Fernando G. Castolo*
Dedicado
a Mons. D. Braulio Rafael León Villegas,
Obispo Emérito de la Diócesis de Ciudad Guzmán, así como a Mons. D. Óscar Armando Campos Contreras, Obispo
Titular de la Diócesis de Ciudad Guzmán, columnas que sustentan nuestro
Seminario.
¡Seminario
bendito: todo cante
Tu
grandeza y tu nombre con anhelo;
Un
himno gigantesco se levante,
Resonando
en las bóvedas del cielo![1]
El
19 de noviembre de 1868 tuvo lugar la magna ceremonia inaugural del Seminario
de Zapotlán, bajo el patrocinio de San José, en una finca ubicada sobre la
calle de San Pedro, propiedad del Sr. Canónigo Francisco Figueroa (natural de
Querétaro), acontecimiento que ha quedado marcado como uno de los más apoteóticos
en la historia regional, dado que hablamos del establecimiento del primer
centro de altos estudios que, a la postre, se convirtió en un importante
semillero de sacerdotes, artistas e intelectuales.
Este
centro de estudios, nos comenta Esteban Cibrián, estaba dotado de la
secundaria, el bachillerato (que incluía la Filosofía) y, por supuesto, de la
Teología, y desde que abrió sus puertas se distinguió por la calidad y la
calidez de la plantilla docente que se integró y que estaba conformada por
personajes de gran sapiencia y entrega, destacando su primer rector el Sr. Cura
Antonio Urzúa (natural de Zapotlán). Para 1874 se abre la escuela primaria
“Nuestra Señora de Guadalupe”, conocida como anexa al Seminario.
Entre
las primeras gestiones, a la par de realizar los trámites necesarios ante el
gobierno eclesiástico para la instalación y funcionamiento del Seminario (que
se hacen en poco tiempo), destaca la importante aportación del entonces
Presidente Benito Juárez quien, a solicitud del Sr. Urzúa, obsequia, al recién
inaugurado establecimiento, varios instrumentos musicales a fin de integrar al
programa los cursos de formación musical para los educandos.
A
este centro de estudios se inscriben, entre otros, los hijos de la abnegada
poetisa Refugio Barragán de Toscano, Salvador y Ricardo Toscano, el primero
considerado el introductor del cinematógrafo a México; también el poeta y
escritor José Gómez Ugarte que, por muchos años, fue director del rotativo El Universal; el compositor José Rolón,
que introdujo elementos importantes de identidad en la música mexicana; el
diplomático y escritor Guillermo Jiménez, de sensible capacidad creativa; los
santos mártires Tranquilino Ubiarco y Rodrigo Aguilar Alemán, este último
inspirado poeta; los científicos José María Arreola y Severo Díaz, grandes
inteligencias de Jalisco; así como abnegados y místicos sacerdotes como Manuel
de Jesús Munguía y Vázquez; por mencionar solamente algunos de los cientos de
jóvenes que tuvieron y han tenido la oportunidad de prepararse dentro de sus
aulas.
Por
cierto, Guillermo Jiménez en su primer formal libro revela:
La riente campana del Seminario
anunciaba la salida de clase. Después de rezar todos los estudiantes
abandonábamos el aula ávidos de libertad y de sol; se oían risas jocundas,
gritos jubilosos y, en medio de tanta algarabía, vibraba la voz grave del Rector
(Sr. Pbro. Ignacio Chávez Gutiérrez), que imponía silencio.
Éramos
muchachos de trece a catorce años de edad y parecíamos una parvada de pájaros
que, agitando sus ligeras alas en la opulencia de un cielo azul, en una diáfana
mañana de primavera, emprenden el vuelo al país del Ensueño…[2]
Entre
el profesorado que se encargó de orientar y dar luces de humanidades y ciencias
a las muchas generaciones destacan nombres como Atenógenes Silva, Cura de
Zapotlán, Obispo de Colima y Arzobispo de Morelia; Antonio Ochoa Mendoza, Cura
de Zapotlán, sensible poeta y quien es considerado el refundador del Seminario;
Ignacio Chávez Gutiérrez, personaje que brilló por su profundo sentido
humanista; y, por supuesto, nuestro ya citado sabio zapotlense José María
Arreola.
