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domingo, 12 de mayo de 2019

Alan Arenas y su nueva responsabilidad literaria





Milton Iván Peralta
El Volcán/Guzmán


Cuenta cuentos, editor, escritor, columnista, maestro y muchas cosas más son con las cosas que podríamos decir que describen en parte a Alan Arenas, pero en este momento el ganador del XIII concurso estatal de cuento “Un pueblo en llanura”, que se realiza en San Gabriel, en homenaje al escritor Juan Rulfo, el cuento se llama “Descanse en paz”.


“Ahorita tuve el gusto y el honor de haber sido premiado”, y también diremos que para muchos es extraño verlo ganar un concurso de cuento, porque se le ha leído más obra de poesía, incluso en el 2017 gano el tradicional concurso de Juegos Florales de Zapotlán. “Aunque no me la creo aún, pero para mi es importante porque siempre queda ese volado si les gustará a los jurados o no, en la participación pones en duda tu trabajo al no ganar”.

La emoción le gana aún al columnista de “Desde el otro lado”, publicado en este medio. “Para mi esto es una gran motivación, y como dice (Ricardo) Sigala, nos da más responsabilidad con la literatura. Ya empiezas a ver la literatura como un hobby, ni para escribir tus memorias, tratas de pensar, tal vez no como escritor, sino con un compromiso a la literatura”. 

Ha sido un camino largo, cientos de libros leídos, miles de horas de escribir, reescribir “ha sido un camino largo y muchas veces frustrante, uno muchas veces llega a la literatura pensando que lo que escribes es lo que está necesitando la literatura”. 

Han sido años de maduración, aunque aún no se siente escritor, “conformes vas avanzando te das cuenta que lo que escribes es nada más un desahogo catártico, comienzas a madurar y gracias a esos tropiezos, talleres, en mi caso gracias a Náufragos de la Palabra, ha sido importante para ir ampliando mi criterio, cómo escribir literatura, incluso cómo leerla, no es lo mismo que leas literatura desde una perspectiva que como por gusto”.
 
La edición de libros y revistas ha sido importante para su desarrollo, pieza clave dirían algunos. “Va junto con pegado, la edición me gusta mucho porque también me gusta escribir, sé que para muchos escritores es importante escribir un libro, que salga bien hecho, yo lo entiendo porque me gusta escribir y que cuando haga uno que fuera de esa misma manera”.


Su parte aguas en la escritura ha venido desde que se convirtió en narrador oral, “desde que me dedico a la narración me he dado cuenta de otras perspectivas de la literatura, creo que he podido transformarlos en cuento, hasta la fecha han funcionado bien”, aunque no se siente consolidado, pero cree que son buenos pasos para lograrlo.

Aunque el ganar un concurso sabe que no lo es todo, porque a veces se convierte en llamaradas de petate, ganas y desapareces “o te quedas como la remembranza del te acuerdas de fulanito”. Así que hay un mayor compromiso de lo que escribe, estar constante en escribir, publicando, crear disciplina sobre horarios de lectura, escritura, tallereo, y a veces lo que uno menos tiene es tiempo, más porque este es un país que no te permite ser escritor, de repente le busca la papa por otro lado”. 

Pero hablando del cuento ganador “Descanse en paz”, Alan nos comenta de qué trata “nace de una anécdota, el escritor recrea las experiencias, trata del conflicto emocional que tiene una mujer, al recibir un invitado no deseado a casa, el cual le platica cosas, que pasaron en su casa y ella no sabía, todo este mundo de confesiones le impactan a la protagonista, es un conflicto emocional de la protagonista”. 

Para escribir Alan se imagina que está contando el cuento, así lo desarrolla “así salen los textos, tengo varios, no sé cuál es mejor, por eso creo que la narración ha sido fundamental para mi escritura, las cosas que rodean al personaje, me enfocado más en cómo se expresaría el personaje y cómo el lector recibe ese mensaje”. 

En los últimos años los jóvenes han venido ganando concursos, regionales, nacionales e incluso internacionales, como en el caso de Alejandro von Düben, se le preguntó a Alana Arenas cómo percibe este movimiento cultural que se da principalmente en Zapotlán “creo que necesitamos ver la literatura con menos soberbia, verlo de forma más lúdica, creo que muchos escritores deberían trabajar por ahí, las nuevas generaciones vienen muy bien trabajados, traen buenas tablas,  mucha experiencia de lectura, pero no se han puesto a ver sobre las necesidades, sobre el mundo que nos rodea, el escritor debe ser un poco revolucionario, el escritor también debe crear un punto de revolución en tratar de cambiar el pensamiento a la gente”. 

