Un
momento por favor
J. Jesús Juárez Martín
J. Jesús Juárez Martín
Los medios de comunicación lo repiten
constantemente que la violencia crece en torno nuestro, también lo
experimentamos en forma activa o pasiva en forma cercana, tal vez nosotros
somos protagonistas consuetudinarios de alguna de sus formas. El diccionario nos
menciona que la violencia es usar de la fuerza para dominar a alguien,
imponerles nuestra voluntad, obtener alguna finalidad sin la aceptación racional
por los violentados.
Los
números son fríos, pero al cuantificarse ascendentemente los casos de violencia
nos ayudan a cobrar conciencia responsable para desear humanizar nuestra vida
comunitaria. Se cuantifican del año pasado más de treinta y dos mil asesinatos,
dos millones de robos y asaltos y unas cuarenta mil personas
desaparecidas. Nos comunican en el
presente qué existen personas enfermas convertidas en asesinos seriales, que
cada vez hay más temor de convivir en nuestro vecindario... en fin que los
sensores de peligros están activados y ello nos predispone a acciones que
quisiéramos evitar, no correr esa experiencias semejantes y peligrosas.
Los
distintos enfoques del problema social, moral, psicológico y relacionado con
sus causas motivadoras nos llevan a reconocer que somos personas en relación
con los demás, que compartimos la naturaleza con la humanidad y todas las otras
especies de vida, somos parte del universo y tenemos instinto de sobrevivencia,
por lo mismo lo que implica un peligro personal tratamos de evitarlo. Aplicar
la fuerza para obtener objetivos de crecimiento humano es positivo, la
violencia que se hace para vencer la inercia, el egoísmo, va a favor nuestro e
indirectamente de los demás. Violentar para desaparecer los peligros es irracional,
superar un riesgo de peligro o amenaza, es positivo. En las soluciones de situaciones conflictivas
hay inteligencia, emociones, voluntad, pasiones, lo que da un resultado
diferente, lo más importante es la educación de estos elementos esenciales de nuestra
personalidad y es más de formación que de instinto, la sobrevivencia y el uso
de la fuerza y hasta cierto criterio trascendente de la vida que nos da la
espiritualidad o la religión considero es un elemento esencial para buenas
soluciones.
La
violencia como forma de solución a la adversidad va contra la civilidad, nos
asemeja a la barbarie, es inhumano. Las religiones, la espiritualidad que
buscan la trascendencia personal y de las comunidades en su fundamento llevan
pautas de acercamiento a los demás, porque preconizan que nuestro principio y
final trascendente es semejante, o descalifican la convivencia con quienes no
tenemos afinidad ideológica, o simplemente porque no practiquen formas de
convivencia semejante a las nuestras.
Respeto,
cordialidad, comprensión y apoyo, son herramientas de acercamiento en la
convivencia como la indiferencia, la altivez sin comprensión humana, el
alejamiento, no facilitan la interacción. El camino de la no violencia, no es
fácil, sin embargo la humanidad ya ha transitado por infinidad de veces de la
barbarie a la civilización y eso ha significado que ha encontrado formas
diferentes a la violencia para dirimir diferencias o cuando menos una fórmula
de convivencia, son lecciones universales que se olvidan y se opta erróneamente
en métodos de asolación violenta, y cuando se llega a momentos de crisis, momento
de decisiones debe de optarse por lo racional, porque la violencia tecnificada
actual podría ser herramienta de aniquilación en una posible e incierta
conflagración mundial.
La
violencia en sí es una fuerza ciega de construcción o destrucción, el sentido
moral lo imprime el factor humano que puede enaltecerla como civilización,
humanismo o destruirla o volver a la barbarie.
Pedimos,
solución a problemas de violencia en nuestro país a las autoridades, que han
sido rebasadas o infiltradas en nuestras comunidades, y olvidamos erradicarla
de nuestra vida familiar, escolar, laboral, política, y hasta religiosa, donde
tal vez nuestra fuerza inhiba o frustre las aspiraciones de los demás; sobre
ese panorama percibido de violencia, hay que modificar conductas, acciones de
acuerdo a principios de los más altos valores de convivencia, justicia, respeto
irrestricto de los demás y qué no se piense que sobre los intereses
individualizados exclusivamente funciona
el comportamiento humano, sin sentimientos altruistas y comprensión humanitaria
de nuestra realidad personal.
La
delincuencia, surge de decisiones personales individuales y colectivas, pero si
se cierran caminos de superación y convivencia negando oportunidades, les
estamos empujando a esa forma de coexistencia obligada donde el bienestar está
en la nivelación de poder, de riesgo grave en la incultura de la violencia.
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