La
primera época de este Seminario de Zapotlán se puede decir que fue fecunda y de
grandes logros, mostrándose los importantes avances que, en materia escolar,
desempeñaba esta institución, en especial por haberse instalado en la misma el
primer observatorio meteorológico de la América Latina, a iniciativa del sabio
Arreola. Sin embargo, este acontecimiento que elevó en demasía el férreo prestigio
de la institución zapotlense fue la gota que derramó el vaso, como se suele
decir, puesto que ello trajo consigo la envidia del Seminario de Guadalajara y,
como consecuencia, la orden de reducir nuestro Seminario a calidad de “menor”
(hacia 1903), despareciendo con ello toda una época de esplendor e iniciando
una época de decadencia; aun así, los entusiasmos no se agotaron, no perdonando
abnegación ni sacrificio para hacer de los alumnos “grandes en inteligencia,
nobles y generosos en sus pensamientos y verdaderos amantes de la ciencia”.
Sobre
este episodio en particular, dejó asentado Severo Díaz:
Pero llegó el incidente de Zapotlán
en que este Seminario se puso a la cabeza de sus congéneres con motivo del
Congreso de Meteorología y aprovechando la oportunidad de que había nuevo
Arzobispo casi extraño a la vida íntima de los Seminarios, pudieron de tal
manera falsear los hechos que dicho Prelado mandó que se acabara el Seminario
de Zapotlán quitándole las cátedras de Teología y reduciéndolo a la categoría
de Seminario Menor, algo así como una escuelita de gramática […][3]
La
introducción de la Biblioteca y de la Imprenta en el establecimiento
seminarista constituyeron un importante avance hacia el año de 1882, de los
cuales fueron despojados en la primera relevante adversidad que enfrentó este
centro de estudios, hacia el año de 1915, como antesala de lo que se avecinaba:
la guerra cristera de los años 1926-1929.
Por
cierto, debido a las persecuciones que acosaron a los miembros de la Iglesia,
no fue posible celebrar las Bodas de Oro del Seminario en 1918 y, entonces, se
llevaron a cabo hasta abril de 1920, en que, regresando de su exilio, arribó a
la ciudad el Arzobispo Francisco Orozco y Jiménez, aprovechándose su estancia
para llevar a cabo la Consagración del Templo Parroquial (hoy Santa Iglesia Catedral),
en el marco conmemorativo a los primeros cincuenta año de San José como Patrono
de la Iglesia Universal. En esta celebración fue presentada una hermosa
composición literaria de San Rodrigo Aguilar Alemán, intitulada “La vuelta al
nido”, en franca alusión a los ex alumnos que se unen a la solemne fiesta de
aniversario:
[…]
Ya
volvieron los cóndores,
los
alumnos del glorioso, del antiguo Seminario:
traen
la frente coronada con los nimbos del martirio,
pero
traen otra corona de mil triunfos que son lauros;
traen
radiantes esperanzas que son urnas de promesas,
cicatrices
que son gloria, ilusiones que son cantos;
traen
amores que son vida
y
energías que son milagro.
Han
venido a nuestras fiestas jubilares
a
decir a los de ahora que las glorias del pasado,
son
la herencia luminosa que en sus épicas jornadas
como
timbre de nobleza para ellos conquistaron.
Rica
herencia de diez lustros de combates y de arrojos,
de
virtudes y de ejemplos que ahora entregan en sus manos;
y
que guardan siempre limpio de sus padres el renombre,
aunque
vivan sus miradas a la Cruz de los Dolores
sobre el
risco del Calvario,
dan
la muerte al Nazareno y aún pregonan su exterminio
cuando
sellan su sepulcro y amontonan sus soldados:
pero
Cristo resucita, y la luz rasga la sombra…
¡La
verdad y la justicia siempre estallan como génesis de astros!