Aunque como editor, también le gustaría que confiarán más en esas pequeñas editoriales, como confían en las editoriales grandes, las cuales no llegarán, “deben bajarle un poco a la soberbia”.

Por lo pronto Alan Arenas disfruta de este, su momento literario, compartiéndolo con sus más cercanos. 

En concurso de cuento de San Gabriel, dejó un segundo y tercer lugar, recayendo en. Carlos Adolfo Preciado Ortiz, con el cuento “Una bolsa de dinero” e Itzel Belén Magaña con “Almas resonantes”. 


LES DEJAMOS EL CUENTO GANADOR:



Descanse en paz



Valeria dejó de soñar despierta al escuchar los toquidos en la puerta de la entrada. Fue como un golpe en la frente que la hizo despertar. Dejó de lavar los trastes. El sonido arrítmico hacía eco en el pasillo de la casa. Le molestó bastante que le interrumpieran sus pensamientos; que le rompieran su rutina, su paz.

            Ella estaba acostumbrada a llevar una vida clara y sencilla, casi como el ritual de Sisifo, interminable y repetitivo. Sin mucho razonamiento fuera de sus propias actividades diarias. En sí, Valeria no anhelaba otra cosa. Para ella, su forma de vida era perfecta.

            Dejó el vaso enjabonado sobre la repisa de la cocina. Se secó las manos y fue para ver quién le interrumpía en sus tareas. Un viento caliente entró a la casa al abrir la puerta. El pueblo estaba silencioso, más de lo normal. El calor de primavera se empezaba a sentir. Valeria encontró, frente a la puerta, un señor, con piel de madera, cabeza canosa cubierta por un sobrero sucio y desparpajado. Estaba en silencio, apoyado con sus dos manos en un bastón de otate.

            Valeria se asomó a la calle, parada desde la orilla de la puerta, volteó ambos lados y no había nadie en la calle, sólo el anciano, que debido a su joroba le costaba trabajo levantar la vista y mirarla a los ojos. Él permanecía sereno frente a ella. Valeria sólo le saludo sin saber qué más decir. Miró nuevamente al señor, quien contestó con su voz ronca, temblorosa. Las palabras salían de su boca reseca, tan seca como la contestación al saludo.

            A ella no pudo escucharlo. El tono de voz del señor aunado a que rumiaba las palabras hacían que Valeria se tuviera que agachar y poner toda la atención para oírlo. Debido a esta situación le ofreció un vaso con agua. Sin pensarlo dos veces la visita aceptó. Dio un paso dentro de la casa sin desenfado, Valeria se hizo un lado sorprendida de la entrada abrupta del anciano. Al dar el primer el paso en la casa dijo su nombre “Juvencio, pero dígame Juve o Don Juve; como se le haga más fácil”. Caminó directo a la sala, sin necesidad de que Valeria le dijera dónde estaba. Al llegar tomó asiento en el sofá individual. Y esperó su anfitriona que se quedó pasmada en la puerta de la entrada. Cuestionándose: “¿En qué momento lo invitó a entrar?”.

            A paso lento ella cruzó el angosto pasillo. Llegó a la cocina y le dio un vaso con agua de guayaba. Por cortesía le platicó que ellos tenían un árbol de dónde sacaba los frutos con los cuales hacían el agua. El señor escuchó atento, en cuanto terminó la explicación él rechazo de manera inmediata el agua de guayaba. A cambio solicitó agua simple. A ella le sorprendió esta reacción, sin embargo se la sirvió de inmediato. Antes de empezar hablar Juvencio bebió un trago mientras miraba a su alrededor. Ella sólo lo observaba, sin entender qué hacía un señor, que ella no conocía, interrumpiendo su día, incluso recapacitó, cómo un extraño estuviera sentado en su sala sin que ella lo hubiera invitado.

Aquí viví hace años — el anciano rompió el silencio. Bebió otro trago y  dejó el vaso sobre una pequeña mesa que estaba a un lado del sofá. —  Mis hermanos y yo aquí crecimos, y después cuando mis padres murieron mis hermanos se fueron del pueblo. Yo me quedé y aquí viví con mi esposa y mi única hija…le rentaba la casa a la familia Flores, eran dueños de muchas tierras de cañas.

