A las maestras
María Teresa Cruz Chávez
y Consuelo Ruesga
En estos últimos
días, con asuetos y descansos, me hicieron ir a escudriñar mi biblioteca. Fui a
la sala (donde hay dos libreros sobre todo con obras completas y libros de
teoría literaria y de consulta), a la recámara (en la que tres de sus paredes
se forran de libros, discos y películas) y, en seguida, a donde debí haber
comenzado mi recorrido: el estudio (donde hay libros hasta en el piso de obras
de todo tipo y temas). Y como en los meses más recientes me había llenado los
ojos de libros de grandes autores, busqué algún título que me diera un descanso
y, a la vez, me proporcionara la amenidad de algunas historias.
Busqué,
entonces, y en la parte baja que da a una ventana, donde me miro a mí mismo
porque en un enorme afiche de la promoción de mi novela Cazadores de gallinas estoy y no estoy, y me miro y no me miro,
pero siempre estoy allí intentando que no pase el sol, y en la penumbra descubrí
una parte del anaquel revestida de gruesos libros (donde quizás están unos
treinta). Sorprendido alargué la mano y saqué dos tomos. Eran —son— esos viejos
libros que en la adolescencia había mandado pedir a Selecciones del Reader’s Digest.
Solitario
como fui durante esa época de mi vida, me conformaba con enviar cartas a
revistas y lugares entonces lejanos como la Unión Soviética, Estados Unidos y
Argentina. De esos lugares (y otros) me llegaban, a través del correo, como la Revista Selecciones. De entre las
páginas de esa revista (que aún conservo gran parte de los ejemplares), vi que
yo podía comprar libros de casi todos los temas. Y se dio el caso que los
títulos de esa biblioteca ahora empolvada, a los que soplo para hacer volar, y
luego al abrirlos me engancho en las primeras historias que vienen en cada
volumen. Fue así que, para descansar, en estos pasados días leí (releí): El jueves de la señora Giulia (de Piero
Chiara) y Mis dos mundos (de Pearl
Buck).
Ambos
textos los he disfrutado con el mismo candor que la primera vez. La primera
historia (la de Chiara) es una novela de suspenso y policiaca que guarda un
cierto encanto, es una historia sencilla y sin muchas dificultades, pero que lo
mantiene a uno en ese placer de leer con emoción. No exige mucho. No da mucho.
Pero, rectifico: me dio el descanso y el placer. Eso es más de lo que uno puede
desear.
El jueves de la señora Giulia, de Piero Chiara, se publicó por
vez primera en mil novecientos setenta y dos. Y mi edición es de diez años
después. Del narrador sé poco, solamente que es italiano y es allí donde ocurre
la trama. Mis dos mundos, de Pearl
Buck, es una especie de memorias que cuentan la vida de la autora, de quien
sabía poco, sin embargo en mil novecientos treinta y ocho ganó el Premio Nobel.
Ella es norteamericana, pero casi toda su vida la vivió en China.
“Esta
mañana he madrugado, como lo hago por costumbre; y, también por costumbre me he
dirigido a la ventana para tender la vista sobre la tierra de Pensilvania, para
mí la más hermosa de cuantas conozco”, comienza a narrarnos la señora Buck. No
obstante, casi en seguida, su memoria viaja a la China de su infancia.
Mis dos mundos es un libro extraordinario. Muy
ameno y emocionante. Es como ir a la China de principios del siglo XX y estar
allí con esa niña que fue Pearl. Hay en su narración sabiduría y amenidad. Asombro
y conocimiento. Descripciones de la vida cotidiana de los habitantes de esa
parte del mundo: ya perdidos y sin embargo tan presentes.
Sobre
la edición de este ejemplar debo compartir que no me llegó vía correo. Es una
obra que se imprimó en mil novecientos cincuenta y nueve en Cuba. De hecho, en
la portadilla dice: Biblioteca de selecciones. Libros escogidos y condensados
bajo la dirección de Selecciones del
Reader’s Digest. La Habana/Nueva York.
Por
los datos y el año, supongo que fue de los últimos libros que se editaron en La
Habana de Fulgencio Batista, ya que en ese año el joven Fidel Castro tomó la
isla y derrocó al dictador, quien fue compinche de los yanquis desde la
prohibición del alcohol en los Estados Unidos. En ese tiempo anterior al arribo
de Castro, sobre todo La Habana se convirtió, como todos sabemos, en el burdel
de los gringos y asiento de la mafia italiana.
Lo
cierto es que no sé cómo me hice de este tomo. Debió viajar desde tan lejos
para, en un día que no recuerdo, llegara a mis manos. El libro, después de
tantos años, está casi impecable. Aunque ya ofrece ese picor en la nariz y en
los ojos de los libros que se han hecho viejos. Lo que sí recuerdo es que
alguna vez en el tiempo de mi adolescencia en Zapotlán, y en el inicio de mi
biblioteca, llegaron las terminas y tuve que colocar en el librero naftalina.
Hay huellas en el libro de Pearl S. Buck. Sus páginas están carcomidas en
algunas partes.
Sesenta
años después de haberse impreso el libro, y de treinta y cinco años de estar
conmigo, este pasado quince de mayo lo he vuelto a leer y me ha puesto muy
feliz, tanto como la primera vez que lo hice en la casa del barrio de Cristo
Rey, en Zapotlán.
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