Volveréis
a la grandeza legendaria de otros días,
aunque
fuese desde luego necesario
ir
pidiendo de rodillas el prodigio
que
pidieron las hermanas del castillo de Magdalo.
[…][4]
Para
1943, después de superarse los estragos lamentables de la cristiada, el
Seminario de Zapotlán luce revitalizado con motivo de los actos conmemorativos
a sus Bodas de Diamante; entonces el clero local se da a la tarea de organizar
un Congreso Josefino (no confundir con el Congreso Eucarístico Interparroquial
que se llevó a cabo en 1939, con gran éxito por cierto). El acontecimiento que
revistió esta celebración fue magnánimo, lográndose reunir a un buen número de
ex alumnos quienes participaron con gran emotividad, ocasión en la que el
entonces Cura de Zapotlán, ex alumno y catedrático del Seminario Antonio Ochoa
Mendoza, realiza un hermoso himno que fue entonado en la gran velada de
celebración:
Venid,
venid, ante el Patrono Amante,
hijos
del Seminario, con piedad;
en
las solemnes Bodas de Diamante
el
himno eterno de amor cantad…
ESTROFAS
Nació
este Seminario en el regazo
de
Sr. San José, su Protector;
une
a los dos, indisoluble lazo
de
favores, de súplicas, de amor.
Creció
bajo su manto bondadoso
que
cobija a la Iglesia Universal;
por
eso agradecido, jubiloso,
viene
a entonarle el canto celestial.
Los
hijos del antiguo Seminario
y
los hijos del Pueblo de José,
celebran
esta fausto aniversario,
epopeya
de amores y de fe.
El
ilustre y magnífico Congreso
foco
esplendente de piedad y luz
y
gigante carrera de progreso
hacia
Dios, hacia el cielo, hacia la Cruz.
“Vivan”
el promotor de estos festejos
y
el Excelso Patrono; repetid:
los
alumnos actuales y los viejos,
y
también Zapotlán, “Vivan”, decid.[5]
En
esa ocasión, los entusiastas ex alumnos, en feliz coincidencia con los
seminaristas y con la venia del clero en general, intentaron rescatar el
establecimiento de las antiguas instalaciones del Seminario (lo dijimos, sobre
la calle San Pedro, en esa época llamada “República” y ahora “Primero de
Mayo”), finca que había sido intervenida por los revolucionarios y que había
pasado a ser propiedad de la federación. Enterado de ello el jefe de la Oficina
Subalterna Federal de Hacienda Ángel Bustillos, apresura el remate de la finca
que pasa a ser propiedad del hacendado Santiago Gutiérrez, quien la adquiere en
precio risorio y la pretende vender a los interesados ex alumnos en una
cantidad estratosférica, según lo comenta Esteban Cibrián. Encabezaba esta
incitativa el destacado poeta Federico Vergara Mendoza. Santiago Gutiérrez
falleció al poco tiempo, la edificación se arruinó completamente y fue vendida
en secciones a varios particulares.
Siendo
ya insuficiente el local de Reforma número 163, lugar en donde estuvo el
Seminario muchos años, se pensó en adquirir un terreno y construir, en base a
un proyecto, un nuevo edificio que cumpliera con los rasgos arquitectónicos de
belleza y utilidad para las necesidades del estudiantado. El terreno fue donado
por Albino Mendoza, en la parte sur de la mancha urbana, y la primera piedra
del futuro inmueble fue depositada el 18 de mayo de 1961 por el Cardenal José
Garibi Rivera, ante la presencia de sacerdotes y laicos de la ciudad. Por
desgracia, parte de este inmueble cae en el sismo de enero de 1973 (nos
referimos a la actual sede del Seminario sobre la calle Félix Torres Milanés),
convirtiéndose en una prioridad su reconstrucción por parte de los Obispos de
la naciente Diócesis guzmanopolitana: Leobardo Viera Contreras de 1972 a 1977 y
Serafín Vázquez Elizalde de 1978 a 1999.
