Mayo 3
Esa
noche me encontraba aburrido, inquieto, y algo en mi mente pasó como ligera
brisa: ir al Club Verde. Al principio no hice caso de aquel pecaminoso
pensamiento. ¿Cómo yo, un hombre a punto de contraer nupcias se permitía pensar
en ir a ese lúgubre espacio del pueblo?
* * *
Despaché
a mis empleados. Me fui a casa. Cuando saqué la llave para abrir, de nuevo
aquel pensamiento. Abrí y me fui directo al baño. Primero el agua tibia.
Después, el agua fría comenzó a disipar el sopor que comenzaba a hacerse
insoportable. Me vestí con mi ropa de dormir, las sábanas lograron calmarme y
el sueño se hizo presente.
No
bien pasada la media noche, el reloj de pared que está en la sala terminaba de
dar las últimas campanadas. Me desperté. De nuevo el pensamiento. El recuerdo
de las palabras de aquellos hombres ya ebrios hasta la náusea, decían. En la
cantina El fin del mundo, los hombres ya borrachos no logran contener sus
pasiones. No pocas veces su conversación me ha inquietado. Ahora al recordar
sus palabras, su forma de decir, de describir ese lugar y lo que allí acontece,
me hace dudar: ¿debo ir a conocer otros lugares, debo saber que no sólo existen
las casas, las calles que veo y piso a diario? ¿Debo saber que, además de Dios,
aquí en la tierra existe nuestro infierno?
Me
levanté y crucé la casa. El aire entre los naranjos me refrescó. Entré a la
capillita. Recé. Recé hasta que casi amaneció. Después me dirigí a mi despacho
a escribir esto en mi Diario.
Mayo 5
Ayer
fui a casa de Severa. Me recibió con la alegría de siempre. Pude ver nuevamente
que, aunque ya no es tan joven, su belleza es irreprochable. Me avergonzó un
poco el pensar en su juventud. El recordar que casi yo piso los sesenta años,
me puso triste. Sin embargo, el entusiasmo que ella pone en mí, en lo que yo
digo y pienso con respecto a las cosas y a la vida, me alegró un poco. Pero
hubo un detalle que me sorprendió. Debo escribirlo aunque me avergüence.
Conversábamos
en el pasillo, sentados en la banca que antes estuvo en el jardín del pueblo,
cuando por mi mente cruzó una imagen: vi a Severa desnuda ante mí, la vi bailar
y mirarme con esa mirada que dicen los hombres que van a embriagarse a El fin
del mundo, tienen las mujeres que se desnudan en el Club Verde. No pude
soportar y, con brusquedad —que a Severa debió haber sorprendido, porque se me
quedó mirando fijamente— me despedí. No pude darle ninguna explicación,
solamente le dije que había recordado que tenía una tarea urgente que me
reclamaba en casa. Salí ante su azoro. Caminé a toda prisa por las calles, a
veces dando tumbos y tropezando con las piedras. Llegué a casa desfalleciente.
Fui a mi recámara. No pude soportar y comencé a llorar...
Al
poco rato, ya más calmado, fui a la capilla y le pedí a nuestro Señor San José
quitara mis malos pensamientos.
Después
me fui a dormir.
Mayo 7
No
he logrado dejar de pensar en el acontecimiento que el otro día ocurrió en casa
de Severa. No he podido siquiera aparecerme por allí. Su casa y su persona se
han convertido en un lugar vedado para mí. Aunque no logro sacar de mí la
vergüenza que significa el acontecimiento, deseo —ahora mismo y con todas mis
ansias—, ver a Severa. Como no me atrevo a ir, aunque debo ser honesto y darle
una explicación en persona, no he podido sino enviar con un uno de mis
empleados, una carta donde me disculpo y le ruego perdone mi actitud.
Como
no está en casa, he enviado el recado a su trabajo. Espero que el detalle no
sea advertido por sus patrones y que en la chocolatera no haya tanto trabajo y
pueda Severa leer, con toda paciencia, mis palabras.
Ahora
mismo estoy a la espera de la respuesta que le suplico. Mis manos delatan el
nerviosismo en el que me encuentro. Sé —o intuyo— que ella sabrá comprenderme.
Y me perdone.
***
He
esperado por más de una hora la respuesta que me traerá mi empleado. No he
podido estar tranquilo durante todo ese tiempo. Me preocupa, además de cuál
será su respuesta, la actitud que han tomado los otros muchachos que trabajan
conmigo aquí, en El fin del mundo. Sus discretas risitas comienzan a hacerse
visibles, y mi tácita desesperación —cada vez más clara— se ha convertido
(según he podido observar durante esta hora) en la comidilla de todos. Sus
risas, y a veces sus carcajadas en la cocina, me han comenzado a exasperar.
