El alcohol ha sido hecho para
soportar el vacío del Universo, el mecimiento de los planetas, su rotación
imperturbable en el espacio, su silenciosa indiferencia en el lugar de vuestro
dolor.
Marguerite
Duras
He
visto a muchos seres caer en la adversidad; nunca a uno como el que yace ahora bajo
el brutal sol.
El
arte y la literatura, por cierto, están colmados de historias de seres caídos
en el infortunio. De hecho, el gran arte, casi siempre, surge de lo que en
latín se dice infortunĭum. La mala o
buena suerte ha logrado que surja, verbigracia, el blues originario. El canto
de los negros de Norteamérica provenía del fondo de su tristeza, hacia la
alegría.
Todo
eso lo sé. Pero ahora, ¿cómo leer la imagen ante mis ojos?, ¿qué fue lo que llevó
al hombre tirado en el piso a la desgracia grave? No atino, de pronto, sino a
reconstruir (con la imaginación) para entender al menos un poco.
Bajé
del TUR a toda prisa, resuelto a mantener el frescor que el aire acondicionado
del transporte me había proporcionado durante el largo trayecto, y para evitar
el severo sol de Tonalá; pero justo en el estacionamiento una imagen me detuvo
de golpe.
¿Espejismo?
¿Rompecabezas? ¿Refracción?
Con
la mirada tuve que hacer un rápido inventario: en el único cajón vacío del
estacionamiento estaba —dispuesta y dispersa— la estampa, como un gran
estallido de luz.
Un
hombre (se movía con lentitud como cuando alguien acaba de despertar); un libro
(Pancho Villa, de la colección Los
grandes mexicanos, de la editorial Tomo); un garrafón de mezcal (brillaba con
intenso fulgor); unas gafas de sol (sofisticadas, quizás imitación de alguna
marca); objetos dispersos aquí y más allá…
Y
al centro del resplandor —que bien podría ser del Universo—, el hombre. Se
mueve; balbucea; nada sobre la luz. No abre los ojos porque ¿podría ver su vida
—su pasado— y es, quizás, lo que no quiere ver?, ¿por eso se ciega con el sol? ¿Por
eso las oscuras gafas que sus manos no logran encontrar?
Hay
una elección trascendental en el ser que delira: es un lector y eso habla de
que puede ser un hombre educado, no obstante, es misterioso que lea la vida de
Pancho Villa, al menos para mí. Bien pudo haber sido otro libro, pero no. ¿Busca
en el personaje la bravura para resistir la vida?
¿Un
hombre que lee puede estar perdido? ¿Las personas que leen buscan un rumbo? Lo
sé y no lo sé.
Bajé
a toda prisa, resuelto a mantener el frescor que el aire acondicionado del
transporte me había proporcionado, pero encontré la inclemencia del sol. Y un
hombre delirando, completamente ebrio, tirado en la mitad del mundo. ¿Busca la
muerte?
Marguerite
Duras ha dicho: “El alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que se
lo prefiera antes que cualquier otra cosa. Beber no es obligatoriamente querer
morir, no. Pero, uno no puede beber sin pensar que se mata. Vivir con el
alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano. Lo que impide que uno se
mate cuando está loco de la embriaguez alcohólica, es la idea de que, una vez
muerto, no beberá más”.
Entonces,
¿dónde colocamos los elogios al vino de Omar Khayyam?
¡Bebe
vino! Lograrás la vida eterna.
El vino
es el único capaz de restituirte la juventud.
¡Divina
estación de las rosas, del vino y de los buenos amigos!
¡Goza
del instante fugitivo de tu vida!
El
infortunio tiene múltiples rostros. El hombre que delira, tiene uno. ¿Cómo
leerlo? ¿Cómo descifrarlo? Hay siempre un paso para caer en él. Siempre es
impredecible, y a veces cada ser se deja caer, lánguidamente como en una cámara
lenta.
Una
vez, en la ciudad de Houston, vi a un hombre surgir de la nada, porque la ciudad
estaba desierta; era un domingo frío, y de una esquina de pronto apareció.
Empujaba un carrito de supermercado. Con parsimonia vino hacia nosotros, que
bebíamos café caliente en las puertas de un Starbucks, el único lugar abierto que
encontramos en el downtown de la inmensa urbe.
Lo
miré desde lejos. Y sostuvo la mirada. Desde el principio de su negro rostro
brotó una sonrisa. La mantuvo firme y, justo al cruzarnos, se volvió más
visible y tierna. De sus ojos brotaba luz. Una muy delicada y sin dolor, sin
resentimientos, sin amargura, pese a su extrema pobreza.
Lo
recuerdo ahora que he podido mirar, por un instante, el rostro del hombre
tirado al sol en el estacionamiento. No hay sonrisa, sino dolor y
desesperación...
Visto
en perspectiva, pienso que el filósofo David Hume, tiene razón cuando en su
ensayo “De la delicadeza y la pasión” dice que: “Algunas personas están
sometidas a una cierta delicadeza de la
pasión que hace que sean extremadamente sensibles a todos los accidentes de
la vida y que experimenten una viva alegría ante todo acontecimiento positivo,
así como un punzante dolor cuando se encuentran con desgracias y con la
adversidad.”
La
vida nos obliga a mirar su calidoscopio.
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