Los conjurados
Ricardo Sigala
Hace unas semanas se celebró el día
del maestro. Fue como siempre una ocasión para festejar y felicitar. En los
medios de comunicación, en las redes sociales, en los discursos escolares, en
todo lugar en donde se trataba el tema había una constante: los profesores son
los individuos más generosos, más inteligentes, más nobles, mejor preparados de
la creación, entidades fuera de serie, los artífices ocultos de las vidas
exitosas de todos aquellos que pasaron por sus aulas. En esos momentos
pareciera que el papel del profesor rivalizara con la figura de la madre, en
esa condición casi de misioneros, en su entrega incondicional a la construcción
de los futuros ciudadanos.
En
ese mundo color de rosa muchos profesores sienten que por fin se les reconoce
todos sus esfuerzos, que se les compensan los malos sueldos, los pésimos
tratos, y el ascendente desprestigio de ser docente. En su euforia, vi incluso
en redes sociales profesores que se felicitaban a sí mismos por sus largos años
de trayectoria y sus méritos, por su entrega y su incuestionable
profesionalismo. Está claro, nos gusta que no apapachen.
Pero
basta con que reflexionemos un poco para darnos cuenta que esa imagen idílica
del profesor no se sostiene por sí misma. Muchos de los que dijeron y
escribieron cosas casi sublimes en torno a los docentes, en el mejor de los
casos se pasan el resto del año ignorando la labor de los mismos, y en muchas
ocasiones hacen mofa y desprecian la profesión. Y es que debemos ser realistas,
existen tanto buenos como malos profesores, pero pareciera que en día del
maestro quisiéramos olvidarlo.
Lo que sí se hace necesario es
pensar sobre esta situación en apariencia inofensiva. Durante la semana de
festejos del día del maestro, después de las fiestas, las comidas, los discursos,
las felicitaciones, los regalos, los profesores podemos creer que hemos
cumplido con creces nuestras obligaciones, que en verdad somos los mejores
profesionistas, los que dotamos a la sociedad de los nuevos forjadores de la
patria. Sin embargo, la realidad va más allá de esa imagen, nos encontramos que
los profesores en México tenemos muchas asignaturas pendientes. Basta poner
unos pocos ejemplos: somos el último lugar en la prueba PISA, que la OCDE
aplica a nivel mundial para medir el rendimiento académico en matemáticas,
ciencia y lectura. No es un secreto que nuestros índices de lectura están entre
los más bajos del mundo, el portal Parametría, cita un estudio de la UNESCO en
el que México ocupa el penúltimo lugar en una lista de 108 naciones.
Estas
cifras, que sólo son abstracciones, se ven materializadas en la vida cotidiana,
cuando, por ejemplo, una arda de agradecidas personas expresan en sus redes
sociales su reconocimiento a los maestros que los formaron y lo hacen con una
cauda de faltas de ortografías, con una suma de prejuicios y lugares comunes,
con una escritura inconexa y falta de lógica. O cuando el político corrupto, el
funcionario deshonesto, el empresario de los negocios ilícitos, el profesionistas
de turbia fama expresan la deuda que tienen con sus profesores en la
construcción de sus trayectorias.
Nuestro
país ha estado pasando por una prolongada crisis que ya se extiende por varias
décadas, la crisis es económica, política, social, ética. Nos quejamos inusablemente
de las nuevas generaciones, de que no leen, de que son ninis, de que no tienen
conciencia social ni ecológica, pero no nos detenemos a pensar en que nosotros
los profesores, hemos sido en parte responsables de su formación.
Es
quizás por eso que no me gustan las celebraciones del día del maestro, sus
felicitaciones huecas y sus discursos complacientes. Ser profesor es otra cosa,
otra cosa en verdad necesaria y con muchos pendientes que resolver.
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