***
Por
fin ha vuelto mi empleado. Le he arrebatado con enorme desesperación el
mensaje. Ya puedo estar tranquilo, al menos en lo que respecta a Severa. En su
carta su respuesta ha sido amable. Me invita —como desde hace cinco años— a
pasar el día diez de mayo en su casa…
Desde
que murió mi madre, ella no ha dejado de invitarme a festejar el Día de las
madres a su casa. Tengo gratos recuerdos de todos los momentos de esos días.
Ese detalle de Severa y su madre me han hecho pasar tranquilo estos largos años
ya sin mi madre…
Mi
madre: todavía la recuerdo con enorme cariño. Y ¡cuánta falta me ha hecho! Sólo
el amor de Severa ha hecho estos años más llevaderos. De no ser por ella y su
madre no sé lo tristes que hubieran sido.
He
pasado todo el día con Severa y su madre. Hemos comido y bebido de lo más bien.
Su madre es una excelente cocinera. No sólo sabe hacer comidas de la región,
sino que, además, prepara exquisitos platillos de otros países. Sobre todo
franceses: uno de los hermanos de Severa que vive en París, con frecuencia les
envía recetas que él mismo traduce y les explica cómo prepararlos. “Mi hermano
Francisco es un amante de la cocina francesa”, me dijo un día Severa. “Y su
gusto nos lo ha sabido transmitir”. Lo que yo ahora mismo vuelvo a constatar,
como desde hace cinco años.
Después
de la comida, la madre de Severa nos hizo pasar a tomar el té en la sala. Luego
nos dejó solos. En cuanto la señora nos dejó, Severa y yo nos fuimos a una
pequeña estancia que ella ha transformado en biblioteca. La han decorado con
hermosos cuadros de artistas del pueblo. Y han mandado enmarcar algunas
reproducciones de cuadros famosos que les ha enviado su hermano Francisco desde
París. Hubo uno que llamó mi atención. Y no hubiera sido tanto mi interés en él
de no haber sido porque se trataba de Antonio Allegri da Correggio: Leda con el cisne.
Severa,
ante mi interés, se empeñó en explicarme la leyenda griega de donde Antonio
Allegri da Correggio se había inspirado. Y la historia me inquietó: volví a
pensar en la imagen de Severa desnuda, bailando ante mí. Y eso me volvió a
recordar mi deseo de visitar el Club Verde…
Mayo 15
No
he vuelto a ir a casa de Severa. En una carta que me ha enviado con uno de los
muchachos de la chocolatera, me reprocha mi actitud; me exige una respuesta
clara y me recuerda que nuestro compromiso de matrimonio tiene la fecha
cercana…
Aunque
me costó mucho trabajo darle una respuesta inmediata, le escribí unas líneas
donde le explico que había estado un poco indispuesto —tuve que mentirle: no
podía ser sincero en ese momento—, y que no pasaba nada, que todo estaba bien.
Y
sobre todo le aclaro que no he olvidado mi compromiso con ella y le recuerdo
que para nuestro compromiso faltan cinco meses, que el plazo se cumple en
octubre. (Esto último lo escribí no sin una risa nerviosa que no pude
controlar.). También le pido que me dé unos días para recuperarme y poder ir a
su casa.
“Ya
me pondré bien —le escribo—, Dios mediante”.
Mayo 15, por la tarde
Como
hoy en el pueblo se festeja el día de San Isidro Labrador, y por las calles los
campesinos y los agricultores sacan a sus yuntas adornadas para pedir al santo
buenas lluvias, y como los padres de mis empleados son campesinos, he cerrado
temprano la cantina y les he dado el resto del día.
Hacía
tan buen clima que a mí también me dieron ganas de ir a la plaza al desfile.
Todo iba muy bien hasta que, cuando estaba yo sentado en la escalinata de la
parroquia, vi a Severa cruzar el jardín del brazo de su madre. Me incorporé lo
más pronto que pude y me escondí atrás de uno de los pilares del portal de la
iglesia. Por fortuna, no me vio. Sin embargo, me fui corriendo por una de las
naves y salí por la parte lateral del templo. Seguí corriendo hasta llegar a
casa. Ya aquí, me he tranquilizado y me he puesto a escribir el acontecimiento…
15 de mayo, por la noche
He
meditado toda la tarde, los acontecimientos que han ocurrido en estas semanas
—y mis pensamientos y deseos—, me han convencido de algo importante. Postergaré
mi compromiso de matrimonio con Severa hasta el mes de diciembre. Lo que haré
será, desde mañana, ir todas las noches al Club Verde y disfrutar de las
mujeres de ese burdel. Lo haré de forma discreta y casi en secreto para pasar
inadvertido, estoy convencido de que antes de pasar todo el resto de mi vida
con Severa, debo disfrutar del placer de otras mujeres. Eso haré. Yo ya soy
casi un viejo y nunca he sabido lo que es tener a una mujer desnuda ante mí.
Yo
espero que Dios me sepa comprender y —llegado el momento— me otorgue su perdón.
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