Alan
Arenas
Uno de
los símbolos más representativos en la humanidad, después del sol, es la luna.
Ella ha jugado un papel fundamental en el mundo religioso y artístico, ya que,
desde que el hombre tuvo conciencia de sí mismo y su contexto la representó de
distintas formas. La hizo diosa, musa y objetivo a conquistar.
Tal vez
una de las razones por el cual el humano, ya con un hálito de conciencia, se
obsesionó con ella haya sido por su estado cambiante y cíclico, cosa contraria
al sol. Por lo cual la asociaron de manera inmediata con un ente femenino al
compararla con la mujer en su ciclo de 28 días, y en consecuencia la hicieron
una deidad, que representó, en muchas de las civilizaciones, aunada al
fertilidad.
La Luna
tuvo naturaleza divina casi desde sus inicios icónicos (femenina), por ejemplo,
para los sumerios, acadios, babilonios y
caldeos. A la diosa lunar la llamaron Nanna
los sumerios y Sin, los acadios. La
región mesopotámica tiene la forma de una luna creciente, el creciente fértil,
regado por los ríos Tigris y Éufrates, la cual constituye una zona productiva
en medio del árido territorio circundante. El símbolo de la luna creciente y el
color verde fueron heredados como símbolos por los creyentes del Islam.
Sin
embargo, los egipcios no tuvieron a una diosa lunar, sino a un dios: Tot, al que en ocasiones se representa
con cabeza de perro, o como un babuino que lleva sobre la cabeza la Luna
creciente. Para los egipcios, la Luna y
el Sol se relevan entre sí, al salir y ponerse. Juntos son los ojos del dios
halcón Horus, el dios del cielo que todo lo ve.
En
México no fue la excepción de aceptar a la Luna como parte de su cosmogonía.
Por ejemplo, el dios Tecuciztécatl fue
el elegido para convertirse en luna – según narra la leyenda teotihuacana- y
esta es una de varias leyendas que se crearon en el mundo prehispánico
alrededor de ella; pero no sólo quedó en eso, sino que, de un nahuatlismo, nace
la palabra que le da identidad a nuestro país “México: el ombligo de la luna”.
Debido
a la importancia que hay de la luna en la vida y cosmogonía del ser humano a lo
largo del tiempo, era imposible que no se desarrollara arte dedicado a este
astro, ya sea pintura, teatro, en la literatura o el cine, es tópico bastante
recurrente entre los artistas.
Una de
los poemas que siempre recuerdo con respecto a la Luna es la de chiapaneco Jaime
Sabines, que con su musicalidad y su lenguaje liviano y lúdico nos muestra otra
forma distinta de ver la luna a lo que comúnmente estamos acostumbrados - o
leemos en este caso- :
«La
luna se puede tomar a cucharadas
o como
una cápsula cada dos horas.
Es
buena como hipnótico y sedante
y
también alivia
a los
que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo
de luna en el bolsillo
es
mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve
para encontrar a quien se ama,
para
ser rico sin que lo sepa nadie
y para
alejar a los médicos y las clínicas…»
Pero
una de las expresiones artísticas que más me ha cautivado, hasta la fecha,
corresponde al ambiente del séptimo arte. El caso específico de la cinta Un viaje a la luna del año 1901, realizada y dirigida por el mago francés Georges Méliès, quien
con su experiencia en efectos especiales e ilusiones ópticas logró crear la
primera cinta dedicada al género de la ciencia ficción.
Este
cortometraje, de 14 minutos aproximadamente; nos lleva a ese viaje que alguna
vez Julio Verne describió en su libro De
la tierra a la luna, de 1865; libro del cual se inspiró Méliès para que, desde
la fórmula del cine, la llevará a la pantalla grande. Cabe señalar que esta
película se reedito y se presentó de nuevo en Cannes en el 2011, en esta nueva
versión se le incluyó nuevas escenas, algunas a color, y con una banda sonora
distinta a la original.
Y como
estos ejemplos hay muchos; suficientes como para hacer un libro que analice
desde distintas perspectivas y ambientes en cómo la luna ha contribuido en el
arte e ideología del ser humano.
La luna, ese astro lleno de clichés, será por
mucho tiempo la inspiración de los artistas que buscan una musa al mirar al
cielo.
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