Si los conocemos. A ellos les compramos la casa — interrumpió Valeria mientras tomaba asiento frente a Juvencio sin dejarlo de  mirar  — son buenos amigos de mi familia
 Raúl Flores también era muy buen amigo de la familia, en especial de mi esposa — continuó. Tomó nuevamente el vaso, y de un trago se bebió el agua que restaba en él. Se quedó un rato en silencio mirando el techo. — Han cambiado mucho la casa.

Ella miró su casa como si fuera la primera vez que lo hacía, incluso, notó detalles del techo que nunca le había prestado atención.

Hemos hecho algunos cambios, en especial  en  los cuartos y el patio trasero, sobre todo allá. Hicimos un jardín hermoso. Nos costó mucho trabajo. —decía orgullosa la frase mientras que Juvencio miraba al fondo del pasillo.

¿Me permitiría verlo?
Valeria se levantó del sillón y con un ademan le marcó el camino, el cual fue ignorado por Juvencio. Él avanzó delante de ella mientras miraba atentamente los muros de la casa. Al llegar al inicio del patio vio los jardines recién regados. Pero lo que le llamó la atención, en medio de este patio, sobresalía el árbol de guayabas, coronando el centro y reclamando su presencia, de copa extendida y frondosa, el cual daba unos frutos con centro rosado y con un sabor bastante dulce. Las guayabas llegaban a ser tan grandes, que algunas cubrían por completo la palma de la mano de Valeria. A ella le encantaban. En cuanto tenía oportunidad cortaba algunas para preparar aguas frescas para la comida o simplemente para comerlas mientras hacia sus actividades. Juvencio miró el árbol dio un gran suspiro y susurró: “Ahí está”, y se mantuvo contemplándolo. Ella no entendió a qué se refería.

 Sin que le pidiera explicaciones, y matar el silencio incomodo, Valeria le explicó las modificaciones que le habían realizado al patio trasero, y también lo difícil que fue para la familia decidir que si se cortaba el árbol o no; pero en cuanto vieron el tamaño y el sabor de sus frutos no dudaron en dejarlo.

Él la miró, se mantuvo en silencio; en realidad no la escuchó. La pequeña anécdota pasó inadvertida, él se había perdido en sus pensamientos mientras miraba el árbol que se mecía a la voluntad del viento al abrazar sus ramas.  .
—Raúl nos visitaba muy seguido. — interrumpió el trance la voz carrasposa del viejo — En sí él era mi patrón. Había veces que me tocaba estar en la zafra y al finalizar, cuando llegaba a casa, él estaba platicando con mi mujer… ¿Sabe? Nunca le dije nada, era mi patrón tenía que mantener mi trabajo; nunca le dije nada a nadie, pero me molestaba que estuviera ahí mientras yo trabajaba.

Valeria lo miraba escéptica del porqué estaba ahí, cuál era la razón de su plática, de su vista. Se preguntaba constantemente en qué momento decidió dejar entrar a un extraño a su hogar. No se sentía cómoda. Aunque escuchaba atenta, también pensaba cómo sacar a esa persona que había allanado su hogar, su refugio.

Así trascurrió el tiempo y empezaron las habladurías; sobre todo en el trabajo, usted sabe, “pueblo chico, infierno grande”. En el trabajo los peones me decían “A ti te dejan la chamba más ligera porque tu mujer ya hizo la ruda”, siempre fueron rumores… en realidad sólo uno me lo dijo en la cara. Así que agarré el azadón y le di con él. No fue a trabajar por una semana.

Valeria se quedó atónita, mirando el rostro serio del anciano que no daba ningún hálito de expresividad y su mirada la mantenía clavada en el centro del patio mientras le platicaba. Un huracán de ideas golpeaba dentro su cabeza. La confundían y esto provocaba que estuviera pasmada mientras escuchaba al viejo. El miedo la anclaba al piso.

