Los conjurados
Ricardo Sigala
Durante cientos de años hemos
aprendido a vivir a la sombra de la amenaza telúrica, el volcán y su inminente
actividad nos han hecho estar siempre en alerta: las ocasionales erupciones,
las emancipaciones de material incandescente, la caída de ceniza; los temblores
de tierra también forman parte de nuestros recuerdos, de nuestras precauciones,
nuestra memoria tiene vetas trágicas a este respecto, pero también contiene
expresiones de vitalidad, de heroísmo, de reconstrucción. La naturaleza agreste
y los habitantes de sur de Jalisco tenemos probadas relaciones y hemos sabido
convivir, como decimos, no sin ciertos exabruptos. Pero ahora tenemos una nueva
preocupación, una nueva angustia: Los incendios forestales.
No
es sólo un incendio, ni una serie de incendios, ni algo que sucede como un
telón de fondo, ni una especie de macabro espectáculo que sucede al margen de
nosotros, está en juego el aire que respiramos, nuestro clima, el ascenso y
descenso de las temperaturas, la cantidad de precipitaciones, las sequías o las
inundaciones, la erosión de los suelos, la pérdida de bosques y de fauna. Es un
acto múltiple contra la naturaleza y como todo acto de agresión a la naturaleza
es también un golpe certero a nosotros mismos.
Estos
incendios no le están ocurriendo a los bosques o los pastizales, nos están
ocurriendo a nosotros, a nuestra garganta y nuestros ojos irritados, a nuestros
pulmones. Estos incendios ponen en riesgo nuestra salud y la vida de nuestros
niños y de nuestros ancianos. La declaración de alerta o emergencia atmosférica
tiene también consecuencias en la educación por la suspensión de clases, la
dinámica comercial y económica se ha visto afectada, y seguro continuará con
afectaciones, y qué pensar de una posible crisis de los servicios de salud.
“De
acuerdo con las estadísticas de la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo
Territorial de Jalisco, de 2014 a 2018, el municipio de Zapotlán el Grande fue
atacado con 40 incendios forestales que consumieron un total de 1907.5
hectáreas”, una superficie equivalente a la mancha urbana de Ciudad Guzmán.
Según fuentes oficiales este año los incendios han consumido otras 800
hectáreas. Sin embargo, el día 11 de mayo, se publicaron algunas estimaciones
basadas en el Sistema de Información de Incendios para la Gestión de Recursos
(FIRMS, por sus siglas en inglés) de la Administración Nacional de la
Aeronáutica y el Espacio de Estados Unidos (NASA), esos números resultan muy
diferentes del dato oficial, pues se habla de 7, 600 hectáreas afectadas por el
fuego.
Algo
que resulta muy preocupante son las causas de estos incendios: fogatas,
fumadores, aquellas relacionadas con quemas agrícolas, con basureros e incluso
los provocados de manera intencional. No es extraño que un fuerte sector de la
población esté levantado la voz y exijan que tras la devastación no se cambie
el uso de suelo, ante el boom aguacatero y del cultivo de berries. E s preciso recordar que el año pasado en una investigación
de Rodríguez Pinto, se habla de que el 56% de los incendios provocados en
Jalisco entre 2009 y 2017 sucedieron en el sur de Jalisco.
Hoy
el llano sigue en llamas, el horizonte de Zapotlán y de toda la región sur de
Jalisco parece pintado por los pinceles violentos de José Clemente Orozco, el
humo y la refracción de la luz producen colores apocalípticos, el humo como el
hálito que escapa de un ser que expira en agonía. No en vano se ha dicho que
los problemas ecológicos son el apocalipsis de nuestros tiempos
Entre los antiguos celtas suponían
que el druida, o sacerdote, tenía una capacidad especial, pues con sólo ver el
humo que salía de una casa, sabía cuánta gente había enferma ahí y qué
enfermedad tenían. Para esos antiguos médicos el humo sería un síntoma, pues el
humo sería como la respiración de la casa o de un ser viviente.
Nosotros no tenemos esa virtud clarividente,
sólo vemos los síntomas, pero no sabemos interpretarlos, se dicen muchas cosas,
a veces desde la opinión informada, otras desde la sospecha, otras desde
tendencia del momento, otras desde oscuros intereses; quizás todos somos los
enfermos y si no actuamos nuestra condición va a empeorar. La inactividad, la
pasividad, la falta de conciencia ecológica y social sólo darán paso a la
enfermedad de la voracidad, de la destrucción en pos de un beneficio económico inmediato
sin importar las consecuencias del equilibrio de la vida.
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