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miércoles, 29 de mayo de 2019

Las lágrimas de Theresa May




Ramón Moreno Rodríguez


En estos días ha presentado la dimisión al cargo de Primera Ministro del Reino Unido, la conservadora Theresa May. Independientemente de las posibles consecuencias económicas que tal hecho pueda acarrear a los británicos, por un amenazante Brexit duro, estas breves líneas quieren centrar su atención en el aspecto humano.

Lo primero que destacaré son los durísimos debates que en el parlamento han escenificado quienes se oponen al plan que la ministra negoció con la Unión Europea; no importaba que fueran de su partido o del principal opositor, los Laboristas. Todos la zarandearon terriblemente y le rechazaron la propuesta hasta por tres veces. Ella resistió impertérrita a tan duro golpeteo con expresiones como “ahora conocemos lo que no quiere el parlamento, pero seguimos sin saber lo que sí desea”.




Tanto sus oponentes como la prensa británica la acusaron de muchísimas cosas, de imprudente, aferrada, carente de realismo político, desconocimiento, ineficacia. Ella resistió una y otra vez y acudió una y otra vez a tratar de convencer a la Comisión Europea, ya que no lograba hacerlo con los de su parlamento.

Finalmente, después de haber alcanzado dos prórrogas para la salida del Reino Unido de la U. E., Theresa May se marcha y le deja el puesto a quién sabe qué político, que de seguro será tan oportunista como la Segunda Dama de Hierro. En la conferencia de prensa dada afuera de la casa de Downing Street, May, al reconocer que se tiene que marchar sin alcanzar lo que se había propuesto (sacar al Reino Unido de la Unión), se ha roto y su condición de hierro evidenció que tan sólo era de polvo de aquellos lodos llamados Referendo sobre la Permanencia. En efecto, se desmoronó y con lágrimas y gestos de pesar concluyó sus palabras ante la prensa.

Y me disculpo ante el lector por las duras palabras antedichas, pero no se debe olvidar que la señora May hizo campaña (cuando era ministra de Interior) a favor de la permanencia en la Unión, y consecuentemente, votó en esa dirección. Pero a los pocos días del resultado que arrojó el plebiscito, asumió el cargo que el primer ministro, David Cameron, le dejó y entonces cambió de parecer y fue la más ferviente defensora del Brexit. ¿por qué esa mudanza tan radical? Para mí, sigue siendo un misterio. Como un gran misterio me lo parece que haya sido la persona más firme y resistente durante tantos meses pero que al final, se haya derrumbado. Ojo, no creo que por haber flaqueado dimitiera, estoy seguro que verse obligada a renunciar es lo que la hizo llorar.

Dejar el poder, al que se aferró tan contradictoriamente es el origen de las lágrimas. No llora por no alcanzar el propósito de sacar al Reino Unido de la Comunidad Europea, llora por tener que dejar tan codiciado puesto.

Hoy, muchos de los que la atacaron con tanta dureza, tanto en el parlamento como algunos de sus ministros y no pocos periodistas, se deshacen en elogios de la señora Theresa May. Dicen que actuó con gran rectitud, que dirigió el barco con firmeza durante la tormenta, que hizo honor a la severa educación que le impartiera su padre, un pastor anglicano. En fin, los cambios en la opinión publica de aquel país insular da los terribles bandazos que la señora May ha dado, y de los insultos pasa a los elogios.

Me pregunto si este fenómeno será generalizado de nuestros tiempos. Me pregunto si los políticos británicos tendrán convicciones u obsesiones por permanecer en el poder a costa de lo que sea.
Soy pesimista. Tengo para mí que las frágiles y contradictorias lágrimas de la primer ministro británica es un mal que aqueja –en términos generales-- a los gobiernos de ahora (con los del ayer inmediato creo que es igual; para los del ayer remoto [pienso en Cicerón y su lucha contra César] es difícil tener una posición), sean españoles, canadienses o mexicanos.

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