— Sé que continuaron hablando de mí a mis espaldas — siguió el anciano — así que fui con mi mujer. Ella lavaba los trastes mientras le decía que le prohibía que dejara entrar a Raúl.  Que ya estaba harto de los chismes. Ella se rió cuando le dije esto. Me calentó la sangre que ella se burlara de mí y le di una bofetada.  No me contuve. Le cambió la mirada, me miró con odio. Tomó un cuchillo y se me vino encima. Me alcanzó a dar, mire señorita— levantó su camisa y le mostró una cicatriz que estaba a un costado de sus costillas. Ella miró en silencio el cuerpo escuálido de Juvencio. Se seguía cuestionando el por qué lo había dejado entrar. No podía razonar de manera prudente, estaba su mente nublada por todo lo que estaba sucediendo, a su vez, tratar de responderse las distintas preguntas que galopaban al mismo tiempo que se fusionaban con un tenue barullo ideas. Entre ellas el por qué tenía que escuchar esa plática. Sus manos sudaban y un hormigueo reptaba desde la planta de los pies. Por primera vez en su vida sus sentimientos estaban opacados, incluso sentía vergüenza con ella misma al no tener el valor de sacar de su casa, de su refugio a esa visita incomoda.

La verdad me emperré y me defendí. Era brava. Gritaba con todas sus fuerzas, pero todos estaban en sus labores así que nadie escuchaba. Era de mañana y estábamos solos. En cuanto pude le di un buen golpe en la cara, se fue de espaldas, cayó como saco sobre el piso, se dio en la pura nuca… Hubiera visto.  La cabeza, le reboto tan fuerte que le salió sangre por los oídos. — El viento caliente les acariciaba la cara, el silencio envolvió el ambiente. Juvencio no dejaba de mirar el guayabo. Valeria no dejaba de ver a Juvencio, su semblante pasivo, incluso relajado. Parecía que no se daba cuenta de lo que decía, que había sido hipnotizada. Valeria nunca había tenido la sensación de no poder decir nada, de la frustración de no encontrar las palabras precisas para callar a alguien. Ahora se culpaba y pensaba: “maldita la hora en que se me ocurrió abrir”.

Ella nunca pudo decir ni una palabra. Un grito se le atoró en su garganta, como si una mano le sujetara el cuello y no le permitía respirar. Imágenes, palabras, gritos, quejas revoloteaban en su cabeza, no sabía qué hacer con tantos sentimientos cruzados.

La fui a revisar — Juvencio continuo — le hablé y no respondía, pensé que se había desmayado. Pasó un rato y nada. Seguía igual, tirada en el suelo y no respiraba. Fue cuando me di cuenta que la había matado… ¡La maté!, ¡la mate!... Es la primera vez que lo digo desde que sucedió y usted la primera que lo sabe. — respiró profundo y suspiró tan largo como sus silencios. Juvencio descargaba sus penas donde iniciaron. Valeria soltó una lágrima, le temblaba las manos, cerró los puños como si sujetara las palabras que no podía pronunciar. Como si quisiera tomarlo de su cuello y sacar al anciano de su casa. Que se callara de una vez por todas, no quería escuchar más.
No sabía qué hacer, así que hice un hoyo en el patio…Y lo tapé. Para disimular el movimiento de la tierra sembré ese guayabo — señalaba el árbol mientras le temblaba la mano y se apoyaba sobre la vara de otate. — ¡Creció hermoso! — agregó.
 Valeria sintió cólicos  aunado a una ganas de vomitar. Cada palabra que decía el viejo cavaba la paz de Valeria. Ella no quería estar en su hogar, quería salir corriendo y perderse en el silencio del pueblo.
Lo demás fue fácil. — continuó la voz recortada del anciano — Le dije a mi hija que su mamá nos abandonó y a los pocos meses nos fuimos del pueblo… Hace más de 40 años que no había vuelto.  Por fin puedo descansar…La dejo en paz para que descanse señorita, gracias — dio la vuelta  para darle la espalda al patio camino a la salida, dejando a Valeria clavada en el piso sin decir ninguna palabra. Juvencio avanzó con la ayuda de su bastón de otate, a mitad del pasillo volteó y miró al guayabo frondoso y sus grandes frutas colgando, soltó un suspiro y  Valeria alcanzó a escuchar  — No ha cambiado mucho, ella sigue ahí.
El anciano abrió la puerta y miró a Valeria que se quedó en el arco de la entrada del patio.  Soltó un suspiro el cual fue acompañado por una ventisca y se perdió en el haz de luz al abrir la puerta. Valeria se quedó callada, envuelta en el silencio del patio, entre el ruido de sus pensamientos viendo la danza del árbol con el viento que dejaban caer las guayabas sobre el piso.


 



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