando lo que se ha hecho mal en el pasado mediante la Reforma Energética y
plantea un “rescate” de PEMEX que a estas alturas del partido resulta poco
viable.
Un claro ejemplo de la poca
relevancia que se le da al tema ambiental, es el hecho de que el proyecto del
Tren Maya figure como uno de los principales detonadores de desarrollo, cuando
éste ha incrementado sus costos hasta en más de un 700% y en parte, por no
haber previsto lo concerniente a la Manifestación de Impacto Ambiental. El
proyecto prevé la remoción de aproximadamente 750 hectáreas de selva, con
impactos negativos al ambiente prácticamente imposibles de mitigar, si hablamos,
por ejemplo, de fragmentación de hábitats. México y sus regiones cuentan con
ecosistemas y biodiversidad que requieren de medidas eficaces de protección y
conservación.
No podemos pensar en desarrollo
urbano si no se prevé cómo dotar a las ciudades de agua, reducir emisiones de
gases de efecto invernadero, hacer un adecuado manejo de residuos, incrementar
áreas verdes y garantizar la conservación de los espacios que generan servicios
ambientales de soporte. Tampoco puede existir verdadero desarrollo del campo
mexicano si los pequeños productores están compitiendo con trasnacionales que
los superan en capital económico, les restringen el aprovechamiento de sus
propios recursos naturales y además se debe soportar las externalidades que
genera el cambio climático (como las variaciones en el temporal de lluvias)
derivado de actividades como la deforestación, la industria y la generación de
contaminantes en las ciudades.
Para ambas cosas se requiere que el
Gobierno Federal proteja los recursos naturales sobre los cuales la Nación
ejerce sus facultades y asuma el cumplimiento de compromisos internacionales en
materia de medio ambiente y cambio climático.
Dentro del plan se observa un
contraste de aspectos en los que la buena fe parece ser el principal impulsor,
pero que de momento deja dudas sobre el cómo se implementarán. En palabras del
propio Plan, no podemos “heredar un territorio en ruinas” a quienes están por
venir.
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