viernes, 31 de mayo de 2019

9 La intensa voz de “Caíto”









Mis amigos son unos sinvergüenzas
que palpan a las damas el trasero,
que hacen en los lavabos agujeros
y les echan a patadas de las fiestas.
Joan Manuel Serrat


En ese año prodigioso de mil novecientos ochenta y cuatro leí, por vez primera, a César Vallejo; escuché a Silvio Rodríguez (en casa de mi amigo Martín Rolón —en discos de acetato que ahora ya son difíciles de encontrar—); apoyé (junto con mis amigos y desde lejos) la causa que había llevado a la liberación de Nicaragua, y roto el yugo de la tiranía somocista, es decir el triunfo de la Revolución Popular Sandinista, y, por consecuencia, descubrí la poesía rebelde y revolucionaria de Ernesto Cardenal.



Mi persona y pensamiento, en todo caso, se volcaron hacia Latinoamérica y yo, desde entonces —y a conciencia—, soy un latinoamericanista —con el defecto de que amo viajar a la casa del enemigo: en descargo digo que la historia y los movimientos socioculturales de los Estados Unidos mucho tienen que ver con la vida de esta parte del mundo…

Todo estaba bien, pero algo faltaba. Y eso, como las buenas cosas, en determinado momento, llegó. Faltaba la figura, la voz cercana y el cuerpo, es decir: a la imaginación y la inteligencia debe dársele una corporeidad para que exista de manera completa y concreta.

De pronto la voz del foro se llenó con su voz. Y las venas de su cuello, al momento de levantar el canto, se inflamaron. Eso me llamó mucho la atención y quizás debí sentir el fluir de su sangre, escuchar el sonido y (también debí) pensar, o mejor, preguntarme: ¿por qué a los humanos nos gusta cantar? ¿Qué es lo que nos lleva a levantar la voz hacia el aire, hacia los cielos? ¿Será que es cierto que la danza y el canto nos llevan hacia lo divino?

Siempre me ha interesado preguntarme y responderme: bailamos y cantamos porque somos, por naturaleza, seres religiosos.

Y que —como a mí en ese instante y esa noche y ese año en el foro de la Casa de la Cultura de Zapotlán, al escuchar y ver a Carlos Díaz “Caíto” (ya no sé qué canción)—, el canto nos coloca en el éxtasis religioso: esa emoción suprema capaz de suspendernos en lo más alto y nos hace (casi) tocar el cielo.

No puedo recordar cuál fue la que entonó para abrir su recital; lo cierto es que el argentino realizó el milagro, con su presencia y su voz, de hacer visibles todos mis pensamientos asumidos en ese tiempo sobre Latinoamérica. El “Che” Guevara, Fidel Castro, Salvador Allende, Simón Bolívar, Pablo Neruda, Roque Dalton (por hacer un resumen rápido) de repente encarnaron en “Caíto”; fue él y su canto y su presencia que me hicieron saber que todo lo que yo imaginaba, pensaba, sentía, era verdad. Que existían. Que yo existía como latinoamericano.

Carlos Díaz “Caíto” había llegado a México en mil novecientos setenta y siente para formar parte del grupo Sanampay, pero luego (casi en el tiempo en el que lo conocí) se hizo solista. Y desde mil novecientos ochenta y uno viajó por todo el territorio nacional para participar en festivales. “Caíto, dio voz a Zitarrosa, Luis Eduardo Aute, Vicente Garrido, Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat, y en ese instante, cuando en su cuello se inflamaban sus venas al cantar, también rasgaba la lira y se enfrentaba al público de Zapotlán, y le ofrecía su intensa voz que yo disfruté mucho y aún lo hago en este instante en el que escribo estas líneas.

Fue, pues, “Caíto”, el corpus de muchas ilusiones mías en relación a la historia social y cultural del continente; fue él el culpable que yo creyera aún más en el pensamiento y siguiera los movimientos sociales; fue él quien —aún hoy— representa ese anhelo de que el sueño de Bolívar alguna vez se cumplirá.

Puente y vía. Medio y mensajero. Representación y encarnación de lo que es hasta hoy en día es un trovador de la llamada Nueva Canción latinoamericana. Porque todo lo que yo escuche relacionado a ese movimiento, va siempre en directo hacia su persona, que esa noche bajó del escenario, después de su actuación y convivió con su audiencia.

Recuerdo haber intercambiado algunas frases con él. Sin saber de cierto lo que conversamos aquella noche, me dolió enterarme de su muerte, ocurrida el ocho de noviembre de dos mil cuatro, luego de un padecimiento de cáncer pulmonar.

Carlos Díaz “Caíto”, había nacido en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires, en mil novecientos cuarenta y cinco. Con apenas cincuenta y nueve años, en la Ciudad de México, hizo una pausa y dejó de cantar para un específico público.

Ahora canta para ser escuchado por todos, quizás por una eternidad.

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