UNO
Técnicamente,
a las obras narrativas de Fernando del Paso se les denomina “novelas-río”; en
esta clasificación entran, en todo caso: José
Trigo (1966), Palinuro de México
(1977), Noticias del Imperio (1987) y
Linda 67. Historia de un crimen
(1995).
En
este sentido, Del Paso, quien nació en la Ciudad de México en 1935 —y quien ha
vivido buena parte de su vida en Guadalajara, donde murió la mañana del
miércoles pasado—, se une a otros escritores mexicanos que han logrado hacer de
algunas de sus historias un desbordamiento equilibrado que, pese a que abundan
en número de páginas, no sobra nada en ellas ni falta, como lo son Luis Spota
con La costumbre del poder
(1975-1980), Carlos Fuentes con Terra
Nostra (1975), Juan García Ponce con Crónica
de la intervención (1982) y el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón con El río (1986). Y podríamos agregar en
esta breve lista a Daniel Sada con Porque
parece mentira, la verdad nunca se sabe (1999).
Este
tipo de obras, que todo indica fue inaugurado en México por Martín Luis Guzmán,
por su extensión son difíciles de crear, porque su factura requiere de maestría
en la narración y, como es claro, de una muy buena historia que contar.
Del
Paso, no obstante, es un perfecto artesano de lo profuso y lo breve. Pues
domina a plenitud la extensión de la novela-río, pero también sabe que en el
soneto se debe ser conciso, breve y certero. Domina casi todos los géneros
literarios y se da el lujo de pintar y abordar temas tan cotidianos como las
recetas de cocina y reflexiones ensayísticas sobre
El Quijote.
Un
desbordado equilibrio Narrador profuso, Fernando del Paso ha encontrado en los
sonetos una manera de economía que parece cercana a la perfección. Apenas son
cuatro novelas las que ha escrito, sin embargo, le han llevado toda su vida. Y
resultan ser de las más extensas e intensas de nuestra literatura, que abordan
desde la ficción los panoramas históricos de nuestro país.
DOS
La
profusa narrativa de Fernando del Paso, con la cual nos ha sorprendido a lo
largo de más de cuatro décadas, no se parece a sus dibujos; recuerdan el rigor
aplicado a su poesía, a los sonetos que ha dejado a la vista de los lectores y
que demuestran la capacidad de síntesis del escritor, y se contrapone, de
manera rotunda, a José Trigo, Palinuro de México, Noticias del Imperio y Linda
67.
TRES
Los
dibujos de Del Paso nos acercan a la manera de imaginar del escritor, y
construyen —para beneficio nuestro—, una poética de la composición muy cercana,
estamos seguros, a los apuntes que lograron que su narrativa fuera una de las
mejores de nuestras letras. Son, creemos, estructuras, pensamientos, apuntes de
lo que alguna vez fueron sueños, pesadillas y notas. Quizás alguna vez sean
novelas, poemas o ensayos. Porque hay mucho de pensamiento en las estructuras
surgidas de la mano de Fernando del Paso, quien fiel a sus influencias,
hallamos homenajes a Marcel Duchamps, M. C. Escher, René Magritte y Lewis
Carroll, que han enriquecido la imaginación de este obsesivo artista.
CUATRO
Los
dibujos brindan una perspectiva de la imaginación casi inagotable de un
minucioso artesano, pues cada uno nos lleva a aclararnos que solamente con
paciencia se pueden escribir obras narrativas tan extensas y puntuales en las
que se ofrece un muestrario de todas las distintas técnicas de la escritura (y
que disímiles voces han creado a lo largo de nuestra historia literaria), y logran
de la locura —la de algunos personajes de la historia y expuestos a manera de
personajes en las obras del escritor— una veta estilística muy particular,
reconocible solamente en Del Paso.
CINCO
En sus
dibujos y pinturas se pueden encontrar algunas claves de su universo fantástico,
deudor directo de artistas como Duchamps y Lewis Carroll.
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