Sobem chamas pelo vestido de Tieta
e os anelados cabelos exibem uma aureola de fogo, um halo, um resplendor.
Jorge Amado,
Tieta do Agreste
Ahora
que en los días recientes se estrenó, en el canal Las Estrellas (de Televisa), la
telenovela Doña Flor y sus dos maridos,
con un formato muy colorinesco y adaptada a la realidad mexicana, me imaginé lo
apenado que se hubiera puesto —de estar vivo— el narrador brasileño Jorge
Amado. Porque es de él el libro original, pero ahora ya no lo es de algún modo;
se le ha modificado casi por completo.
En
la obra literaria predomina el asunto culinario (algo peculiar en toda la
narrativa de Amado; de allí surgió Como
agua para chocolate de Laura Esquivel, ¿alguien se dio cuenta?), pero en la
telenovela se ha abandonado y fue sustituido por un repertorio musical y más
concretamente por el baile. Se ha puesto en un escenario falsamente pueblerino;
se aleja del entorno primigenio del narrador: no es ya San Salvador de Bahía, sino
un pueblo ficticio de Oaxaca.
La
televisión no siempre ha traicionado de ese modo a la literatura. En todo caso
es bueno que un lejano argumento de una telenovela surja de una obra literaria.
Quedó únicamente un atisbo de lo que es la historia original (al menos en lo
que va hasta este momento en que escribo estas líneas): ese portento sexual-erótico
que convoca al pueblo entero al fornicio. Algo que ya he leído en otras
narrativas latinoamericanas, y que en Jorge Amado es una muy rica repetición. En
Tieta de Agreste ocurre también.
He
visto, por cierto, telenovelas desde mil novecientos setenta y seis. Mi vicio empezó
con La Zulianita (los venezolanos José
Bardina y Lupita Ferrer como protagonistas, bajo un argumento de la escritora
cubana Delia Fiallo). De ese tiempo a la fecha he visto cientos de ellas, pero
(sin contar El Sultán, producción
turca que veo por segunda vez en estos días), la mejor ha sido la versión
televisiva de Tieta do Agreste, que
se basa en la obra original del brasileño (la producción es de mil novecientos
ochenta y nueve). Duró un año su trasmisión en Rede Globo, y al año siguiente se
trasmitió en México en el Canal 13 (Imevisión). El personaje de Tieta lo
interpretó la fabulosa actriz Betty Faria (en mil novecientos noventa y seis se
llevó al cine y la protagonista fue Sonia Braga, apenas la voy a ver; de Doña Flor y sus dos maridos también hay
un filme, que data de mil novecientos setenta y seis, también con la Braga como
principal).
Me
recuerdo enamorado de Tieta. Todas las noches acudía yo a la cita con ella y su
encarnación en Betty Faria logró que me enamorara de la actriz y del personaje.
Erotismo total, pese a que en Canal 13 ensancharon las imágenes para que no
viéramos las maravillosas tetas de la actriz. La novela (la escrita por Amado)
la acabo de encontrar en portugués. No está en castellano. Hago el intento en
estos días de leerla y como puedo logro ver que la versión televisiva es muy
apegada al libro.
Yo
he perseguido el erotismo en mi escritura, al igual que en mis lecturas. No es
fácil. Se puede confundir con la pornografía. Sin embargo, lo busco. El
erotismo nos aviva, nos permite un espacio donde la imaginación se da el lujo
de ser total. Somos seres sexuales, pero en lo que toca al erotismo, su
elevación corresponde a nuestro nivel de cultura. No hay duda. Y Jorge Amado lo
sabe mejor que yo. Para el narrador es vida. Es costumbre. Es un modo de ver el
mundo. La sensualidad es cosa humana, es decir, algo que se aprendió, como el
lenguaje. Es más: el erotismo es un invento humano. El sexo, no. Éste nos fue
dado en tanto seres y animales. Pero creo que hasta las aves se han afinado y pueden
llegar a la sensualidad. El erotismo bien nacido, es espiritual y hasta
religioso. Si no preguntémosle a Georges Bataille: (“Podemos decir del erotismo
que es la aprobación de la vida hasta en la muerte”). O a San Juan de la Cruz.
Pero
el erotismo de Amado es más terrenal. En algunos pasajes las novelas del
brasileño me recuerdan a La feria de
Arreola, por varios motivos. Digo dos: en ambos está el ve-corre-y-dile. Y en
los dos está ese erotismo pueblerino y lúbrico. Lo prohibido y lo permisible,
en ambos narradores. De allí que me gusten sus novelas.
Arreola
y Amado se diferencian en algo sustancial. Uno es épico y el otro es intimista.
Sería
una buena idea llevar a la televisión La
feria, como se ha llevado a Tieta de
Agreste. A Arreola le hace falta una buena película de su novela. Yo
obsequio la idea, pero me gustaría poner una condición: que el filme de Arreola
sea cercana a su novela. ¿Se imaginan la Confesión en una oscura sala de cine?
Mochos
como somos, ahora en el centenario de Arreola, todos hablamos de los lugares
comunes de su obra, pero nunca se nos ocurrió hablar del erotismo arreolino. ¿Nos
dedicamos a descubrir el hilo negro?
Una
buena lectura de La feria, desde la
perspectiva cinematográfica hubiera sido suficiente, porque a Jorge Amado lo
han llevado al cine y a las telenovelas, quiero pensar que la gente lo ama en
verdad, y lo ha leído e interpretado. Bien por los brasileños.
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