Ramón
Moreno Rodríguez
En estos días ha presentado la dimisión al cargo de
Primera Ministro del Reino Unido, la conservadora Theresa May. Independientemente
de las posibles consecuencias económicas que tal hecho pueda acarrear a los
británicos, por un amenazante Brexit duro, estas breves líneas quieren centrar
su atención en el aspecto humano.
Lo
primero que destacaré son los durísimos debates que en el parlamento han
escenificado quienes se oponen al plan que la ministra negoció con la Unión
Europea; no importaba que fueran de su partido o del principal opositor, los
Laboristas. Todos la zarandearon terriblemente y le rechazaron la propuesta
hasta por tres veces. Ella resistió impertérrita a tan duro golpeteo con
expresiones como “ahora conocemos lo que no quiere el parlamento, pero seguimos
sin saber lo que sí desea”.
Tanto
sus oponentes como la prensa británica la acusaron de muchísimas cosas, de
imprudente, aferrada, carente de realismo político, desconocimiento,
ineficacia. Ella resistió una y otra vez y acudió una y otra vez a tratar de
convencer a la Comisión Europea, ya que no lograba hacerlo con los de su
parlamento.
Finalmente,
después de haber alcanzado dos prórrogas para la salida del Reino Unido de la
U. E., Theresa May se marcha y le deja el puesto a quién sabe qué político, que
de seguro será tan oportunista como la Segunda Dama de Hierro. En la
conferencia de prensa dada afuera de la casa de Downing Street, May, al
reconocer que se tiene que marchar sin alcanzar lo que se había propuesto (sacar
al Reino Unido de la Unión), se ha roto y su condición de hierro evidenció que
tan sólo era de polvo de aquellos lodos llamados Referendo sobre la Permanencia.
En efecto, se desmoronó y con lágrimas y gestos de pesar concluyó sus palabras
ante la prensa.
Y
me disculpo ante el lector por las duras palabras antedichas, pero no se debe
olvidar que la señora May hizo campaña (cuando era ministra de Interior) a
favor de la permanencia en la Unión, y consecuentemente, votó en esa dirección.
Pero a los pocos días del resultado que arrojó el plebiscito, asumió el cargo
que el primer ministro, David Cameron, le dejó y entonces cambió de parecer y
fue la más ferviente defensora del Brexit. ¿por qué esa mudanza tan radical?
Para mí, sigue siendo un misterio. Como un gran misterio me lo parece que haya
sido la persona más firme y resistente durante tantos meses pero que al final,
se haya derrumbado. Ojo, no creo que por haber flaqueado dimitiera, estoy
seguro que verse obligada a renunciar es lo que la hizo llorar.
Dejar
el poder, al que se aferró tan contradictoriamente es el origen de las
lágrimas. No llora por no alcanzar el propósito de sacar al Reino Unido de la Comunidad
Europea, llora por tener que dejar tan codiciado puesto.
Hoy,
muchos de los que la atacaron con tanta dureza, tanto en el parlamento como
algunos de sus ministros y no pocos periodistas, se deshacen en elogios de la
señora Theresa May. Dicen que actuó con gran rectitud, que dirigió el barco con
firmeza durante la tormenta, que hizo honor a la severa educación que le
impartiera su padre, un pastor anglicano. En fin, los cambios en la opinión
publica de aquel país insular da los terribles bandazos que la señora May ha
dado, y de los insultos pasa a los elogios.
Me
pregunto si este fenómeno será generalizado de nuestros tiempos. Me pregunto si
los políticos británicos tendrán convicciones u obsesiones por permanecer en el
poder a costa de lo que sea.
Soy
pesimista. Tengo para mí que las frágiles y contradictorias lágrimas de la
primer ministro británica es un mal que aqueja –en términos generales-- a los gobiernos
de ahora (con los del ayer inmediato creo que es igual; para los del ayer
remoto [pienso en Cicerón y su lucha contra César] es difícil tener una
posición), sean españoles, canadienses o mexicanos.
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