Tradición
centenaria, la danza de los tastoanes es una evocación sincrética de la
espiritualidad y lucha de un pueblo. Tonalá, esa región luminosa y polvorienta,
se cubre cada año con el baile de esos demonios enmascarados que, en su
movimiento, vuelven a poner en marcha al tiempo.
* * *
Salí
volando del rectángulo de metal, colocado en un fragmento de la plaza para
resguardarme. No había viento en el cielo. No había aire en las bocas: estaba
el sol de Tonalá a todo plomo: en un instante iluminó el rostro de la multitud.
Transformó en seguida a las máscaras. Fueron aún más grotescas las efigies de
los tastoanes.
Escuché,
a mis espaldas, la vuelta del viento, roto por el trayecto de ciento ochenta
grados de la vara de membrillo que, sostenida por la representación de Santo
Santiago se levantó del piso y dio media vuelta al mundo, hasta ir a detenerse
en la piel del tastoan, que se revolcó de dolor. Una roja línea se dibujó en la
broncínea piel. De haber chocado metal con metal, habrían salido chispas, pero
no: era la dureza y la flexibilidad de un golpe en la carne: la vara se plantó
en el desnudo brazo del muchacho.
De la
boca de la multitud volvió a emerger el aire. La jauría vivificó el antiguo
ritual. La tribu se escuchó otra vez, como ¿desde hace cuánto tiempo? Las
crónicas nos llevan hasta la llegada de los españoles a esta orilla de la
tierra, en el año de 1532 (y lo confirma, en La disputa de los tastoanes a
finales del siglo XIX, Jesús Jáuregui). Con todo, nada suplanta a la
experiencia de vivir la tradición: acto seguido, vuelvo a entrar al enrejado
—el Tiempo se detiene, se eterniza la vida: resguarda los cuatro puntos
cardinales; el Universo se transforma: es la mañana del 25 de julio y Tonalá es
el centro de la Historia—; durante la travesía, que dura apenas un instante, se
revelan todas las imágenes.
Es el
camino. Es el borde de la nada. Es la vida en todo su esplendor. Es la unión de
lo sagrado y lo pagano. Es la fiesta y la guerra. Es una multitud sin rostro
que se revela en un instante. Es la belleza y lo grotesco. Es la mano que se
alarga para tocar los pies del santo. Es la música y el ¡ay! Es la devoción y
el espectáculo. Es la sangre y son las gotas de sudor bajo el sol: irradian
luz, son la sombra. Es la máscara del tastoan, detenida en los ojos.
No hay
viento. No hay aire. Es la fuerza de la vara con que serán medidos los demonios
por Santo Santiago, que ahora entra en escena. Luego sale hasta huir de la
mirada. Es el látigo enrojecido, purpurado, que lastima y corta. Son las
cicatrices de los participantes. Es la guerra sostenida por siglos. Salgo y
entro conforme la carrera de la tribu. Buscan. Se buscan. El santo y los
rostros del horror, la pesadilla. Nadie los trajo aquí, al rectángulo de la
batalla. Convocaron a la vía Láctea, a los hilos de sol, al hilito de sangre que
ahora curan los paramédicos en una esquina del Universo, allí donde el viento
es contenido y se convierte en un rostro. Desde ahora es el rostro de quien
porta la máscara. Es el alma del niño tomado de la mano de su padre. Es la
herida y la mano del santo, cubierta de vendajes. Es la lastimadura de la vida.
Es la mano del Rey de España triplicado en dudas, en incomprensión. Son el pito
y el tambor y la voz del tastoan número veintinueve: pide su canción para ser
perseguido y vareado. Es el cuerpo y los cuerpos rotos, humillados. Les dan de
palos y no gritan: aúllan para sus adentros y el alarido se petrifica en
máscara.
Alargo
la mirada: allá, después de esa calle está el Cerro de la Reina. Desde el
promontorio miraban los tonaltecas todo el Valle.
A esa altura el sol (¿el Sol
de hoy es el mismo que el de hace cinco siglos?) es más brillante y debe hacer
brillar la sangre de quienes allá, en este instante, realizan el ritual.
Alguien —una voz nacida de la nada— advierte que este año la reunión de
tastoanes ha sido una de las más numerosas. La gente está allá y aquí, y el
siguiente lunes, donde las mujeres bailan y braman de dolor. Donde son
flageladas. ¿Cuándo es ayer? ¿Dónde está mañana? Acude la multitud a mirar. Se
alegra. Se molesta. Se consagra. Soy ellos al centro del centro.
Mujeres-hombres-niños. Alguna vez quienes observan serán vistos. Los que se
resguardan atrás del rectángulo de metal entrarán al espacio sin tiempo. Y una
mirada se postrará ante sus máscaras. Quizá vendrán a verlos y se asombrarán. Tal
vez los juzgarán: “…los famosos tastoanes no son interesantes bajo el aspecto
histórico, ni dignos de conservarse bajo la estética, ni capaces de servir para
nada que no sea atraer las burlas de las gentes sobre nosotros y para volver
más estúpida, si cabe, a la raza indígena…”, como el escritor porfiriano
Victoriano Salado Álvarez, en 1895, dijo mirando de lejos y sin comprender…
La
invención de Tonalá
La
invención de un pueblo —que no su fundación—, se debe sobre todo a quienes lo
piensan, lo viven de manera cotidiana o se relacionan de una forma íntima al
grado de amarlo; en el caso de Tonalá, uno de los poblados marginados del Área
Metropolitana de Guadalajara, mucho han explorado su historia —que está viva—,
pero pocos se han adentrado en sus entrañas para saber en realidad cómo son sus
habitantes; pese a que Tonalá es muy “socorrido” por los historiadores, los ya
muchos libros sobre su historia son una repetición que va de un libro a otro,
porque es claro que a esos historiadores no les interesa sino ampliar su
bibliografía curricular y no su conocimiento sobre los tonaltecas y su profunda
historia.
No
obstante, algo sucede: algunos investigadores y escritores que reinventan,
piensan y sienten al Reino de Tonalá en el libro Escenarios intangibles: la cultura literaria, sonora y artística de
Tonalá, en el que se reúnen ensayos e investigaciones de algunos de los
catedráticos de este centro universitario, y un apartado, que va a manera de
epílogo en el cual me invitaron a publicar algunas de las ya muchas crónicas
que a lo largo del tiempo he escrito sobre la gente y sus tradiciones, sobre
los problemas que enfrenta la gente, sobre su historia, que está vida porque sus
pobladores lo están; el libro lo edita el Centro Universitario de Tonalá (CUT)
y hoy viernes 30 de noviembre, a la 1 de la tarde se presenta en la Feria
Internacional del Libro, en la editorial UDG, stand I-11. Los presentadores
serán: Jessica Marcelli, Ricardo Sigala y Alfredo Hermosillo.
La
crónica “El viento de los tastoanes”, es la que abre el último apartado del
libro: “Epílogo (crónicas de Tonalá)”.
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