Un
momento por favor
J. Jesús Juárez Martín
J. Jesús Juárez Martín
APROBACIONES ECLESIALES DE LA LUCHA
ARMADA
Ante el
conflicto sobre la legitimidad de un pronunciamiento armado, no existía un
consenso, tal vez, la mayoría de prelados vieron con buenos ojos la defensa
inmediata de los derechos religiosos ante una imposición más legalista que
racional. Sin embargo, se dieron voces de apoyo y advertencias de los riesgos y
tal vez negación de la esencia de la religión cristiana porque amor y perdón
son valores que se complementan.
El
18 de octubre de 1926. •En Roma Pío XI recibe una Comisión de Obispos
mexicanos, que le informa de la situación de persecución y de resistencia
armada.
El
18 de noviembre de 1926, un mes
después publica el Papa su encíclica
Iniquis afflictisque, en la que denuncia los atropellos sufridos por la Iglesia
en México: “Ya casi no queda libertad ninguna a la Iglesia [en México], y el
ejercicio del ministerio sagrado se ve de tal manera impedido que se castiga,
como si fuera un delito capital, con penas severísimas” El Papa alaba con entusiasmo la Liga Nacional
Defensora de la Libertad Religiosa, donde sus socios trabajan concorde y
asiduamente, con el fin de ordenar e instruir a todos los católicos, para
oponer a los adversarios un frente único
y se conmueve ante el heroísmo
“Algunos de estos adolescentes, de estos jóvenes –cómo contener las lágrimas al
pensarlo– se han lanzado a la muerte, con el rosario en la mano, al grito de
¡Viva Cristo Rey! Inenarrable espectáculo que se ofrece al mundo, a los ángeles
y a los hombres”.
30 de noviembre de 1926. •Los dirigentes de la
Liga Nacional, antes de asumir la dirección del movimiento cristero, pidieron
el apoyo del Episcopado, y para ello dirigieron un Memorial en el que
solicitaron:
1 No
condenar el movimiento.
2 a) Una
acción que sostenga
la unidad de acción,
un mismo plan y un mismo caudillo
b) Formar la conciencia colectiva. Se trata
de una acción laudable, de legítima defensa armada c) Habilitar canónicamente vicarios
castrenses.
d.-Que los ricos católicos suministren los fondos
que se destinen a la lucha, y que comprendan la obligación de contribuir.
El
30 de noviembre los jefes de la Liga son recibidos por Mons. Ruiz y Flores y
por Mons. Díaz y Barreto. El primero les comunica que estudiadas las propuestas
por los Obispos reunidos en la Comisión, “los diversos puntos del Memorial
habían sido aprobados por unanimidad”, menos los dos últimos, el de los
vicarios castrenses y el de los ricos, no convenientes o irrealizables.
15
de enero de 1927. •El Comité Episcopal, respondió a declaraciones incriminatorias del Jefe del
Estado Mayor callista, afirma el Episcopado ser ajeno al alzamiento armado;
pero declara al mismo tiempo”… hay circunstancias en la vida de los pueblos en
que es lícito a los ciudadanos defender por las armas los derechos legítimos
que en vano han procurado poner a salvo por medios pacíficos”; y hace
recuento de todos los medios pacíficos
puestos por los Obispos y por el pueblo, y despreciados por el Gobierno.
Indirecta, pero así los prelados de la jerarquía católica dieron su aprobación
a los católicos para ejercer su derecho a la defensa armada.
16
de enero de 1927.Llegan a Roma noticias de prensa, que se comunican que
Monseñor Pascual Díaz y Barreto, obispo de Tabasco había sido desterrado de
México. En declaraciones hechas en el exilio afirma “Como Obispo y como
ciudadano reprueba Díaz la Revolución, cualquiera sea su causa» (López. Beltrán
108).
Inmediatamente,
la Comisión de Obispos mexicanos envía una dura carta a Mons. Díaz y Barreto
a Nueva York, lamentando sus
declaraciones públicas hechas “en contra de los generosos defensores de la
libertad religiosa y algunas favorables al perseguidor, Calles”.
22 de febrero de 1927. •En Roma, el presidente
de la Comisión de Obispos mexicanos declara a la prensa: «¿Hacen bien o mal los
católicos recurriendo a las armas? Hasta ahora no habíamos querido hablar, por
no precipitar los acontecimientos. Mas una vez que Calles mismo empuja a los
ciudadanos a la defensa armada, debemos decir: que los católicos de México,
como todo ser humano, gozan en toda su amplitud del derecho natural e
inalienable de legítima defensa» (107).
Estos
años 1926 a 1929 fueron el apogeo de los conflictos Estado Iglesia y cada parte
interpretaba los hechos desde sus visiones
de poder, organización y fortalecimiento, sobre una población mayoritariamente de bautizados católicos,
fieles de la Iglesia y ciudadanos.
Abundaron protagonismos unilaterales; el
gobierno anticlerical interpretaba el laicismo como ataque al poder de la
Iglesia con el aplauso de las logias como lo manifestaron y el mismo Plutarco
Elías Calles en el año de 1929 que declaró que la lucha no era nueva, que tenía siglos y que continuaría. En ese momento eran más de 2600 los
sacerdotes que se habían registrado ante la Secretaría de Gobierno y el momento
de indefinición de la lucha que no cedían los cristeros, consideró el gobierno
llegar a un acuerdo con las autoridades eclesiásticas, que no consultaron las
milicias que estaban en campaña.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario