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martes, 23 de octubre de 2018

La censura en la literatura






Alan Arenas



“El arte y el hombre son indisociables. No hay arte sin hombre, pero quizá tampoco hombre sin arte. Pero con éste, el mundo, se hace más inteligible, más accesible y más familiar”. De esta manera, René Huyghe en su libro El arte y el hombre expresa la relación inherente entre el arte y el ser humano. Pero también existe otra relación inseparable con el arte, y que al igual que con el hombre, casi nacen a la par, y esta relación es con la censura.

             Suena lógico este binomio puesto que las manifestaciones humanas, sobre todo las artísticas, son un medio para dar a conocer ideologías y con fines reaccionarios a los cánones sociales por lo cual no siempre son aceptados y, en muchos de los casos, mal interpretados por la élite cultural que designa lo que es y lo que no es cultura desde su palco de honor.

            La literatura no está exenta de esta censura, ya que el libro, por antonomasia, es receptor y almacén del conocimiento universal. Es el guardián de la identidad de un pueblo. Durante las guerras y en distintas dictaduras los libros han sido destruidos como símbolo de eliminación a la memoria del pueblo. Bajo esta isotopía Ray Bradbury crea su obra Fahrenheit 451 publicada en 1953.

            Entre algunos de los libros censurados se puede mencionar el libro de George Orwell Rebelión en la granja, este libro ha sido prohibido en numerosos países alrededor del mundo por su fuerte crítica a las élites del poder. Otro libro censurado por algún tiempo fue ¿Dónde está Wally?, obra de Martin Handford; este inofensivo libro fue censurado por la sociedad retrograda de Estados Unidos debido a que contenía imágenes de mujeres con los pechos descubiertos.

            Y quién no se acuerda la censura a la obra de Carlos Fuentes, Aura, que realizara el entonces secretario del Trabajo Carlos Abascal, esto durante la gestión de Vicente Fox. El funcionario se quejó amargamente, consideró a Aura como “un texto inapropiado” después de que su hija leyera el libro que le dejaron en una escuela privada, ya que para el “amplio criterio” de Abascal, la obra narraba escenas sexuales no aptas para una menor como su hija, quien cursaba en ese momento el tercer año de secundaria.

            Sería fácil pensar que en pleno siglo XXI, con el boom de la tecnología y la información a la mano de todas las personas, la censura pasaría a ser arcaica y retrograda, y más si se trata de arte; pero no es así. Al contrario, se enfatiza más, pues por desgracia a mayor información poca comunicación y, últimamente, descontextualización. Esto se pudo constatar en las últimas fechas en redes sociales, donde se criticó abrasivamente el cuento de Lucy y el monstruo del autor Ricardo Bernal, el cual es parte del libro de lectura de quinto año de primaria publicado por la SEP. Este cuento es una muestra de un texto de terror en una estructura epistolar, fue calificado como “impropio; cruel,” hubo quien lo calcó como “un cuento que incita al abuso infantil”.

            Es importante señalar que este cuento fue publicado desde el 2014 en los libros de la SEP, pero existe desde 1990, 28 años después alguien lo publicó en redes, fuera del contexto pedagógico, y fue duramente criticado. Fue tan dura la crítica que el autor tuvo que justificar la existencia del texto, cosa que hasta la fecha no había sucedido.

            Por ello la censura en la literatura actualmente, no sólo depende de las elites culturales, o de los regímenes que se establecen; depende también de la interpretación que los lectores hagan. Por desgracia, hoy por hoy se tienen las herramientas necesarias, y sobre todo las digitales, para pulverizar un texto o en definitiva al autor.

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