Ya
inmersos en los festejos del centenario del nacimiento de Arreola, el poeta y
narrador Pedro Mariscal hace un sentido homenaje al autor del Confabulario y La feria, con algunos divertimentos a manera de décimas, una de las
formas de la lírica clásica que tanto apreció Juan José.
La
tradición exige a la memoria, y una anécdota resulta muy propia para recordar
lo que alguna vez me relatara el cronista y poeta Salvador Encarnación.
En
sus primeros años en Guadalajara, cuando Juan José Arreola vivía con unas tías
en los altos de lo que ahora es la tienda departamental El Nuevo Mundo (justo
en la avenida Juárez), Arreola conoció a Arturo Rivas Sáinz; éste, en una
sesión de su tertulia antes de la llegada de Arreola, había explicado lo que
era una décima; pero como no había estado el futuro autor de La feria, lo que hizo fue preguntarle
sobre las reglas de la forma clásica y, de inmediato, se puso a escribir. Fue
—me dijo Encarnación— prodigiosa la décima arreolina; tanto, que el propio
Rivas Sáinz se sorprendió. Desde entonces Juan José Arreola amó esta forma.
Desde siempre tuvo una devoción que, a manera de un juego literario, toda su
vida cultivó.
Este
Decimario arreolino de Pedro Mariscal
(Archivo Histórico de Zapotlán, 2018) hace un justo homenaje, en todo caso, a
la forma lírica y, es claro, al narrador de Zapotlán. Un milagro lingüístico es
el que se percibe en estos poemas, pues el propósito es darle realce a la
persona, a la obra y al creador más importante de las letras del profundo sur
de Jalisco.
Mariscal
es un viejo lobo de mar de la palabra: lo mismo escribe un soneto, una décima
que un relato o un cuento; de igual manera, enseña literatura que ofrece un
discurso en el que abre los abanicos de la reflexión sobre un determinado autor
de Zapotlán el Grande que escribe estos versos en homenaje al autor del Confabulario.
No
es sencillo dominar varios géneros, como no es fácil tomar la guitarra y cantar
una canción de protesta. Todo lo hace bien Pedro y con un aditamento que ya
poco se ve —o pocos lo notan—; Mariscal hace las cosas con alegría, y la
alegría es vigor y es dirección que va hacia lo sentido. Yo conocí a Pedro como
alumno y, en seguida, como amigo y compañero de viaje en esta vida. Una vez nos
fuimos de fiesta a Las Peñas y él tomó su guitarra y cantó. Una vez nos pusimos
a escribir y luego fuimos a un auditorio a leer nuestros poemas. Ahora Pedro
Mariscal vuelve a levantar la voz y sólo le falta la guitarra (que no debe
tardar en tomar) para ponerle música a las décimas que escribió a la memoria
del fabulador de Zapotlán.
Se
ha dicho que un poema sin musicalidad es medio poema. Y estas décimas, al
leerlas uno en voz baja comete un error, porque son para cantarse. Esto es: si
comenzamos a leerlas casi de inmediato sentiremos el arrojo de cantarlas. Son,
pues, para ser cantadas. No son para ser leídas en voz baja. No digo que en
silencio porque nunca un poema se dice en “silencio”: su naturaleza —la del
poema— es el canto. Nadie que escriba versos puede negarlo.
Cantemos
en todo caso en coro para celebrar, seamos la segunda y la tercera voz de Pedro
Mariscal en este homenaje al maestro Arreola que está de fiesta.
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