Para los actos del Centenario del
Seminario (en 1968), nuevamente una atenta y concurrida convocatoria se da cita
para ser copartícipes de esta conmemoración. Las solemnidades josefinas se
revisten con la temática del importante acontecimiento. Estamos en la antesala
de que la Parroquia de Ciudad Guzmán sea elevada a la categoría de Catedral,
como cabecera de la Diócesis del mismo nombre. Aurelio L. Rodríguez en el mes
de octubre inicia una serie de publicaciones sobre la historia del Seminario,
que se insertan en un pequeño boletín que fue editado ex profeso. Por su parte,
Esteban Cibrián, saca a la luz pública su título Cien años del Seminario de Zapotlán (1973), realizando elocuentes
crónicas sobre las particularidades que envuelven a la centenaria institución.
Otro importante poeta zapotlense, ex
alumno de este Seminario y sacerdote J. Félix Limón, escribió para la ocasión:
Hace
ya setenta años…; ¡quién creyera!
Yo
era entonces un pobre rapazuelo,
que
por huir del mundo estrafalario,
iba
con santo empeño al Seminario…
¡Faro
bendito que conduce al cielo…!
¡Al
Seminario!, al Seminario aquel
donde
pasé tan venturosos días…
Ahí,
do se elevaba majestuosa,
una
esplendente palma silenciosa…
¡Mudo
testigo de las dichas mías!
Ahí,
do se encontraba aquella casa
de
aspecto majestuoso, noble y puro…
Ahí,
donde aún se guardan mis amores…
Donde
estuvieron cuatro corredores
y
ocho bancas clavadas en el muro…
Ahí,
donde giraba sin descanso
solitaria
veleta verde-tierno…
Ahí,
¡Dios mío…!, ahí donde quisiera,
en
medio de aquel patio de cantera…
¡Olvidado,
dormir el sueño eterno…![6]
Dada la amplia respuesta en
participar por parte de varios ex alumnos y bienhechores, los actos del
Centenario se llevaron a cabo en el local más grande que se disponía en la
época, el llamado gran “Cine Diana”, donde se efectuó una apoteótica velada
músico-literaria y se dejaron escuchar emotivas alocuciones que dejaron escapar
más de una lágrima en los sensibles rostros de los participantes.
Después de muchos tropiezos,
finalmente, hacia el año de 1983 nuestro establecimiento adquiere la categoría
de Seminario Mayor, al incorporarse de nueva cuenta las materias relativas a la
Teología.
La
historia ha sido muy benevolente con Zapotlán y su Seminario, a pesar de las
duras adversidades por las que ha pasado en estos 150 años de vida; sin
embargo, habrá que seguirla escribiendo a fin de que se propague su importancia
como centro de enseñanza regional. Casi todo el presbiterado de esta Diócesis
son orgullosos ex alumnos de nuestro Seminario y su destacado papel le ha
otorgado un lugar privilegiado a este semillero de pastores que, con su
palabra, siguen prodigando las enseñanzas de Cristo.
[…]
¡Oh,
Seminario! Voy sobre tu huella.
Mientras
nace el que cante tu epopeya,
balbuciré
con alma conmovida:
tu
pasado y su amigo la añoranza,
tu
presente y su lucha por la vida,
tu
futuro y su amiga la esperanza.
[…][7]
Zapotlán, y octubre de 2018
*cronista de la ciudad
*cronista de la ciudad
[7] Contreras, Alberto: “Poema en canto
llano (al Seminario de Zapotlán en su centenario)”, Ciudad Guzmán, Jal., 1968.
*Fotos cortesía del Seminario
Felicidades Arq. Fernando G. Castolo y Felicidades al Diario El Volcán, un abrazo Milton
ResponderBorrar